5 de agosto de 2012

El nuevo avión presidencial, más caro que el de un príncipe saudí

El nuevo avión presidencial, más caro que el de un príncipe saudí:

Costo: $10 mil millones; el de la realeza árabe: $6 mil millones





Una decisión de Estado justifica la adquisición de la aeronave




El transporte aéreo de los jefes de Estado o de gobierno ha sido un tema controvertido casi desde su existencia. Cuenta la leyenda que el primer presidente de México que abordó un avión fue Francisco I. Madero. No se sabe si para transportarse o para divertirse, pero hay una foto que parece confirmarlo. Con toda seguridad, el mártir de la democracia mexicana jamás se imaginó que pasada una centuria y en seguimiento de su tradición, el actual gobierno de nuestro país compraría una nueva nave presidencial a un costo nada más y nada menos que de 750 millones de dólares, casi 10 mil millones de pesos.





El uso de las aeronaves imperiales, reales, presidenciales o gubernamentales no ha sido nunca un capricho, sino una necesidad, como lo demuestra la historia del transporte: desde los tiempos más remotos los líderes, libertadores o jefes de Estado se han transportado en vehículos o sobre bestias siempre especiales y fuera de lo común. Así, Ciro, Xerxes, Alejandro Magno, Julio César, el Cid, Napoleón y todos los de su linaje se desplazaban sobre caballos tan célebres como Bucéfalo, Babieca y Vizir, o poseían carruajes siempre tirados por los mejores ejemplares, ya fueran equinos, o paquidérmicos por ejemplo, y los emperadores chinos así como muchos dignatarios y ricos europeos –en émulo de poderosos de todas las épocas– eran llevados en palanquines hasta el alba del siglo XIX. Quién no recuerda la enorme embarcación fluvial que el príncipe de Táuride, Gregorio Potemkin, mandó construir para la emperatriz, su ex amante y patrona, Catalina II de todas las Rusias, cuando la llevó a tomar posesión de su nuevo territorio de Crimea sobre el río Dniéper, en torno al que cambiaba el paisaje con aldeas de utilería que se transportaban por la noche para la mañana siguiente, y la soberana observara la prosperidad de sus tierras.



Fuente: La Jornada



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