Lucía Lagunes Huerta (CIMAC)
Imagine usted su vida sin una persona que realice en su hogar el trabajo doméstico. Si usted quiere mantener la comodidad de tener limpia la casa y la ropa, comida caliente, etcétera, ¿cuánto tiempo tendría que invertirle? ¿En qué horario haría las labores que se requieren? ¿Antes de ir a trabajar o después de regresar de su jornada remunerada?
Si tiene hijas e hijos, ¿cómo combinaría su trabajo remunerado con las necesidades de apoyo escolar, diversión y afecto que necesitan?
Si al llegar el día de su descanso, en lugar de descansar, tuviera que encargarse de las tres comidas para su familia, hacer las compras de los víveres para la semana, la limpieza profunda de ciertas áreas de la casa, es decir, seguir trabajando.
Y si a esto se le agrega que por razones de crisis desde hace años el cuidado de personas enfermas o adultas mayores ha quedado a cargo de sus familias, ¿cómo cree que sería su vida?
¿Cuál sería el tiempo que le destinaría a estar con usted, a leer el libro que tanto quiere, ir al cine, ver amigos, participar en la política, estudiar o poder asistir a cursos, congresos o talleres que le permitan un mejor desarrollo?
Pero si además de todo lo que tiene que hacer, le dijeran que siempre usa a sus hijos como excusa para no trabajar más horas, que a usted mejor no hay que promoverle porque es responsable de la familia y siempre privilegia a la familia.
Si decidiera quedarse en el hogar para hacerlo todo, sin que nadie lo valore porque eso de hacer las cosas del hogar ni es para tanto, ni vale la pena, ni aporta nada, ¿cómo se sentiría?
¿Estaría saltando de alegría por dedicar el 100 por ciento de su tiempo para el bienestar de los otros, los otros que salen todos los días a trabajar o estudiar, mientras usted “sólo se dedica al hogar”?
Esta actividad tan desvalorada y menospreciada, ni más ni menos, equivale a 21.7 por ciento del Producto Interno Bruto.
Si el trabajo doméstico se cuantifica en salario éste debería ser de entre 25 mil o 40 mil pesos, según revela un estudio de la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco).
Y estos datos salen a la luz ahora porque el lunes fue el Día Internacional del Trabajo Doméstico. Trabajo que realizan millones de mujeres en el mundo de todas las edades, razas, religiones, tendencias políticas y condiciones económicas.
Un trabajo que por siglos se ha destinado como exclusivo y casi biológico de las mujeres. Como si trajeran en la cadena genética el deseo de la limpieza, la comida y el cuidado de los otros.
Por eso en muchas organizaciones políticas las mujeres son las responsables de las comisiones de la comida en marchas, mítines y plantones.
Este trabajo no sólo le ha impedido a millones de mujeres el desarrollo en otras áreas de la vida, sino que crea las condiciones de dependencia económica.
Las mujeres dedicadas exclusivamente el trabajo doméstico no cuentan con ninguna remuneración propia, dependen del ingreso de otros. Ni seguridad social para su vejez o para atender su salud; aun cuando son un derecho éstos se dan a través de la pareja, generando nuevamente dependencia.
El tiempo de ellas está en función de la necesidad de las demás personas que conforman su familia, pues aun cuando su prole se independice, el cuidado de nietas y nietos muchas veces recae en las abuelas, ante la imposibilidad de las hijas por acceder a una guardería, creando con ello ciclos de dependencia y explotación de las mujeres.
Evidenciar el gran aporte que hacen las mujeres con su trabajo gratuito en el hogar para las naciones y el mundo es la razón por la cual este día fue creado; al mismo tiempo se busca la valoración social del trabajo doméstico y de quienes lo hacen.
Sería bueno transformar la categoría de amas de casa y crear una nueva que dignifique y evidencie el aporte de las mujeres a través del trabajo doméstico.
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