Oaxaca es un estado lleno de miseria y sin industria. Ha sido relegado del desarrollo industrial por los gobiernos que se han sucedido en el país y en la entidad. Los industriales no tienen el menor interés en Oaxaca, de tal suerte que ahí se vive como en otra época: de una agricultura pobre, de un comercio precario y del turismo cuyas mayores ganancias no se quedan en Oaxaca.
En esa región de México hay un movimiento popular que nos llama a gritos la atención, pero que muchos no quieren escuchar. Los maestros oaxaqueños iniciaron el movimiento con la demanda de ganar lo mismo que en los estados industriales. La respuesta fue la de siempre: no es posible, no hay dinero, etcétera. Los profesores son en todo el país el estrato inferior de la intelectualidad y sus salarios son muy bajos; en el sur son aún más bajos.
Ahora ya no son sólo los maestros sino otras organizaciones sociales las que exigen que el gobernador sea sustituido por cualquier otro que busque la forma de lograr que Oaxaca salga del atraso y la pobreza en la que se encuentra.
Este es el contenido del movimiento popular oaxaqueño, que tiene –se dice y se grita— secuestrada la capital del estado y que impide el funcionamiento normal de los hoteles de la ciudad, de los mismos que no retienen en Oaxaca sus ganancias sino que se las llevan a la capital del país o a otros lugares. Oaxaca es también un lugar de discriminación racial y no sólo social. Es uno de los países (sic) de mayor densidad indígena en dónde la política es regida por los mestizos que carecen de compromiso con los indios. La atomización de la administración municipal es producto del derecho de las comunidades a tener sus propias autoridades pero, al mismo tiempo, es un instrumento de predominio político de quienes no pertenecen a comunidad indígena alguna. Como no se ha querido otorgar el derecho de crear regiones autónomas indígenas, la debilidad política de las comunidades no podría ser mayor.
El movimiento popular de Oaxaca es el rostro de la pobreza y el grito de los pobres, de los oprimidos. ¿La solución es enviar tropas a reprimir? Es ésta una pregunta del todo pertinente.
En esa región de México hay un movimiento popular que nos llama a gritos la atención, pero que muchos no quieren escuchar. Los maestros oaxaqueños iniciaron el movimiento con la demanda de ganar lo mismo que en los estados industriales. La respuesta fue la de siempre: no es posible, no hay dinero, etcétera. Los profesores son en todo el país el estrato inferior de la intelectualidad y sus salarios son muy bajos; en el sur son aún más bajos.
Ahora ya no son sólo los maestros sino otras organizaciones sociales las que exigen que el gobernador sea sustituido por cualquier otro que busque la forma de lograr que Oaxaca salga del atraso y la pobreza en la que se encuentra.
Este es el contenido del movimiento popular oaxaqueño, que tiene –se dice y se grita— secuestrada la capital del estado y que impide el funcionamiento normal de los hoteles de la ciudad, de los mismos que no retienen en Oaxaca sus ganancias sino que se las llevan a la capital del país o a otros lugares. Oaxaca es también un lugar de discriminación racial y no sólo social. Es uno de los países (sic) de mayor densidad indígena en dónde la política es regida por los mestizos que carecen de compromiso con los indios. La atomización de la administración municipal es producto del derecho de las comunidades a tener sus propias autoridades pero, al mismo tiempo, es un instrumento de predominio político de quienes no pertenecen a comunidad indígena alguna. Como no se ha querido otorgar el derecho de crear regiones autónomas indígenas, la debilidad política de las comunidades no podría ser mayor.
El movimiento popular de Oaxaca es el rostro de la pobreza y el grito de los pobres, de los oprimidos. ¿La solución es enviar tropas a reprimir? Es ésta una pregunta del todo pertinente.
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