CalderonBush (Photo credit: Wikipedia) |
John M. Ackerman
Enrique Peña Nieto, político mexicano. (Photo credit: Wikipedia) |
A primera vista, pareciera que milagrosamente los sueños del movimiento No + Sangre se habrían colmado. Recordemos aquel 8 de enero de 2011, cuando destacados caricaturistas como Rius, El Fisgón, Hernández y Helguera unieron esfuerzos con el diseñador gráfico Alejandro Magallanes para lanzar esta poderosa iniciativa que buscaba poner fin a la guerra de Calderón. Rápidamente miles de intelectuales, escritores, activistas, víctimas, periodistas y artistas se unieron a la causa. Uno de los momentos cumbre del movimiento fue la bella jornada de Un minuto x No + Sangre, celebrado el 6 de junio de 2011, donde participaron cientos de víctimas y destacadas figuras públicas que incluyeron a Olga Reyes Salazar, Miguel Ángel Granados Chapa, Genaro Góngora Pimentel y Lydia Cacho, entre otros. El reclamo principal de quienes impulsamos tal iniciativa fue la exigencia de poner fin al baño de sangre y la verdadera búsqueda de la paz y la seguridad de los mexicanos, tal como lo resumimos en un par de artículos en aquellas fechas, tanto en español (ow.ly/gjZC6) como en inglés (ow.ly/gjZDa).
Los ataques desde el gobierno y los medios oficialistas no se hicieron esperar. A los promotores de la iniciativa se nos descalificó como cómplices del narco y se lanzó una contraofensiva ideológica con el Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia. En lugar de escuchar los reclamos de la sociedad, Calderón en su eterna terquedad sólo buscó imponer una nueva percepción de la violencia en los medios para poder continuar con la errada estrategia gubernamental de siempre.
Hoy el discurso es diferente, pero los fines que se persiguen no tienen nada que ver con aquellas exigencias del movimiento No + Sangre. En lugar del establecimiento del estado de derecho de buscar retornar a las estrategias de complicidad y negociación del pasado.
Como bien lo mostraron los zapatistas el viernes pasado, el silencio muchas veces dice más que mil palabras. En su presentación ante el Consejo Nacional de Seguridad Pública el pasado 17 de diciembre, Peña Nieto no mencionó una sola vez el tema del crimen organizado, no abordó el tema del lavado de dinero, ni pronunció la palabra corrupción. Para el Presidente solamente hay delitos, pero no existen delincuentes ni mucho menos la delincuencia organizada o los cómplices gubernamentales.
La única mención al tema del crimen organizado fue de Miguel Osorio Chong, quien criticó la estrategia de Calderón de captura y abatimiento de grandes líderes de las organizaciones criminales por haber generado un proceso de fragmentación de grupos que hoy operan con una lógica distinta. Pasamos de un esquema de liderazgos verticales, a uno horizontal, que los hace más violentos y mucho más peligrosos.
Tanto el silencio de Peña Nieto como el nada casual comentario de Osorio Chong constituyen una invitación implícita a los capos del narcotráfico para que vuelvan a organizarse de manera vertical, como en los hechos nunca dejó de hacerlo el cártel de Sinaloa, para que se sienten en la mesa de negociación con el gobierno federal y los tres principales partidos políticos. Vicente Fox, quien se sumó gustoso a la campaña de Peña Nieto y hoy espera sus recompensas, lo dijo explícitamente hace un año en un discurso en el Instituto Cato, al señalar que el gobierno mexicano debería sentarse en la mesa para pactar un cese al fuego con los principales narcotraficantes, de manera similar, dijo, a como se hizo con el EZLN en 1994.
Recordemos también las declaraciones de Sócrates Rizzo, ex gobernador priísta de Nuevo León, en añoranza de los viejos tiempos del PRI: “De alguna manera se tenía resuelto el conflicto del tráfico de drogas, había rutas bien establecidas… Había un control y había un estado fuerte y un presidente fuerte y una procuraduría fuerte… y entonces de alguna manera decían ‘tú pasas por aquí, tú por aquí, pero no me toques aquí estos lugares; algo pasó”.
Así como la violencia desbordada en Ciudad Juárez fue emblemática de la estrategia fallida de Calderón, quizás la relativa paz de hoy en esa misma ciudad llegue a ser el mejor ejemplo del eventual fracaso de la nueva estrategia de Peña Nieto. Un reportaje de la Agencia Reuters (disponible aquí: goo.gl/z3Ibp), por ejemplo, sugiere que la reciente reducción de la tasa de homicidios en Juárez no se debe a la imposición del estado de derecho, sino a la conquista de la ciudad por el cártel de Sinaloa y la emigración, o desplazamiento forzado, de la sexta parte de su población. El nivel de extorsión de los negocios locales por criminales, por ejemplo, aparentemente se encuentra en su nivel más alto en años.
La paz verdadera no puede nacer de la negociación de la ley y la abdicación del Estado frente a los poderes fácticos y los criminales, sino solamente a partir del auténtico fortalecimiento institucional y empoderamiento social. No nos dejemos engañar.
johnackerman.blogspot.com
Twitter: @JohnMAckerman
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