El sueño de Máxima, 80 años de cárcel para Ríos Montt:
Ríos Montt durante el juicio (AP)
Con la voz firme pero cargada de emoción, la jueza Yassmín Barrios verbalizó lo que hasta hace apenas un par de años los supervivientes de las aldeas más masacradas durante los 30 años de guerra civil (1966-1996) todavía sólo podían recordar en la intimidad de sus hogares, todavía con el terror vertebrando su vida cotidiana, todavía teniendo que encontrarse con los asesinos y violadores de sus mujeres, padres e hijos, sin poder atesorar ni siquiera la esperanza de que alguna vez la justicia hiciera acto de presencia en aldeas y montañas de un Estado en muchas regiones fallido.
Hombres discriminados por ser indígenas, pobres y en el caso de ellas, además, por ser mujeres. Pese a ello, hace ya 15 años que muchos de ellos empezaron a tejer redes para hacer justicia con Rigoberta Menchú como su rostro más visible. En 1999, su Fundación presenta ante la Audiencia Nacional de España una querella por torturas, terrorismo y genocidio contra el dictador Efraín Ríos Montt, dictador entre 1982 y 1983, y otros altos oficiales guatemaltecos. Amparándose en el, ahora mutilado, principio de jurisdicción universal y siguiendo el procedimiento seguido en el caso del dictador chileno Augusto Pinochet, miles de víctimas del genocidio guatemalteco perpetrado depositaron en la justicia española la esperanza de vencer la paralizante impunidad reinante en Guatemala.
Máxima García, superviviente del genocidio guatemalteco (Javier Bauluz / Piraván)
Una década después, en 2008, en medio de las verdes montañas de una de las regiones más arrasadas por el genocidio contra los indígenas, Máxima García nos atiende, tierna en su acogida, decidida en su necesidad de contar los crímenes que contra ella, su cuerpo y su familia se cometieron, entera en su generosidad de dar el testimonio que su madre nunca podrá compartir, rota para siempre desde aquella tarde en la que cuando iba a llevar la comida a su suegro, fue retenida y violada por soldados que hacían cola para turnarse en la comisión del crimen. Cuando por fin la dejaron tirada en medio del monte, se vistió, volvió al hogar familiar y no contó nada a su marido hasta veinte años después. No le contó por qué su bebé nació con el cuello torcido ni por qué había muerto a los pocos días. Ni tampoco que había sido violada por los soldados como lo había sido su madre antes de que la asesinaran y la encontraran colgada por unas cuerdas del techo mientras la casa ardía. No se lo había contado a su marido hasta veinte años después, pero apenas un par de años más tarde estaba diciéndonoslo en voz alta, mirando directamente a la cámara, sin interrumpir su discurso aunque, a veces, una lágrima se empezara a formar y a engrosar lentamente en su párpado para deslizarse después por su mejilla.
Máxima lleva veinte años luchando para sacar adelante a sus hijos, convirtiendo ese “dolor que nunca se acaba” en resiliencia para desembocar en “Ojalá haya juicio para Ríos Montt, ojalá sigamos adelante.. Si hay apoyo, queremos apoyo, queremos luchar para seguir atrás de él, donde está escondido…”.
Máxima, a veinte horas en coche de la capital de Guatemala, a horas a pie del pueblo más cercano, atesoraba la esperanza de que se hiciera justicia pero a un océano de distancia, en España u otro país igual de lejano. Jamás imaginó que un día Ríos Montt sería juzgado y condenado por genocidio y crímenes de lesa humanidad a 80 años de prisión. Pero ayer, lo que ni Máxima imaginaba, ni muchos de los supervivientes, juristas y defensores de derechos humanos implicados en las investigaciones que hicieron posible este juicio, ocurrió. La jueza Yassmine Barrios leía una sentencia que llevaba por primera vez a prisión a un genocida latinoamericano. Un ejercicio de valentía, perseverancia y resiliencia que no sólo le costó la vida a las muchas más de 200.000 víctimas del genocidio que se llevó por delante los treinta años de guerra civil, a los supervivientes, a las víctimas de tortura sexual, a los torturados… Sino también la vida de muchas de las personas que alzaron la voz contra estos crímenes ya después de firmados los Acuerdos de paz en 1996.
“Se destruyó parcialmente un grupo étnico”
“El Ejército perpetró masacres haciendo uso del mismo patrón de conducta lo que evidencia la existencia de una planificación previa”
“Se consideró el racismo un mecanismo para el exterminio, siendo la base del genocidio”
“Para que exista paz en Guatemala debe existir previamente justicia”
“Se arrasaron las aldeas, se quemaron las viviendas y se mataron a las personas. Sería ilógico pensar que el jefe de facto del Estado desconociera lo que estaba pasando en el Quiché (…) No sólo ordenó su elaboración (de los planes) sino que también lo conocía y desde luego autorizó que se llevara a la práctica”
“Aquí se queda el acusado hasta que venga la Policía”
La Junta militar de Ríos Montt en 1982 (AP)
Este juicio ha sido el resultado de la conjunción de una extensísima red de actores guatemaltecos e internacionales, integrada por organizaciones como la Fundación Rigoberta Menchú, el Centro de Acción Legal en Derechos Humanos (CALDH), la Asociación de Justicia y Reconciliación, la Comisión de Esclarecimiento Histórico, Women’s Link Worldwide, el Centro de Justicia y Responsabilidad, la documentalista Paloma Yates con el material que rodó durante la guerra civil y durante la preparación de este proceso judicial, y que daría forma al documental Granito, de incalculable valor para este sentencia, un nutrido grupo de abogados internacionales, asociaciones guatemaltecas de derechos humanos repartidas por el mundo como la Asociación de Mujeres de Guatemala… Pero sobre todo, de las decenas de miles de mujeres y hombres que frente a los que los quisieron ningunear, desacreditar, aniquilar y condenar al silencio y la impunidad, vencieron el miedo para conquistar la justicia y la esperanza.
Y lo celebraron cantando “Aquí solo queremos ser humanos, comer, reír, enamorarse, vivir… Vivir la vida, no morirla” frente a una jueza que no pudo contener las lágrimas tras hacer el gesto desde el estrado de abrazar a las decenas de testigos que durante dos meses han ralatado la barbarie de cómo intentaron erradicarlos de la faz de la tierra, pero que ahí siguen, diciendo con sus abrazos y canto, como Máxima García, “queremos luchar”.
Testigos en el juicio al escuchar la sentencia del juicio contra Ríos Montt (Moises Castillo / AP)
Ver el Especial Mujer, violencia y silencio
10 de mayo de 2013
El sueño de Máxima, 80 años de cárcel para Ríos Montt
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