17 de octubre de 2006

DAVID GÓMEZ ÁLVAREZ: CONTRA LA POBREZA

NOTA ORIGINAL PÚBLICO MILENIO

Cuando se pensaba que la disminución de la pobreza era una tendencia irreversible, se confirmó lo que algunos especialistas habían adelantado: que la pobreza rural había aumentando. De acuerdo con cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, el número de pobres alimentarios –a quienes no les alcanza ni para comprar la canasta básica– pasó de diez a doce millones en el campo mexicano.

Estas preocupantes cifras provienen de los resultados de la Encuesta Nacional de Ingreso-Gasto de los Hogares del año pasado, cuyos resultados no fueron dados a conocer sino una vez transcurridas las elecciones, apenas el 30 de septiembre pasado. Más allá de la polémica desatada por el manejo político de la información sobre la medición de la pobreza, algo que no debería supeditarse a las coyunturas electorales, lo cierto es que estos resultados no son alentadores.

Lo paradójico del caso es que, mientras la pobreza rural aumentó en los últimos dos años, el ingreso promedio de los hogares mexicanos también aumentó en casi 4 por ciento durante el último lustro. Esto significa que el país se está tornando más desigual, pues mientras aumentan los ingresos también aumenta el número de pobres extremos.

Esta desigualdad es palpable no sólo entre regiones del país, sino dentro de las propias entidades federativas. Según el Informe de Desarrollo Humano (IDH) del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Jalisco pasó de tener un nivel de desarrollo medio a uno alto, equiparable al nivel de desarrollo de países como Panamá. Sin embargo, a su interior tiene municipios con niveles de desarrollo mucho menores, equiparables al de Nicaragua. Este lastre no sólo es social, sino económico, en la medida en que la competitividad de un país o un estado pasa por la productividad de sus habitantes, que no puede darse en condiciones de marginación.

De ahí que algunos especialistas adviertan que programas como Oportunidades han llegado a su límite de efectividad. Los programas sociales en efecto contribuyen a disminuir la pobreza, pero no necesariamente logran que quienes la logran superar sean productivos, sin recaer en las trampas de la pobreza. Aquí es donde el divorcio entre política social y política económica se pone de manifiesto.

Por eso no es fortuito que el Premio Nobel de la Paz se haya otorgado al “banquero de los pobres”: Muhamad Yunus, el fundador del Grameen Bank de Bangladesh, un banco que otorgó su primer préstamo por 27 dólares a una mujer tejedora de canastas en 1976. Hoy, ha otorgado más de cinco mil millones de dólares en micro créditos sin aval con una tasa de recuperación de 99 por ciento (ya la quisiera el Fobaproa), contribuyendo a la reducción de la pobreza del paupérrimo país bengalí. En sintonía con el Nobel, la ONU lanzó la campaña “Levántate contra la pobreza” (www.standagainstpoverty.org), en la que más de diez millones de personas en todo el mundo se han levantado para decir basta a la pobreza en el planeta. Con acciones simbólicas también se resuelven los grandes problemas, plasmados en las Metas del Milenio, como el de la indignante pobreza.

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