5 de octubre de 2006

ROBERTO CASTELÁN RUEADA: FANATISMOS

NOTA ORIGINAL PÚBLICO MILENIO

Hay un dicho muy viejo que, conforme pasa el tiempo, parece asegurar su vigencia. Era muy común oír a nuestros padres o abuelos, cuando las reuniones familiares llegaban a su nivel más álgido, advertir que no es bueno hablar con los familiares o amigos “ni de política, ni de religión, ni de deporte”, porque las pláticas amenas se transformaban en violentas discusiones.

Este antiguo dicho simplemente confirma la derrota de la razón, del pensamiento reflexivo, frente a la fuerza del saber adquirido por convicción familiar o por convencimiento afectivo. Le “vamos” a un equipo, a un partido o a una religión, porque así crecimos. Porque así nos criamos.

Podemos tolerar al otro, siempre con la convicción de que la razón nos asiste. El otro es un menor de edad, un alma perdida, un pobre ser humano extraviado. Podemos mirarlo con desprecio o arrogancia, con compasión o lástima, pero nunca debemos bajar la guardia

Debemos cuidarnos del otro porque en cualquier momento va a pretender hacernos dudar de nuestras convicciones. Dirá que nuestro equipo ganó porque alguien dio ventaja, que nuestro candidato es un pobre diablo y que nuestra fe religiosa no se demuestra en nuestros actos cotidianos.

Poco a poco hemos instalado al fanatismo como la única posibilidad de ser nosotros mismos. Como el final del rito de iniciación para salir a la vida. El fanatismo es la antípoda del pensamiento medianamente analítico. Sin embargo, conforme avanza el siglo XXI y las llamadas nuevas tecnologías de la información abandonan lo novedoso para instalarse en la cotidianidad, el fanatismo parece convertirse en la forma unánime de pensar del ciudadano.

El fanatismo es la convicción inexplicable. Es la ausencia de argumentos o la abundancia de argumentos no rebatibles. Es una afirmación categórica: “porque así pienso”, carente de pensamiento.

¿Qué cosa es mi equipo? Un determinado número de jugadores que provienen de otros equipos y que antes odiábamos. Jugadores que hacemos héroes aclamados por el presidente, bandera en mano y que su dueño, el que los compra o vende, los trata como modernos esclavos con automóvil último modelo en la puerta. Un equipo que tiene dueño, nuevo rico o rico de abolengo para el cual no existo. Pero es mi equipo.

¿Y mi partido político? Se que está conformado por pederastas, violadores, deshonestos, timadores, mentirosos, incumplidos que con mis impuestos sólo benefician a sus empresas familiares y a sus amigos más cercanos. Sin embargo, voto por ellos, los defiendo y empobrezco.

En la vida, siempre es bueno tener convicciones.

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