Por: Jesús Robles Maloof - junio 26 de 2013 - 0:00
COLUMNAS, Robles en Sinembargo - 2 comentarios
Decidí ser defensor de derechos humanos alrededor del año 1990. Desde que tengo memoria, conocí a quienes se dedicaban a la defensa de derechos humanos, algunos de los cuales quizá nunca se pensaron así, pero dedicaron su vida a luchar contra la tortura y a sacar de la cárcel a los presos políticos. Fueron pioneros de los derechos de lesbianas y gays, y dentro de los mismos movimientos sociales buscaban romper con la dominación machista.
En la década de 1980, esas luchas se articularon bajo el discurso de los derechos humanos. Años en los cuales una nueva generación de voces se alzaba con fuerza impulsados por hermanos de otros países, también llegaron dominicos y jesuitas refugiados de las guerras civiles en Centroamérica. Mi decisión era sencilla: ser defensor de derechos humanos prometía y lejos parecían quedar los tiempos de las desapariciones y la tortura sistemática.
La prioridad de un régimen que se tambaleaba se había dirigido hacia la disidencia política. La izquierda política perdió a más de 700 militantes entre 1998 y el año 2000. Sabemos poco de ellos. Con Ovando y Valle, fueron asesinadas y desaparecidas cientos de personas que contribuyeron a la democracia y a los derechos humanos. Su propio heredero directo, el Partido de la Revolución Democrática, les olvidó.
El zapatismo también fue objeto de amplia persecución, desde los inicios del conflicto hasta la persecución de sus grupos de apoyo en todo el país. Mismo acoso que no se ha detenido hasta nuestros días. Digna Ochoa, Alberto Patishtán y Nataniel Hernández son ejemplo de que todo defensor cercano a las ideas zapatistas no podrá estar tranquilo no seguro.
fuente: http://www.sinembargo.mx/opinion/26-06-2013/15481
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