Foto: Política Tlaxcala
(28 de septiembre del 2013).- Ayer, el Fondo Monetario Internacional (FMI) cumplió 68 de existencia. Quizá no fueron los pronunciamientos públicos su regalo de cumpleaños. Tampoco el pundonor por su loable “labor humanitaria” en planeación macroeconómica. Mucho menos las aportaciones y los pagos puntuales de la deuda mexicana. Por lo menos aquí, el presente fue dado desde hace poco más de un año cuando el entonces presidente Felipe Calderón, pudo cabildear por fin la reforma laboral.
Entrado el gobierno de Enrique Peña Nieto, esta política no cambió ni dio muestra alguna de hacerlo, al contrario, primero empezó con la reforma en telecomunicaciones, luego siguió la reforma educativa, se pasó a la política y terminó por fin con la energética. Un carro pletórico de sorpresas con el que demostró que el país, no sólo era rentable en materia económica –explotable, por decirlo con otras palabras–, sino además obediente a sus dictados y caprichos.
Como respuesta, la institución crediticia transnacional dirigida por Christine Lagarde, agradeció los “esfuerzos” el pasado 26 de noviembre al afirmar que el país había dado “pasos impresionantes” en lograr cambios legislativos para “mejorar la educación”, flexibilizar los mercados laborales y fomentar la competencia en el sector de las telecomunicaciones.
Sin reparar en su ambición, el Ejecutivo federal consideró incluso probable “que sean necesarios mayores esfuerzos” para mejorar el ingreso no petrolero del país.
La satisfacción a esta angustia llegó el pasado 20 de diciembre cuando Peña firmó el decreto de ley en el que se modificaban los artículos 25, 27 y 28 constitucionales, con los que se dio apertura a la iniciativa privada nacional y trasnacional, para participar en la extracción de petróleo, gas y generación de energía eléctrica. Así se consolidó el beneplácito de la institución financiera: “México sigue cumpliendo con los criterios de calificación”, anunció su representante. O sea, se deshizo de aproximadamente 30% de los ingresos federales.
Por otra parte, dos días después, refrendó que el país podía acceder a una línea crediticia contingente de 73 mil millones de dólares aprobado desde el 2012. Es decir, gracias a la imposición de estas políticas, el país era, una vez más, candidato a ser deudor. ¡Sorpresa!
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Derivado de los Acuerdos de Bretton Woods, el FMI inició sus operaciones el 27 de diciembre de 1947 con la finalidad de fomentar la reconstrucción de las economías después de la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, esta institución ha operado con una cartera de clientes que regularmente está constituida de países pobres. Fue en 1971 cuando otorgó el último crédito a un país desarrollado, Inglaterra. De ahí en adelante todos los créditos otorgados han sido a países periféricos.
Como lo demuestra en su página electrónica, el FMI tiene algunas condiciones para dar prestaciones a una nación en crisis. “Ante la solicitud de un país miembro, el FMI por lo general pone a disposición sus recursos en el marco de un ‘acuerdo’ de préstamo, que puede estipular, dependiendo del tipo de instrumento de préstamo que se utilice, las políticas y medidas económicas específicas que el país conviene en poner en práctica para resolver su problema de balanza de pagos”.
México inició sus solicitudes de préstamos desde el periodo de 1954 a 1970, periodo que se ha denominado “desarrollo estabilizador” emprendido por Antonio Ortiz Mena. Pese a todo, el carácter que tenía dicho fondo aún estaba dominado por las políticas que se limitaban estrictamente vigilar el comportamiento de las diferentes divisas sin intervenir en el diseño y definición de sus políticas internas.
Después de este periodo, agravado por una nueva crisis internacional, el modelo fue cambiando y también el carácter de sus préstamos que, poco a poco, empezó a ser definido por el ala neoliberal dominado por Margaret Thatcher y Ronald Regan. A partir de la década de los años 80, bajo la administración de Miguel de la Madrid, las recomendaciones especificadas en las “Cartas de Intención” comenzaron a ser un elemento constitutivo de las políticas del FMI y de ahí, la obediencia ciega del gobierno mexicano a sus dictados.
Una de estas tendencias es que los países, como el nuestro, para recibir sus beneficios debían y deben, en primer lugar, cooperar con los fondos para el financiamiento del organismo; en segundo, que por cada préstamo para darle certeza deben ajustar su política interna a un esquema de liberalización de mercado. Es decir, desprenderse de su gasto público para priorizar la balanza de pagos, ajustarse a medidas que impulsen el desarrollo del libre comercio (esquema de competencia) y deshacerse de sus responsabilidades con la ciudadanía para darle mayor protagonismo a las empresas.
¿No sería entonces, el auge reformador de Peña una continuación a este proceso?.. El rey está desnudo.
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