Protesta del SME frente a Los Pinos//Foto: Miguel Dimayuga, Proceso
John M. Ackerman
El inicio de un nuevo año es un excelente momento para soñar con un mundo más pacífico, justo y democrático, así como para fijar metas concretas que orienten nuestros esfuerzos durante los próximos 12 meses. El problema más grave en México es la enorme desigualdad que existe entre un puñado de familias oligárquicas que todos los días se quedan con una parte más grande de la riqueza nacional, y los millones de mexicanos pobres o de “clase media” que tienen que trabajar cada vez más para apenas mantenerse en el mismo nivel de sobrevivencia. Nada justifica esta situación de enorme injusticia, y todos deberíamos redoblar nuestros esfuerzos para combatir este mal durante el año que está a punto de iniciar.
En principio, a cada mexicano le debería tocar una parte igual de la riqueza nacional. De acuerdo con los mejores cálculos internacionales, el Producto Interno Bruto (PIB) per cápita de México hoy equivale aproximadamente a 10 mil dólares, o 130 mil pesos mexicanos, por año. Es decir, el valor de mercado de todos los bienes y servicios producidos en el territorio nacional durante 12 meses alcanzaría para que todos y cada uno de los mexicanos, incluyendo niños y personas de la tercera edad, recibieran un salario de aproximadamente 11 mil pesos mensuales.
Si México fuera un país justo, una familia de cuatro personas ganaría 44 mil pesos al mes. Quienes hoy reciben menos de esta cantidad, independientemente de su actividad laboral, están siendo explotados injustamente y tienen pleno derecho de protestar y demandar su justa porción de la riqueza nacional. En cambio, quienes ganan más de esta suma tendrían que ofrecer argumentos de peso, aceptables para todos, si pretenden validar su posición de privilegio dentro de la economía nacional.
Un ejercicio similar tendría que hacerse no solamente con respecto a los ingresos nacionales, sino también con respecto a la riqueza nacional. Esto significaría repartir de manera equitativa todas las ganancias generadas en un año, y también la totalidad de bienes y servicios acumulados a lo largo de las últimas décadas y poseídos hoy por los mexicanos. Si bien es muy difícil encontrar cifras confiables con respecto a la concentración de la riqueza, las cantidades son sin duda mucho mayores, y su redistribución generaría condiciones de mejor bienestar para decenas de millones de mexicanos.
El artículo 123, fracción IX de la Constitución señala que todos los trabajadores del país tienen “derecho a una participación en las utilidades de las empresas”. Si bien este derecho es violado con frecuencia por medio de una multitud de artimañas jurídicas y políticas, este texto constitucional expresa un avanzado y moderno concepto de la necesaria redistribución de las ganancias económicas. Esta lógica debería aplicarse no sólo a las utilidades “de las empresas”, sino a todas las ganancias del país en su conjunto, ya que la riqueza nacional surge del trabajo y el esfuerzo de todos los mexicanos.
En algunos casos, la concentración de los ingresos o la riqueza nacional en pocas manos se justifica con el fin de promover inversiones o ahorros de largo plazo o para aprovechar “economías de escala” en la producción de bienes y servicios. Por ejemplo, desde luego tiene sentido contar con un Estado fuerte que concentra algunos recursos y es capaz de obligar a los actores políticos, sociales y económicos más poderosos a respetar la ley. Asimismo, para la producción de algunos bienes y servicios particularmente sofisticados o complicados, existe la necesidad de hacer confluir recursos y talentos.
Pero un principio central en un sistema social moderno y racional debe ser que todos compartan de manera equitativa los frutos producidos por la sociedad de la cual forman parte. Hay que romper de una vez por todas con la fantasía neoliberal de que quienes tengan mayores ingresos “merecerían” su riqueza con motivo de sus “talentos” más desarrollados o su “estatus” más elevado. En una sociedad democrática ningún ser humano merecería recibir menos que otro, ya que todos serían esencialmente iguales.
Las evidentes diferencias superficiales que caracterizan nuestros físicos o nuestras personalidades no debieran ser utilizadas para justificar una situación de explotación y desigualdad oprobiosa e inaceptable. Habría que deshacernos del racismo, el machismo, el clasismo y el elitismo de una vez y para siempre.
Pongamos todos lo que esté a nuestro alcance para que 2014 sea simultáneamente un año de protestas y denuncias expansivas, en contra de la desigualdad, el saqueo y la corrupción, y un periodo de construcción de nuevas alternativas ciudadanas a favor de un país, y un mundo, más justo, pacífico y democrático.
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Twitter: @JohnMAckerman
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