24 de marzo de 2013

Cabezalcubo - Los cretinos y el jolgorio

Pope John Paul II
Cover of Pope John Paul II
Cabezalcubo:

Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch

Los cretinos y el jolgorio

Un estupendo recurso de desapercibimiento enajenante ante las atrocidades de la vida diaria en México es un apapacho papal. Que el reyezuelo de El Vaticano ponga el índice en este rincón de urbi et orbi y diga Beh, abbiamo... es preludio de un orgasmo mediático en primer lugar para la clerecía mexicana que así suele sentirse proyectada a interlocutora intergaláctica, esa clerecía habitada por muchos delincuentes y depredadores sexuales, por encubridores de pederastas o simples defraudadores y manipuladores perversos de la psique ajena, pero también por esa clase política de derechas muy cercana al clero y hasta por aquellos que a veces aparentaron otra forma de pensar: estar cerca de alguien famoso –tan famoso como el pontífice de Roma– suele convertir en pánfilo a quien teníamos por ecuánime.



La Iglesia católica es un organismo podrido, verticalista, misógino, paradójicamente homofóbico (alberga miles de homosexuales en sus filas pero acusa a la comunidad homosexual, para ponerlo en palabras de moda, de “movida del diablo”) y maneja un discurso absurdo en la praxis, de amor al prójimo, de humildad y compasión. pero sus dignatarios van vestidos como reyes de carnaval, exhiben oro y brocados, viven como señores feudales y raramente se acercan a la horizontalidad de su rebaño. Cuando un cura –o una monja– dedican su vida al misericordioso trabajo en bien del prójimo, a ayudar a los pobres y a los enfermos –sobre todo cuando se dedican, precisamente, a enseñarles a no ser pobres ni explotados ni sumisos–, es la cúpula mafiosa del clero la que los sentencia a marginalidad y ostracismo. Con apenas rascar un poco encontramos montones de casos de presbíteros apercibidos a no salirse del huacal, porque su quehacer en pro de los más necesitados, ésos que en última instancia a los prelados les importan un cardenalicio carajo, resulta incómodo para el poder político y los poderes fácticos que lo escoltan: demasiado cercanos a las sandeces populacheras del socialismo. Latinoamérica es un serpollar de casos así. Conozco curas en México que fueron enviados a parroquias remotas, lejos de la tramoya obispal, precisamente por señalar muchos y evidentes casos de corrupción en sus prelaturas, o cosas peores. Esos pocos religiosos entregados en verdad a ejercitar sus evangelios allá siguen lejos, recónditos, incómodos. Recordemos verbigracia la coadjutoría de Raúl Vera ordenada por Karol Wojtyla para frenar la prédica revolucionaria del Tatic Samuel Ruiz como obispo de San Cristóbal cuando el presunto levantamiento zapatista le torció el rabo –al menos en los medios– al neoliberalismo salinista.


En la cima de la curería es diferente. Allá arriba el mundo es otra cosa y se decide en cónclaves, en susurros, en reuniones secretas e intercambio de intrigas, entre lujos y amanuenses, ricos manjares y jofainas de porcelana con agua tibia donde lavarse las manos. Esa es la Iglesia que celebran los cretinos vociferantes de los medios masivos hoy. La reciente aparición en la vida pública del mundo, creyente o no, de Jorge Mario Bergoglio ungido Petri Apostoli Potestatem Accipiens es una preciosa muestra de ese mundillo zafio. Los conductores de noticias de las principales televisoras en México berrearon que tienen Papa hasta la náusea, como poseídos por el espíritu santo del ácido lisérgico. Claro, si los dueños de ambas televisoras son de recalcitrante fanatismo católico: Salinas Pliego y su mujer están estrechamente vinculados a organizaciones de ultraderecha, como los Tecos de la Universidad Autónoma de Guadalajara y el Opus Dei, mientras que apenas entrar uno al edificio de Televisa en Chapultepec 18 lo primero que se encuentra, en una vitrina de cristal, es una silla donde el polaco Wojtyla asentó sus pontificias posaderas en una de sus primeras visitas a México.

Qué importa que los papas anteriores fueran oficiosos demoledores de la opción por los pobres. Qué importa que hayan protegido a pederastas y depredadores sexuales. Qué importa que el hoy pontífice fuera cercano a un cerdo genocida como Emilio Massera durante la dictadura en su natal Argentina donde, por cierto, a lo largo de su ascensión canóniga nunca se caracterizó por oponerse, criticar en serio o señalar las atrocidades de la Junta Militar y sí, en cambio, se le vio a menudo en cenas, presentaciones públicas y hasta en daciones de doctorados honoríficos a milicos asesinos…Qué importa. Eso no lo mencionan los cretinos de la tele. A ellos sólo les importa que ya tienen Papa.

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