Por: Sanjuana Martínez - mayo 6 de 2013 - 0:01
COLUMNAS, Daños colaterales - 26 comentarios
“Es más grave abortar que violar niños”,
Fabio Martínez, arzobispo de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.
Rita Millá tenía 16 años cuando llegó a la iglesia de Santa Filomena en Carson, en el Condado de Los Ángeles, donde empezó a trabajar en labores de limpieza.
Su madre, originaria de Chihuahua, la envió esperanzada de que cumpliera la ilusión del “sueño americano”. Le dio la bendición y le dijo: “Los sacerdotes, son como ángeles que están entre nosotros. Ellos son los representantes de Dios en la tierra, son un regalo divino”.
A los dos meses, el sacerdote filipino Santiago Tamayo, su confesor habitual, la mandó llamar a la sacristía. Sin mediar palabra, de forma abrupta la besó en la boca. Ella lo miró sorprendida, él le explicó: “Me siento solo, necesito una mujer”.
En realidad, Rita era sólo una niña, pero al padre Tamayo no le importó y la sometió a tocamientos hasta que finalmente un día la violó: “Fue horrible. Me dijo que no debía sentirme culpable porque eso era algo normal y que Dios así lo quería. Me advirtió que no debía decírselo a nadie y me amenazó. Yo se lo comenté a una superiora de catecismo. En lugar de apoyarme, me dijo que de ninguna manera debía desvelar ese secreto porque entonces sería la culpable de que el padre Tamayo fuera a la cárcel”, me cuenta Rita en entrevista.
Durante cuatro años continuaron los abusos, hasta que un día el padre Tamayo “prestó” a Rita a seis amigos sacerdotes, todos filipinos: Ángel Cruces, Henry Caboang, Rubin Abaya, Sylvio Lacar, Víctor Valbín y Valentín Tugade. Los siete la violaron por separado en distintas ocasiones en las iglesias donde oficiaban misa y en las casas parroquiales.
fuente: http://www.sinembargo.mx/opinion/06-05-2013/14170
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