12 de mayo de 2013

Tres historias de mujeres que sufren a sus hijos desaparecidos, y viven la indiferencia de autoridades

Tres historias de mujeres que sufren a sus hijos desaparecidos, y viven la indiferencia de “autoridades”:
Casos que no son “mediáticamente importantes”…
Shaila Rosagel / Sinembargo
Ciudad de México, 12 de mayo (SinEmbargo).- Las madres de hijos desaparecidos que marcharon el pasado 10 de mayo en la Ciudad de México tiene cosas en común: comparten visitas eternas e incontables a las agencias del Ministerio Público -sin respuesta ni solución efectiva a sus demandas- , conocen frente a frente a la impunidad y padecen un “cáncer” difícil de sanar. Están muertas en vida.
Las historias de estas tres mamás sólo son una pequeña parte de las cientos de mujeres que también viven en agonía e incertidumbre por desconocer el paradero de aquellos a quienes dieron vida. Comparten miradas cabizbajas, bocas resecas y rostros demacrados.

Recuerdan cada una, los detalles del Día de las Madres que sus hijos ausentes les regalaban; las cartas, los abrazos, las serenatas, los besos, los sueños, los planes, las llamadas, las conversaciones, las sorpresas y la dicha de sentirse plenas.
IVONNE ¿DÓNDE ESTÁS?

Fotos: Shaila Rosagel

Fotos: Shaila Rosagel

Sus ojos se avivan y una sonrisa discreta se le dibuja. Leticia Mora Nieto recuerda alguno de los muchos 10 de mayo que vivió con su hija Georgina Ivonne Ramírez Mora, desaparecida en Atizapán de Zaragoza, Estado de México el 30 de mayo de 2011.
Leticia, vestida con blusa y falda blancas, tiene los mismos ojos y barbilla de la joven de la fotografía que sostiene en las manos.
“Me hacía cartas donde me decía lo mucho que me quería. Siempre fue así, desde que era una niña. No era que me las diera personalmente, a veces me las echaba por debajo de la puerta y en alguna ocasión llegué a ver el momento que lo hacía”, dice la mujer de 50 años y ríe.
Ivonne es la segunda de dos hijas. Tenía 21 años cuando desapareció. La última comunicación que tuvo fue a través de una llamada al celular con su esposo.
“Ya voy en la combi, llego en cinco minutos”, le dijo. Pero nunca regresó.
Era un lunes, su día de descanso. La joven salió por la tarde a comprar algunos víveres para preparar la cena. En su casa en Atizapán, se quedaron esperándola sus dos hijas: una de año y medio y otra de ocho meses. Esto ocurrió hace casi dos años.
“Llegué a pensar ‘por qué seré tan feliz’ y mire, ahora sufro un cáncer que me está matando, este dolor tan grande de no poder encontrar a mi hija. Dejé mi trabajo, mi familia está destrozada”, dice Leticia.
Aquellos días de felicidad se esfumaron con la ausencia de Ivonne. De ser una mujer plena y sana, la madre de la joven enfermó y entristeció.
“Me van a operar de una úlcera que tengo en estos días. Nunca padecí de problemas de estómago, pero a raíz de lo de mi hija, he estado muy enferma”.
Leticia e Ivonne eran muy apegadas recuerda: “Yo le decía hija consíguete más amigas y ella sólo me decía ‘siempre estoy detrás de ti verdad mamá’. Vivíamos muy cerca en Atizapán, entonces ella siempre estaba en mi casa. Si se iba a comprar un vestido, unos zapatos, quería que la acompañara”.
Madre e hija tenías planes junta. Ivonne deseaba reunir dinero para invertir con su madre en un negocio de comida. Este fue el motivo que impulsó a la joven a trabajar en el casino “Carnevale”, lugar donde laboró solo 25 días, pues antes de cumplir el mes desapareció.
“Lo más triste es cómo se comportaron las autoridades del Estado de México. Me dicen que ‘es una mujer y a lo mejor se fue con el novio o que probablemente buscó dedicarse a conseguir dinero fácil’. No tienen corazón. El Ministerio Público no movió un dedo por encontrar a mi hija”, indica Leticia.
Desde que Ivonne desapareció, Leticia ha realizado cientos de visitas a la agencia y en varias ocasiones ha pagado de su bolsillo para realizar pesquisas.
Justo hace unos días la Subprocuraduría para la Atención de Delitos Vinculados a la Violencia de Género, de la Procuraduría General de Justicia del Estado de México (PGJEM), citó a Leticia para que diga a las autoridades qué hacer en las indagaciones sobre el caso de su hija y en caso de no asistir la amenaza con aplicar “los medios de apremio legalmente previstos en caso de desobediencia, procediéndose penalmente en su contra”.
“Las autoridades no hacen nada. Cuando recién desapareció mi hija iba a diario al MP y veía entre cuatro a cinco casos nuevos de mamás que buscaban a sus hijas. En el Estado de México desaparecen muchas jóvenes, la característica principal es que son atractivas, delgadas y de piel morena clara. A todas nos dicen lo mismo que esperemos, que ‘a lo mejor se fue con el novio’, pero nunca investigan”, dice.
Leticia está segura que Ivonne está viva y que permanece secuestrada fuera del país. El casino donde trabajaba cerró a los 20 días de su desaparición.
“Yo no he encontrado otro casino con ese nombre. Rastreando encontré uno en Colombia. Mi hija no está en México, la he buscado mucho y no hay ninguna pista sobre su paradero. Lamentablemente la trata de personas es un negocio que deja millones y a las jovencitas se las roban para prostituirlas o someterlas a trabajos forzados”, subraya.
Leticia hace una pausa. Cuando aparezca Ivonne no sabrá qué hacer, dice, y sus ojos cabizbajos se abren.
“Hemos platicado varias mamás sobre qué haremos cuando regresen nuestras hijas, si nada más de pensarlo, mire como se pone una. El otro día íbamos en un elevador y le entró una llamada a una de las mamás. En un momento pensó que era su hija, que era el celular de su hija y casi se nos desmaya. Yo no sé qué haré, pero sé que está viva, que la quiero encontrar viva”.
SE LO LLEVARON LOS MILITARES

