HONRADO Y LADRÓN, MINISTRO Y POETA, MENSO E INMENSO.
Guillermo Prieto, antes que nada poeta, luego cronista y luego historiador, de esos historiadores privilegiados que primero hacen la historia y luego la escriben, tuvo además un lado obscuro: fue ministro de Hacienda ¡cuatro veces! Mariano Arista, Juan Álvarez, Benito Juárez (dos veces) fueron los presidentes que confiaron en el poeta Prieto los dineros de la nación, entonces en ciernes.
Si México ha tenido un ministro de hacienda honrado, ese ha sido Guillermo Prieto. Y sin embargo, arrastró en la vida una muy bien ganada fama de ladrón. ¿Cómo está eso, tecleador infame? ¿Por fin, era Prieto honrado, o ladrón? Era honrado a cual más, sin duda alguna; pero la fama de ladrón se la ganó a pulso. Paso a explicarme:
Cuando Guillermo Prieto murió (1897), hubo necesidad de enterrarlo. Para enterrar a la gente, sobre todo en aquellos tiempos, se le vestía con sus mejores garras. En el caso de Prieto sus mejores prendas eran eso efectivamente: garras. No hubo entre sus ropas un solo traje con los botones completos. Así que sus restos yacen allá, en la Rotonda de los Hombres Ilustres, vestidos con un saco sin botones.
A él, que fue, ya se dijo, cuatro veces ministro de Hacienda, dos veces por lo menos Administrador General de Correos, ¡veinte veces diputado! A él, al gran Guillermo Prieto, no pudieron enterrarlo con ropas completas. Pasó por los agitados mares de la administración pública, hizo política toda su vida, y nunca se le pegó un peso, o un terrenito, o un yate. Esa fue la mejor poesía de Guillermo Prieto, ministro, legislador, poeta. Esos eran, así fueron, los mexicanos que hicieron la Reforma, los mexicanos que hicieron a México.
La fama de ladrón le viene de lo mismo: En su calidad de ministro de Hacienda, por cuarta vez (1861), en la República juarista, le correspondió ejecutar la ley de manos muertas (que había sido planteada desde 1847 por Valentín Gómez Farías). Emitió Guillermo Prieto el decreto que declaraba propiedad de la nación los bienes del clero. Puso el ejemplo desamortizando algunas propiedades en manos de la iglesia (había para escoger: la mitad de las tierras eran propiedad del clero). Renunció al ministerio después de poner el mal ejemplo de hacer justicia hacendaria; que para eso lo había designado Juárez. Luego se fue con su musical poesía a otra parte.
Ese “despojo” justiciero, bendito despojo, nunca le fue perdonado. El partido conservador (el PRIAN de entonces) no se lo perdonó. Derrotados militarmente, los conservadores tuvieron fuerzas para menear sus lenguas y sus plumas (los ciros, joaquines y loretes de entonces). A fuerza de repetir la mentira, tal como ahora, le fabricaron a Prieto su reputación de ladrón, de la que se lamentaba tristemente en sus años últimos.
Dicen que la historia oficial agranda falsamente a los hombres que la hicieron. Puede ser. Pero basta conocer un poco la vida de los héroes de la Reforma para verlos como gigantes. Es posible que hayan sido mortales comunes y corrientes; pero comparemos a Guillermo Prieto con los ratones que nos han ¿gobernado? desde hace 30 años, y reconoceremos su estatura de gigante.
Veamos, por ejemplo, al ratoncito azul que hoy despacha en Hacienda. Ese pobre roedor no halla si corretear al queso de su sueño guajiro presidencial, o pertrecharse a piedra y lodo en su ratonera hacendaria. Mientras tanto, no desaprovecha oportunidad para decir mensadas, como aquella de los seis mil pesos.
Comparemos, pues, a Ernesto Cordero con Guillermo Prieto: uno menso, el otro inmenso.
Martín Vélez.¡AMLO 2012!
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