25 de noviembre de 2012

24 mil o 14 mil desaparecidos - pasquines ahora descubren la realidad de las desapariciones del régimen de CALDERON

QUE LA NACION ME LO DEMANDE JUICIO A CALDERON
QUE LA NACION ME LO DEMANDE JUICIO A CALDERON (Photo credit: trianero2)
24 mil o 14 mil desaparecidos:
Las procuradurías dieron una cifra aproximada, antier corregida por la CNDH. Los primeros lo hicieron para tener argumentos con los cuales eludir su responsabilidad. Por lo pronto los procuradores de justicia aceptan, sin conciliar los números, que en cuatro años desaparecieron 14 mil mexicanos, y sólo el 17 por ciento de esos casos fue resuelto. Derechos Humanos sostiene que son 24 mil.


     De inmediato el secretario de la Gobernación elude la responsabilidad histórica, moral, jurídica y política del gobierno federal, y afirma que corresponde asumirla a las entidades federativas donde se dieron esos casos, como si esas desapariciones no fuesen uno de los nefastos resultados de la guerra presidencial al narco, en la que las víctimas suman más de 80 mil cadáveres, cuya mayoría terminó en fosas comunes.

     La desaparición es un delito cuyos efectos trascienden los de homicidio, asesinato y ejecución, porque el sujeto queda en el limbo jurídico, judicial, anímico, legal y comercial sobre el cual se fundamenta la investigación, y sobre quien los familiares y amigos conservan un destello de esperanza para recuperarlo.

     Trasciende a los otros tres delitos, porque los deudos tienen un cadáver sobre el cual llorar o volcar sus frustraciones y reclamos, pero un desaparecido, un borrado, únicamente suscita añoranza, melancolía, ensueño y una profunda, profundísima tristeza. Es mucho peor y más frustrante que tener a un amigo, un familiar, en estado de coma durante años y años, aunque un muerto cuyo cuerpo no fallece, es también un desaparecido, pues el hálito de vida dejó de estar presente.

     Recuerdo, evoco las imágenes de la Shoa, los textos pacientemente y con horror leídos, notoriamente los debidos a la pluma de Primo Levi, de Imre Kertész, de Elie Wiesel, para concluir que es cierto que el horror de la tortura, el uso industrial del cuerpo humano, los experimentos médicos, superan toda proporción y están más allá de cualquier consideración humana.

     Lo mismo sucede con los relatos del gulag, o lo que a ciencia y paciencia cuenta a los lectores Alejo Carpentier en El recurso del método, y a pesar de todo ese dolor percibido a través de las páginas, nada es comparable a la desaparición.

     Para los familiares y amigos las consecuencias de la desaparición de un ser querido son múltiples y permanentes desde el punto de vista legal, porque no puede cerrarse un expediente anímico, afectivo, legal, económico. El desaparecido y sus allegados entran en una especie de suspensión del transcurso del tiempo, todo se detiene porque nada se sabe de quien deja un vacío que, tarde o temprano, puede ser llenado por él mismo.

     He conversado con padres, madres, hermanas, hermanos de desaparecidos. En sus ojos aparece un pozo negro, profundo, ajeno a la amargura, marcado por la incertidumbre y adornado por la tristeza.

     Pero se empeñaron en construir un memorial a las víctimas militares. Es momento de que preguntemos cuáles lo merecen: ¿las reconocidas por el gobierno, o las reales?

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