En vísperas de que se cumplan 20 años de la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), el embajador de México en Estados Unidos, Eduardo Medina Mora, anticipó que el gobierno de nuestro país, junto con los de Washington y Ottawa, buscará avanzar en una nueva visión estratégica de ese instrumento comercial durante la cumbre de líderes a realizarse en febrero próximo.
Por su parte, el presidente del Consejo Coordinador Empresarial, Gerardo Gutiérrez Candiani, dijo que en la coyuntura actual es oportuno replantear y relanzar el TLCAN, el cual ha entrado a una fase de relativo estancamiento.
La insistencia de las autoridades y de la iniciativa privada en la necesidad de reformular el TLCAN obliga a recordar el carácter inequitativo y contrario a los intereses de la nación que tuvo desde sus orígenes ese convenio, el cual constituyó en su momento un espejismo de impulso para nuestro país. Por el contrario, a lo largo de estas dos décadas ese acuerdo comercial tripartito ha tenido gravísimas consecuencias en México para los sectores mayoritarios, ha causado un profundo daño en diversos ramos de la economía nacional –como el sector agrícola y el industrial– y ha debilitado el mercado y la economía internos, a consecuencia de los términos inequitativos en que fue suscrito –el sometimiento de nuestro país a un proceso integracionista profundamente desigual– así como por el cumplimiento irregular de ese instrumento del gobierno de Washington, el cual ha mantenido los subsidios a su sector agrícola y ha tolerado e impulsado prácticas comerciales desleales.
En términos macroeconómicos las cifras son contundentes. Al momento de la firma del TLCAN, la balanza comercial de México con el exterior registraba un superávit de más de 500 millones de dólares; ese mismo balance acusaba un déficit de más de 2 mil millones de dólares al primer semestre de este año. En estos 20 años, las importaciones de granos y oleaginosas pasaron de 8.8 millones de toneladas en 1993 a 29.26 millones en 2012, lo que ha destruido una parte significativa de la infraestructura productiva, ha multiplicado el desempleo agrícola y ha profundizado el abandono de los entornos rurales.
En lo social, la promesa de que el TLCAN aceleraría el ingreso de México al primer mundo se ve desmentida por datos como los recientemente publicados en un reporte del Banco Mundial, según el cual la proporción de mexicanos en pobreza respecto del total de la población es ahora tan alta como hace dos décadas: 52 habitantes de cada 100.
En una circunstancia como la actual, y habida cuenta de la correlación de fuerzas políticas y la ideología del grupo en el poder, es previsible que el anunciado relanzamiento del TLCAN, en caso de concretarse, derivaría en un apuntalamiento de los vicios y del potencial nocivo de ese instrumento. Es de suponer, por ejemplo, que se incorpore a él la apertura del sector energético de nuestro país, derivada de la reforma constitucional recientemente aprobada y promulgada.
Con todo, es pertinente y necesario insistir en que la superación de los rezagos sociales y económicos del país requiere de este gobierno una reformulación profunda de ese instrumento, que corrija las enormes deficiencias estructurales del mismo: la dependencia económica de México respecto a la nación vecina; el abandono de los entornos agrícolas, con la correspondiente pérdida sostenida de soberanía alimentaria, la destrucción de tejidos sociales comunitarios y la dolorosa emigración del agro; el desmantelamiento de la industria nacional, acompañado de contenciones salariales injustificables, y el abaratamiento de la mano de obra nacional con el fin de beneficiar a los capitales trasnacionales.
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