1 de abril de 2013

Washington invade Latinoamérica - Plan B Lydia Cacho

Lydia CachoWashington invade Latinoamérica - 01/04/2013 | Periódico Zócalo:

Washington invade Latinoamérica


Si le preguntaran a usted dónde han hecho intervenciones de guerra los marinos norteamericanos en los últimos 12 meses, seguramente responderá que en Somalia, Afganistán, Irak, Yemen y Pakistán. Y sí, efectivamente los Estados Unidos tienen intervenciones guerreras en esos países, pero también las tienen en México, Honduras y Guatemala. Y si usted le pregunta al norteamericano común si sabe que sus impuestos se van a Centroamérica y México para asesinar civiles y fortalecer el intervencionismo militar, lo más probable es que diga que no. La política norteamericana de imponer el miedo a la ciudadanía para justificar espionaje y control de las vidas privadas se parece a la de su nuevo archienemigo: Corea del Norte.

Ambos gobiernos, con sus diferencias (uno democrático y otro socialista), fortalecen la inseguridad de la ciudadanía reiterando el peligro inminente de ser atacados por armas mortales de sus enemigos. Aunque los norteamericanos se han ganado a pulso a muchos más enemigos que Corea, y su papel en geopolítica es 100 veces superior, los dos construyen un discurso que asegura que su forma de vida y de gobernar es la buena. Que su intervencionismo se justifica porque los otros representan grandes riesgos para el mundo libre. Pero contrario a Corea, los Estados Unidos no quieren controlar al mundo amenazando con el uso de misiles, sino lo controlan de facto con la implementación de guerras regionales con drones y venta de armas e intervención de la CIA, el ejército y la marina.

Lo increíble es que Latinoamérica se ha acostumbrado a creer que esto es simplemente la aplicación de la política exterior y ayuda. Aunque sea intervencionismo que promueve la guerra, la violencia y las desapariciones forzadas como métodos de “justicia alternativa” en países sin Estado de derecho y sumidos en la corrupción. Es aquí donde está el negocio: según cifras oficiales Estados Unidos triplicó su venta de armas en 2011 y hoy día controla 78% de la venta de armamento en el mundo entero, con un valor de 66.3 mil millones de dólares anuales. Lo que queda claro es que mientras esperamos la discusión sobre el tratado de armas en la ONU, las organizaciones civiles presionan a Washington con argumentos sobre el respeto a los derechos humanos, y aunque este tema es central en la discusión, deberíamos denunciar cómo el país de Lincoln se ha convertido en el gran monopolio armamentista del mundo, denunciar que cada guerra que inicia enriquece a fabricantes y fortalece a las cúpulas políticas que se mantienen en el poder gracias a las negociaciones con los que hacen instrumentos para la muerte y el control social.

Por el momento, mientras los medios masivos se concentran en un solo discurso, no aparece en las primeras planas lo que nos urge conocer: las operaciones con un valor de 30 millones de dólares aprobadas hace siete meses en el congreso de EU para entregar armas a Juan Carlos Bonilla en Honduras, jefe de la policía acusado de implementar comandos armados para eliminar a bandas juveniles. Estas masacres son orquestadas con métodos de inteligencia y estrategia propios del ejército estadounidense. Pura y dura limpieza social. Honduras es el país con el índice mundial más alto en asesinatos, y las armas son eminentemente de la Unión Americana.

Cinco cosas tenemos en común México, Guatemala y Honduras en esta guerra contra el narco: la inteligencia y armas norteamericanas, las desapariciones forzadas y la limpieza social como sucedáneo de justicia; y el asesinato de periodistas que están descubriendo esto. En ese contexto los cárteles son el socio perfecto de los armamentistas norteamericanos y de nuestros inútiles gobiernos; compran armas y en medio de tanta muerte e impunidad colaboran en la creación de un escenario de desorden y opacidad que impide transparentar la perversidad de los dos grandes traficantes: los de drogas y los de armas. Los primeros son considerados delincuentes, los segundos se creen salvadores de la democracia.

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