John M. Ackerman
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ace 20 años, en enero de 1994, los dos extremos del México moderno celebraban sus respectivas victorias históricas. La oligarquía brindó con júbilo ante la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) que garantizaría sus inversiones y abriría nuevas oportunidades para el saqueo de las riquezas y la sobrexplotación del trabajo nacionales por el capital internacional. En el mismo momento, la sociedad mexicana celebró el renacimiento de la esperanza democrática con el levantamiento indígena del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en Chiapas. Hoy los oligarcas son más ricos y las comunidades zapatistas avanzan con paso firme hacia la consolidación de su autonomía, pero el resto de la sociedad mexicana se hunde en un pozo de olvido, pobreza y desesperanza que pareciera no tener fondo.
El resultado más importante del TLCAN ha sido la total subordinación de la política económica mexicana a los dictados de Washington y del gran capital internacional. Todos los estudios demuestran que si bien el TLCAN ha generado un aumento en la inversión extranjera directa, sobre todo desde Estados Unidos, este flujo de recursos no ha propiciado procesos de desarrollo sostenible o sustentable de largo plazo. En los últimos 20 años el crecimiento económico se ha estancado, la desigualdad se ha profundizado, el medio ambiente se ha degradado y la pobreza se mantiene en un nivel totalmente inaceptable.
Sin embargo, lo más grave ha sido la desarticulación estructural de la economía mexicana. Los campesinos y los indígenas han sido obligados a abandonar sus tierras y migrar hacia Estados Unidos a una tasa sin precedentes; una multitud de pequeños y medianos empresarios han tenido que cerrar sus negocios y, en general, se han debilitado las cadenas productivas nacionales en favor de una inserción cada vez más subordinada y desigual en los circuitos internacionales del capital. Las oportunidades laborales disponibles hoy para los jóvenes, mal pagadas, sobrexplotadas y con pésimas condiciones de trabajo, son el espejo más fiel del gran fracaso del TLCAN, y el proyecto neoliberal que lo acompaña, para traer justicia, paz y desarrollo a México.
Este desmembramiento nacional ha sido la verdadera causa para el desastre de violencia, inseguridad y muerte que ha acompañado la guerra contra las drogas iniciada por Felipe Calderón y mantenida sin cambio alguno por Enrique Peña Nieto. La lógica del sálvense quien pueda que hoy predomina en el país convierte el abuso y la acumulación en la única forma para garantizar un mínimo patrimonio familiar para millones de ciudadanos. La inseguridad económica deviene en inseguridad pública y corrupción gubernamental.
En este escenario, los dignos indígenas rebeldes de Chiapas han logrado evitar su exterminio por la máquina de destrucción neoliberal. Tal y como han documentado en estas mismas páginas Luis Hernández Navarro, Adolfo Gilly y Gilberto López y Rivas, los saldos del levantamiento armado del 1º de enero de 1994 son positivos para quienes participaron en ello. El EZLN también hizo una enorme contribución a la democratización de la República y al movimiento global en contra de la globalización neoliberal. La reforma electoral de 1996 fue resultado directo del valiente levantamiento y la ola mundial de protestas históricas en las reuniones de la Organización Mundial del Comercio y de otros organismos multilaterales antes y después del cambio de milenio debe gran parte de su fuerza al ejemplo de los indígenas mexicanos.
Sin embargo, el EZLN no tuvo suficiente fuerza para articular un movimiento más amplio que pudiera transformar las coordenadas de la política nacional. Hoy nuestra democracia es igual de falsa y fraudulenta que la de 1994. Hoy como entonces las elecciones no sirven para empoderar a los ciudadanos, sino simplemente para aparentar legitimidad para el dominio de los mismos poderes fácticos de siempre. Y hoy como entonces la solución no se encuentra en esperar a los siguientes comicios, sino actuar desde ahora de manera organizada y consciente para desarticular el discurso de dominación y la realidad de la explotación.
La inédita velocidad con que se aprobaron las reformas a los artículos 25, 27 y 28 de la Constitución en materia energética ratifican una vez más que nuestra Carta Magna sigue siendo un instrumento sumamente maleable a los designios del poder. Así como hoy Peña Nieto y sus socios en el PAN y el PRD han aprovechado de su efímero control sobre las instituciones gubernamentales para complacer a sus amigos de las empresas petroleras internacionales, mañana una nueva coalición de ciudadanos dignos inspirados por la lucha zapatista y forjados por la experiencia de las imposiciones electorales de 2006 y 2012 podrán revertir con la misma rapidez los cambios constitucionales realizados.
El pasado 20 de diciembre el pueblo le hizo el vacío a la corrupta clase política en el acto formal de promulgación de la contrarreforma energética. Así como nadie salió a las calles para celebrar la victoria de Peña Nieto el pasado 1º de julio de 2012, hoy la sociedad vuelve a dejar solo a un presidente que solamente representa el poder del dinero y la corrupción. Tal como señaló la académica Irma Eréndira Sandoval en la Marcha en Defensa de México, el pasado 20 de diciembre: “Así como un río sin agua no es un río, una democracia sin pueblo simplemente no es democracia”. Ha llegado la hora para construir una nueva fuerza social capaz de derrocar, pacíficamente, pero sin un horizonte electoral inmediato, al puñado de corruptos y explotadores que hoy nos malgobierna.
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