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A su hijo lo secuestró una banda de militares en Torreón, Coahuila el 19 de diciembre de 2008.
“Ese día yo llegué de vacaciones a Torreón, porque vivía en esa época en el Distrito Federal. El quedó de irme a buscar a la terminal, y nunca llegó. A las cuatro de la tarde se perdió contacto con él”, recuerda Yolanda Morán.
Desde ese momento, Yolanda no ha dejado de buscarlo, a pesar de la dificultad del caso, pues Dan Jeremeeh Fernández Morán, de 34 años, fue secuestrado por un grupo de militares.
Al poco tiempo de la desaparición, fue aprehendido uno de ellos, un teniente de caballería que conducía el automóvil de Dan. El militar denunció a cinco cómplices y fueron arrestados tres de ellos y trasladados al Cereso de Torreón. Ahí un comando armado los ejecutó.
Dos años después fue detenido otro de los secuestradores y encarcelado de la misma forma que sus cuatro secuaces. Pero corrió con la misma suerte.
Ninguno dio señales sobre el paradero de Dan, y Yolanda tiene esperanza en el sexto cómplice que aún está prófugo.
“Estoy esperando que lo agarren para que ojalá él me pueda decir dónde quedó mi hijo, porque esto no es vida, es carne de mi carne. Nosotras las madres de desaparecidos, nos hemos vuelto defensoras de derechos humanos, investigadores. Hemos ido a cerros y a ranchos a buscarlos. No valoramos nuestra vida porque ellos son nuestra vida”, dice Yolanda.
La mujer de 59 años luce cansada. Es 10 de mayo y para ella, no hay flores ni la acostumbrada llamada que Dan le hacía a las doce de la noche para ser el primero en felicitarla.
“Las autoridades no nos hacen caso. Nos dicen que no hay presupuesto, no hay policías asignados, no hay dinero ni siquiera para darnos las copias del expediente. Nos da tristeza ver que ya les compraron carros nuevos a los diputados, que viajan en aviones de lujo y para los desaparecidos nada. Ellos actúan como si no existieran, pero mi hijo sí existe y esos son sus hijos”, dice mientras muestra una fotografía donde aparecen varios niños.
Dan desapareció cuando tenía 34 años. Hoy está a punto de cumplir 39. Yolanda lo espera con vivo.
Siempre lo piensa con vida, sueña con que está en algún lugar clandestino. Está secuestrado, pero algún día será rescatado y volverá a su hogar.
“HIJA, TE VOY A ENCONTRAR”

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Guillermina Hernández Alarcón toma el micrófono durante la manifestación de las madres de desaparecidos del pasado 10 de mayo. La mujer menuda desde hace tres años busca a su hija Selena Delgado Hernández, de 14 años.
“¿Dónde están los derechos de los niños?”, cuestiona a la audiencia y luego habla sobre el la actuación de las autoridades, en especial las de Ecatepec, Estado de México, donde la trataron con indolencia.
“Vuélvanse más humanos, que cuando exista una denuncia de nuestros hijos, no lo tomen como que se fue con su novio. Nuestros hijos desaparecen no por gusto, sino porque se los llevan, porque alguien los obliga. Las que puedan tengan un buen día de las madres, ténganlo, porque nosotras no podemos tenerlo”, dice con la voz entrecortada.
Guillermina toma aire. La voz le tiembla y contiene las lágrimas. Su rostro se angustia. Unos segundos después dice tajante: “Hija, te voy a encontrar”.
Selene desapareció el 29 de abril de 2010. La última vez que Guillermina vio a su hija fue durante el desayuno a las a las siete de la mañana. La adolescente tomó sus alimentos como normalmente lo hacía y su madre no percibió nada extraño.
La niña empacó su uniforme para hacer deporte y salió de su casa con la mochila a cuestas y se dirigió a la escuela secundaria donde cursaba tercer grado. Esa es la última imagen que la mujer guarda de su hija.
Selene nunca más regresó.
“La policía me dice que como no he recibido llamadas para pedir rescate, se fue con su novio y al rato va aparecer que porque eso dicen las estadísticas. Que mi hija llegará un día con un nietecito o dos. Yo les insisto que si ella no me habla, es porque no puede, ya son tres años así”, dice la mujer.
Guillermina no aguanta las lágrimas y el llanto aparece. Al año que desapareció Selene las autoridades que llevan el caso, perdieron su expediente.
“Perdieron el expediente de mi hija. Todo lo que había, fotografías, declaraciones, todo”, relata.
El rastro de Selene parece desvanecerse para su madre quien la llora desconsolada. Su hija, la niña cariñosa que dormía con ella, la que atendía una pequeña tienda familiar, parece cada vez más lejana ante la falta de resultados de las autoridades.
“Yo soy madre soltera y ella es la menor. El 10 de mayo siempre me despertaba. Era la primera, me abrazaba y me decía que me quería muchísimo. Era muy cariñosa. Me siento como perdida porque mi hija no está conmigo”, dice Guillermina.

Fuente: Sinembargo

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