Por: Lydia Cacho - diciembre 12 de 2013 - 0:00
Cacho en Sinembargo, COLUMNAS - 14 comentarios
Una pareja está terminando su relación por vía telefónica. El evento es de por sí doloroso. El empresario le reclama el abandono emocional, ella le dice que hace rato que él dejó de hacerle el amor, pero la cela y la persigue como un terrorista. Del otro lado del teléfono el CISEN graba su llamada gracias los sofisticados sistemas de monitoreo de llamadas telefónicas celulares y de líneas fijas, en que debido a ciertas palabras detectadas por las computadoras, las llamadas son grabadas y guardadas en el sistema con los nombres completos de ambas personas, su dirección y sus número telefónicos. Han quedado en una lista.
Un académico envía por correo electrónico un ensayo para una revista. En él su autor, doctor en ciencias políticas, lleva a cabo una análisis de por qué no se combate el tráfico de armas hacia México. Su ensayo llega a las computadoras del CISEN y a las de la Embajada Norteamericana en México. Dependiendo del nivel de crítica, conocimiento e información delicada del documento, éste quedará archivado con todos los datos personales del autor como alguien a quien vigilar. Ha quedado en una lista.
Un domingo mando mi columna a los periódicos en que publico el lunes, pero antes de que reciba respuesta de los editores, el gobernador a quien evidencia mi texto ya recibió la columna. Su sistema de espionaje detecta textos de ciertos periodistas que mencionen su nombre. Archiva la IP, intervienen el correo electrónico de ciertos periódicos y sus hackers envían huéspedes que dentro de la computadora de la o el periodista, intentarán bajar los archivos que puedan revelar las fuentes. Escanearán ilegalmente el celular para saber con quienes han hablado en la última semana. El informe que le entrega al gobernador es detallado. El acto es ilegal, pero eso a la SEGOB no le interesa. Miles de periodistas en el país hemos aprendido a comunicarnos con las fuentes de tal manera que podamos protegerlas. Algunos gobernadores con sus redes de Cibepriístas, comparten información sobre periodistas con sus colegas. Hace unas semanas este mismos sitio Sin embargo.Mx detectó un intento de desactivación perpetrado por un experto desde Quintana Roo. Todos estamos en una lista.
Una oncóloga está trabajando en los expedientes de sus pacientes, entre ellos están algunos personajes públicos, de pronto su computadora comienza a alentarse, parece fallar, intenta resetearla, le pide que ponga sus claves de seguridad, lo hace y en cinco minutos todos los expedientes médicos están en manos de una empresa de espionaje con absolutamente toda la información personal y familiar de cientos de pacientes que ahora están en una lista.
Miles de estudiantes, para hacer sus tareas, buscan en Google la manera en que funciona el narcomenudeo, en 24 horas sus nombres están en una lista negra que sigue a cada paso todas las búsquedas que hacen sus computadoras, tabletas y celulares.
Él está de viaje y la llama por Skype, están enamorados. Comparten sus emociones y comienzan a hablar del deseo, deciden participar en un momento íntimo que no lo es. Esa video llamada se convirtió en un video guardado en un servidor de espionaje y si alguien eventualmente tienen acceso a ese servidor el momento íntimo de una pareja quedará exhibido en Youtube.
Nuestros teléfonos, tanto celulares como fijos, así como toda comunicación por Internet, desde cartas de amor, hasta investigaciones, datos de terceros, fotografías personales, todo, está en manos del Estado, de corporaciones y, en muchos casos, de las autoridades norteamericanas. Hemos perdido nuestra privacidad de manera absoluta. Sí existen programas especializados para distraer a los espías, pero sólo un 5% de la población mundial utiliza estos programas. En el caso de periodistas, escritores y escritoras marcadas como “peligrosas”, los sistemas implementados por al CIA en México encuentran siempre la manera de llegar.
El escritor Ian McEwan dijo hace unos días “El estado, por su naturaleza, siempre prefiere seguridad que libertad. Últimamente la tecnología ofrece algo que el Estado no puede resistir: la vigilancia masiva que dejaría sorprendido a Orwell”.
Mas de 500 autoras y autores de 81 países, reconocidos mundialmente, escribieron una carta para exigir se detenga la vigilancia masiva, revelada por Snowden y reconocida por el gobierno norteamericano. Margaret Atwood, Don DeLillo, Orhan Pamuk, Julian Barnes, Martin Amis, JM Coetzee entre otros. Han exigido que las Naciones Unidas creen una ley de derechos digitales que asegure la protección de los derechos civiles en la era de Internet. Ya Apple, Google y Facebook han pedido que se respete la privacidad de sus usuarios; pero en esta carta, autores y autoras incluidos premios Nobel, han acusado a los gobiernos de diversos países de abusar sistemáticamente de sus poderes para llevar a cabo una vigilancia masiva de civiles que resulta antidemocrática. Lo cierto, dicen las escritoras, es que nuestros teléfonos celulares se han convertido en localizadores personales. No podemos hacer absolutamente nada, comprar, buscar información, escribir o comunicarnos, sin ser monitoreados.
Una de las autoras que ayudó a armar esta campaña dijo a The Guardian que no ha habido debates, no hemos votado, la sociedad no ha opinado sobre cómo nuestra información privada es utilizada y para qué propósito. En su documento las y los grandes escritores han dicho “Una persona bajo vigilancia ha perdido su libertad; una sociedad bajo vigilancia no es democrática. Nuestros derechos democráticos deben mantener su validez en los espacios reales y virtuales”.
El problema es monumental, como ha dicho Snowden, no sólo son los gobiernos, sino las corporaciones quienes hacen mal uso de la información privada de millones de personas. Unos para controlar lo que decimos y pensamos, otros para manipular el comercio y la inducción mercantil. Cada vez más políticas lo usan para censurar por diversas vías.
Si hace unos años nos hubieran dicho que se había creado un sistema de espionaje para grabar nuestros teléfonos caseros, para bajar nuestras cuentas bancarias y estados de cuentas de tarjetas de créditos y que serían almacenados por empresas al servicio de los gobiernos, la revolución mundial no se habría tardado nada ¿Por qué ahora tan poca gente reacciona? Tal vez es porque muchos no entienden que es como cuando un ladrón entra en casa, abre todos los cajones, se lleva la ropa interior, las fotografías familiares, las chequeras y las cartas de amor. Así de sencillo, eso están haciendo con nuestras vidas. Además intervenir nuestros correos y evitar que la información salga a la luz, es como si el gobierno pusiera un policía afuera de cada casa y cada vez que queremos decir la verdad o disentir, nos soltaran una bofetada para acallar nuestras palabras.
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