Ricardo Monreal Ávila
2013-05-21 • ACENTOS
La realidad toca las puertas del Pacto por México (que no con México, ni para México). De 59 compromisos que deberían estar en marcha en el primer semestre de 2013, 56% (33) ni siquiera comienza a aplicarse (Enfoque, 19 de mayo 2013). Por otra parte, el PPM sigue sin anclar entre los ciudadanos, ya que solo 45 de cada 100 dicen conocerlo, y solo 21 de cada 100 consideran que está beneficiando a los ciudadanos (Parametría, abril 2013). Tampoco ha servido como impulsor de la aprobación del gobierno, en virtud de que la aceptación ciudadana sigue estacionada en un 55%, mientras la desaprobación creció hasta alcanzar una tercera parte de la población (El Universal, 20 de mayo 2013).
A ello hay que sumar la división que está ocasionando al interior de los partidos pactantes el esquema y los alcances de la negociación política, donde la destitución de Ernesto Cordero como coordinador de la fracción parlamentaria del PAN en el Senado es solo una nota de pie de página. El Pacto está partiendo a los partidos y éstos, a su vez, han partidizado el Pacto. Malas noticias para un mecanismo de navegación política que apenas ha zarpado y ya empieza a hacer agua.
¿Cómo se llegó a este punto? La elección presidencial de 2012 confirmó un país dividido a tres tercios, sin una mayoría dominante, proclive a configurar lo que Antonio Gramsci llamó “un régimen cesarista”, definido de la siguiente manera: “el cesarismo expresa una situación en la cual las fuerzas en lucha se equilibran de una manera catastrófica, o sea de una manera tal que la continuación de la lucha no puede menos que concluir con la destrucción recíproca… El cesarismo es la solución arbitraria, confiada a una gran personalidad, de una situación histórica-política caracterizada por un equilibrio de fuerzas de perspectiva destructiva” (www.gramsci.org.ar).
La “perspectiva catastrófica” de 2012 se perfiló de la siguiente manera: un PRI que obtuvo la Presidencia de la República pero no la mayoría del Congreso, por lo cual enfrentaba el escenario de otros seis años de parálisis o mediocridad gubernamental al estilo Zedillo-Fox-Calderón; un PAN expulsado del gobierno mediante un gigantesco voto de castigo que lo envío al tercer lugar y amenazaba con desdibujarse como opción política; una izquierda (PRD, MC, PT) que avanzó sensiblemente como opción de cambio, pero que fue frenada de manera alevosa y tramposa (con la intervención de dinero de procedencia ilícita), y una vez calificada la elección presidencial debió enfrentarse al dilema estructural de casi toda opción de izquierda: reconocer y colaborar con el adversario, o desconocerlo y oponerse sistemáticamente.
En este escenario incómodo para las tres fuerzas surge el PPM como la invención-ilusión que permitió a los actores vislumbrar una luz en el túnel de la decepción: el PRI y el nuevo gobierno lo vieron como el puente alfombrado para tomar posesión sin sobresaltos, arrancar con fuerza un programa de reformas pendientes y sentar en la silla de la legitimidad a su nuevo César. El PAN lo percibió como el bote salvavidas que lo rescataría del naufragio y lo conduciría nuevamente a tierra firme; mientras que el PRD vio en el PPM la oportunidad para mostrar que no solo sabe oponerse y pelear férreamente sino también acordar, pactar y conciliar.
Sin embargo, el PPM que unió a los principales partidos políticos, hoy los tiene divididos y confrontados. De la luna de miel pasaron a la luna de hiel. El tema crítico, más allá de las disputas por los liderazgos personales, es el mismo que enfrenta toda oposición política y parlamentaria en una democracia cesarista como la nuestra, proclive a los presidencialismos fuertes y a las instituciones débiles: ¿hasta qué punto colaborar y apoyar, y hasta dónde resistir y rechazar? ¿Qué cedo y a cambio de qué? ¿Quién tiene la conducción y el usufructo de la negociación política?
El gobierno y el PRI seguirán apuntalando y “adendando” el PPM hasta que alumbre a los hijos gemelos que anhela y ansía: las reformas fiscal y energética. Después de eso, el PPM se podrá ir al diablo.
Sabedora de esa ruta, la oposición pactante busca obtener primero las reformas política y electoral que le convienen, sea para retornar al poder público (PAN) o para conquistarlo por primera vez (PRD). Después de eso, el PPM se puede ir al museo de la antropología política. El indicador será el resultado electoral del 7 de julio próximo. Una buena cosecha política (por ejemplo, la retención de la gubernatura de BC por el PAN), será un estímulo directo para continuar en el PPM y votar las reformas. Un avance electoral del PRI sobre PAN y PRD será el detonador para abandonar la ficción pactista y retomar la fricción partidista.
No estamos lejos de saber cuál será el resultado. Por lo pronto el mismo PPM se encuentra en una “perspectiva catastrófica”: ni reporta al César lo que es del César, ni da a la oposición lo que es de la oposición.
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