Gustavo Gordillo
H
oy que se cumple el primer aniversario del #YoSoy132 es indispensable señalar que su aportación central tiene dos vertientes. Una, estratégica al impugnar el centro de los poderes fácticos: el duopolio televisivo. Otra que me parece más bien táctica: convertir unas elecciones donde todo parecía decidido de antemano en una verdadera contienda electoral.
A finales de mayo de 2012 la irrupción estudiantil había logrado transformar ante la opinión pública unas campañas insípidas en una competencias que incitó a la participación ciudadana, y convertir la democratización de los medios en una demanda con base social movilizada.
En el México de 2013 aún con una democracia precaria, el efecto del #YoSoy132 tiene por lo pronto dos consecuencias: ampliar las movilizaciones ciudadanas con la presencia de una nueva generación de activistas estudiantiles, y reanimar el debate de ideas evidenciando las limitaciones de la transición para vislumbrar cómo se avanza hacia un régimen de mayor democracia.
Ni el Pacto por México puede atribuirse al #YoSoy132 –muchos al contrario lo rechazarían–, ni la reforma de las telecomunicaciones es resultado exclusivo de la movilización estudiantil del año pasado.
Pero su impacto en resultados electorales que afectan todo el sexenio generó una configuración en el Congreso que hizo imposible el gobierno exclusivo de un partido.
Por su parte, la demanda por la democratización de los medios ha sido impulsada por organizaciones como AMEDI y analistas y políticos como Raúl Trejo o Javier Corral. Pero sin la movilización del #YoSoy132 quizá habría llevando más tiempo una reforma como la aprobada recientemente en el Congreso.
Se puede caracterizar de muy distintas maneras al #YoSoy132 y en los ensayos que comienzan a publicarse se expresan esas diversas interpretaciones. Habrá muchas más seguramente y eso alimentará la deliberación democrática. Por eso mismo es tan indispensable la reconstrucción de hechos a partir de los actores mismos.
En relación con 1968, a pesar de la terrible represión, se produjo un libro clave El movimiento estudiantil de 1968, de Ramón Ramírez, quien proporcionó una detallada cronología y una amplia colección de los documentos generados por el movimiento; y los textos seminales de Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska. Pero sólo mucho después los actores mismos elaboraron su versión de los hechos, como fueron los libros de Raúl Álvarez y Gilberto Guevara, los dos principales dirigentes. El texto imprescindible para entender el 1968 La tradición de la resistencia, de Monsiváis, fue publicado 40 años después.
La manera como ha concluido el #YoSoy132 diluyéndose lentamente pero con triunfos reales –que no todos reconocen– hará menos complicada la tarea de reconstrucción de una memoria todavía fresca. Tres miembros destacados de este movimiento: Carlos Brito, Vladimir Chorny y Daniel Cubría han emprendido desde hace varios meses la tarea de esa reconstrucción apoyados en testimonios directos de más de 40 jóvenes que tuvieron una participación directa en el movimiento.
Esa reconstrucción permitirá reconocer algunos rasgos importantes de este movimiento.
1) El movimiento como producto espontáneo de un conjunto de casualidades, convergencias y errores garrafales en un contexto propicio para las movilizaciones contestatarias.
2) La profunda animadversión que movimientos ciudadanos de esta naturaleza causan en grupos organizados de derecha o de izquierda, y los intentos afortunadamente infructuosos por manipular el movimiento o capturar a sus dirigencias dado su carácter horizontal.
3) Y a pesar de todo –campañas negativas, intentos de divisionismo, propósitos manipuladores–, la creatividad y astucia política permitió que una conducción social ciertamente atropellada, contradictoria y tumultuosa, pudiera ofrecerle al país, esperanza y a los jóvenes un camino de lucha.
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