Por: AGUSTÍN BASAVE
En México el viraje comenzó en 1982. La derechización del mundo, encabezada por Thatcher y Reagan, fijó los dogmas: minimizar el papel del Estado en la economía, maximizar la privatización de bienes y servicios públicos, liberalizar el comercio y disminuir los impuestos a los ricos. El sexenio que entonces arrancó se caracterizó por la cautela, pero emprendió cambios en esa dirección, empezando por la entrada al GATT. En los siguientes seis años, con mayor audacia, se apretó el acelerador para meter al país a la carrera neoliberal del primer mundo, que a partir de 1989 se volvió vorágine por la caída del muro de Berlín y el derrumbe de la Unión Soviética y el segundo mundo. Y es que, ya sin la amenaza socialista, el establishment capitalista ensoberbeció y orilló al tercer mundo a ser más papista que el Papa.
México privatizó más mil empresas paraestatales y se abrió unilateralmente a la inversión extranjera. No tardaron mucho en prenderse los focos rojos; 1994 se inició con la irrupción del EZLN y terminó en un cataclismo financiero. Con todo, el presidente entrante decidió socializar las pérdidas, condenar a varias generaciones de mexicanos a pagar una deuda obscena y extranjerizar la banca.
Nada de eso se dio por generación espontánea, ciertamente. A finales de los 80 era difícil defender los excesos populistas que dos décadas atrás habían acabado con el desarrollo estabilizador y habían creado una suerte de Estado cabaretero (la borrachera estatizadora llevó a la adquisición de grupos empresariales que incluían todo tipo de giros, incluidos algunos de color nocturno), gestando estanflación y empeorando la situación de las mayorías. ¿Quién podía justificar que el Gobierno fabricara bicicletas y el erario subsidiara cientos de negocios que nada tenían de estratégicos? Los campeones de la modernización bombardearon a la opinión pública con cifras que demostraban el quebranto y descalificaban fríamente a los economistas setenteros: no había crecimiento y el poder adquisitivo de la población se hundía. Los partidarios de la socialdemocracia que no éramos iniciados en esa nigromancia moderna llamada economía nos encogimos de hombros ante la nutriología macroeconómica y su llamado a trocar la grasa estatal en músculo.
Pero he aquí que algunos de esos indecisos nos dimos cuenta de que el paso de un extremo al otro como remedio estaba resultando peor que la enfermedad. Remiso, yo dije en 1995 que quienes les habíamos otorgado a los modernizadores el beneficio de la duda estábamos ya ante la duda del beneficio. Hoy estamos ante la certeza del perjuicio: el adelgazamiento del Estado, en vez de aumentar su masa muscular, lo llevó a la anemia y a la anomia. Si antes escribí que la URSS fue el producto de sumergir la maqueta marxista en el ácido de la realidad, ahora escribo que México es la contrahechura realista del Consenso de Washington. A la sombra de la crisis global de 2008, enésima prueba de que "la mano invisible" padece el mal de Parkinson, ¿es necesario aplicarles a los neoliberales mexicanos el mismo examen pragmático que ellos pusieron a sus predecesores? Es verdad, sanearon la macroeconomía, dispararon las exportaciones y tuvieron otros aciertos, pero los datos duros que los reprueban son tan abrumadores como los que defenestraron a los estatistas: el crecimiento ha sido prácticamente nulo, se han creado muy pocos empleos, la pobreza y la desigualdad han aumentado, las principales privatizaciones han sido un fracaso. Y todos hemos tenido que pagar la corrupción y la ineptitud de políticos y empresarios que privatizan-quiebran-salvan-reprivatizan. Las empresas extranjeras, por lo demás, han mostrado el cobre. Ahí están los bancos, que prestan poco y cobran mucho en comisiones que deleitan a las matrices en sus países de origen.
Bueno, pues resulta que van a aplicar la misma receta nada menos que al petróleo. Después de corromper durante años a Pemex lo van a poner a competir con las trasnacionales petroleras. ¿Creen que va a poder regularlas el Estado teporocho (famélico, trastornado y aún más vicioso del que teníamos) que forjaron mientras desprestigiaban la cosa pública? ¿Qué parte de la experiencia de las privatizaciones indica que van a bajar los precios de los energéticos? ¿Cuántos mexicanos se van a beneficiar, además del puñado de hombres de poder que van a desdoblarse en hombres de negocios vinculados a esas empresas? Tras de ver el enojo de sociedades más prósperas ante plutocracias que derraman gotitas de riqueza a las bases sociales, ¿cómo se atreven a apostar el recurso más preciado de una nación desgarrada por la desigualdad y la pobreza? Lo que allá es ciudadanía indignada acá es magisterio radical, guerrilla, autodefensa y crimen organizado, con al menos una entidad federativa donde los poderes formales prácticamente no existen y lugares que un día de éstos podrían declararse territorios ocupados. ¿No escuchan los gritos de quienes ya no creen en nadie, que repudian hasta a los poquísimos servidores públicos honestos? ¿Acaso no oyen el siseo de la mecha encendida? ¿Están sordos o qué?
(Académico de la Universidad Iberoamericana)
Twitter: @abasav
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