13 de agosto de 2013

Reformas: infancia y destino - Ricardo Monreal Ávila

Reformas: infancia y destino - Grupo Milenio:
Ricardo Monreal Ávila

2013-08-13 • ACENTOS

Las reformas fiscal y energética marcaron la infancia y el destino de los tres gobiernos anteriores.

Zedillo, Fox y Calderón mostraron de qué estaban hechos sus gobiernos justo cuando intentaron estas reformas, y el desenlace de las mismas marcó el destino de sus administraciones.

No es para menos. Lo que se disputa no es tanto el futuro de la energía y las finanzas del país, sino la dominación, la legitimación y la sostenibilidad del grupo en el poder que las lanza a la arena pública.

Ernesto Zedillo presentó sus reformas en medio de una grave crisis económica y con la popularidad cuesta abajo. Ayer como hoy el argumento fue similar: mis reformas o el abismo. La oposición parlamentaria le dijo, “sí claro, pero primero dame la reforma política”.

Zedillo logró sacar una reforma fiscal que aún es recordada con un ícono, la roqueseñal, por la cual el IVA pasaría de 10 a 15%. Su propuesta energética se centró en privatizar la CFE, pero fue parada en seco por el PAN: la reforma energética o el Fobaproa. El apremio por el rescate bancario terminó sacrificando la reforma energética. Por su parte, el PRD siempre se opuso al triple play (IVA, CFE y Fobaproa), por considerarlas lesivas para el país.

Aquella reforma fiscal le costó el poder al PRI, perdiendo la mayoría en San Lázaro y después la Presidencia. La reforma política en cambio, le salvó el prestigio a Zedillo quien terminó su mandato como el “presidente de la transición democrática” y no como el autor del “error de diciembre” o el asesino de Acteal.

Vicente Fox lanzó al ruedo sus reformas fiscal y energética con una economía estabilizada y con una popularidad al tope. Propuso un “IVA copeteado” de 2 por ciento, con una campaña mediática candorosa: “para ayudar a los pobres”. A la par defendió una iniciativa de reforma energética muy parecida a la de Zedillo (“abrir primero la CFE y después Pemex”), que su partido había rechazado una legislatura anterior.

“Ni se te ocurra semejante salvajada” le mandaron decir PRI y PRD. “En ninguna democracia del mundo la oposición propone aumento de impuestos”. Apoyado en Elba Esther Gordillo, Fox buscó el voto del PRI, con el resultado por todos conocido.

Fox no volvería a presentar ninguna otra reforma de “gran calado”. Culpó al legislativo de “frenar el cambio” y se gastó su “bono democrático” tratando de seducir al EZLN. Con ayuda de 4 billones de pesos de excedentes petroleros y del Prozac, el “presidente de la alternancia” logró asimilar el fiasco de sus reformas fiscal y energética, y entregar el poder mediante una de las elecciones más controvertidas del nuevo siglo.

El tercer intento corrió a cargo de Felipe Calderón. “Con mucho gusto, solo sacamos antes la reforma electoral”, le dirían PRI y PRD. La propuesta energética de Calderón se centró en la privatización de Pemex y en el “tesoro escondido en el mar”, mientras que la reforma fiscal “integral” se redujo a crear el IETU y a subir un punto al IVA.

La oposición parlamentaria nunca le obsequió a Calderón las reformas fiscal y energética que ansiaba. Solo le concedió “las reformas posibles” o “reformitas”. Sin embargo, tuvo una opción B: las reformas y el presupuesto en materia de seguridad pública, única prioridad del gobierno anterior que apoyó realmente el PRI, con el voto contra el PRD.

Hoy iniciamos la cuarta temporada, con guiones, argumentos e iniciativas similares. Lo diferente es el contexto. Una economía en franca desaceleración, una descomposición social creciente, una popularidad presidencial a la baja y una evidente resistencia a nuevas reformas privatizadoras y recaudatorias que no se refleja precisamente en el Congreso o en las calles, sino en la conciencia de la mayoría de los mexicanos de a pie, a juzgar por los diversos sondeos de opinión.

El apremio con el que se busca sacar ahora las reformas energética y fiscal al costo que sea, parece producto de una impronta política o de la presión de compromisos económicos inconfesables, pero no ocultables, como los que estuvieron detrás del Monexgate. De ser este el caso, estaríamos ante la confirmación de una lamentable profecía política: quien inicia comprando la Presidencia de la República termina vendiendo al país.

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