Por: Lydia Cacho - mayo 23 de 2013 - 0:00
Cacho en Sinembargo, COLUMNAS - 6 comentarios
Nadie puede siquiera imaginar el sufrimiento de perder a su bebé. Nadie. Podemos sentir una profunda compasión por las madres y padres de las y los 49 pequeños que murieron en el incendio; podemos indignarnos y exigir; podemos incluso sentir el sabor salado de las lágrimas mientras escuchamos las declaraciones detalladas de cómo vivieron el momento crucial de sus vidas, cuando esperaban afuera de la guardería y veían a bomberos, paramédicos y policías salir corriendo con pequeños cuerpecitos en sus brazos. El humo negro, el olor indescriptible, el terror acumulado en el pecho, ese tipo de terror que impide respirar. Y los días posteriores, volver a casa, entrar una y otra vez a la habitación de la pequeña; llorar cada vez que se mira la sillita en la que en nene desayunaba.
Como cualquiera de nosotras hubiera hecho, los padres y madres de las víctimas de la Guardería ABC se preguntaron qué sucedió, cómo nadie apagó el fuego a tiempo, y mientras obtenían más evidencia su desesperación se fue convirtiendo en una indignación enfocada a la búsqueda de justicia. Exigieron encontrar a los culpables, tanto intelectuales como directos, de ese incendio mortífero. Fueron a las cortes, dieron cientos de entrevistas, reunieron pruebas, pasaron noches de insomnio, tuvieron problemas familiares y económicos. Sus otros hijos o hijas les reclamaron su ausencia. El dolor dejó de ser aquel aislado puñal en el corazón y se fue convirtiendo en un compañero cotidiano al que habría que aprender a domar.
Y como toda víctima no millonaria que busque justicia en este país, las familias de lo que se ha llamado el caso ABC tuvieron que aprender de leyes para entender los vericuetos, y reunir donativos para pagar una defensa legal digna, y enfrentar a funcionarios corruptos, aprender a leer entre líneas las declaraciones de funcionarios que prometen para no cumplir. Y llegaron a la Suprema Corte sólo para comprender lo que miles de víctimas entienden: que el tribunal supremo de México cuenta con sus miembros especiales que obedecen órdenes presidenciales, cuya moral es más flexible que la liga que une un fajo de billetes recién sacados del banco.
fuente: http://www.sinembargo.mx/opinion/23-05-2013/14490
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