3 de marzo de 2013

Por Esto! | Cuando el PRI devora a sus propios hijos

Por Esto! | Yucatán:

Cuando el PRI devora a sus propios hijos


El poder absoluto la cautivó y la cultivó, pero sobre todo la manipuló / Elba Esther Gordillo ascendió valiéndose de todas las artes, buenas y malas, que aprendió de Carlos Jonguitud, primero, y de muchos otros priistas después / Negociando, traicionando o amenazando se mantuvo en la cúspide del gremio magisterial, pero una vez se atrevió a decirle que no a ese poder absoluto que la llevó a la cumbre, que conoce todos sus secretos y que ahora decidió defenestrarla / Sin embargo el final de la historia no está escrito y la maestra chiapaneca podría negociar, tal vez, una condena no demasiado dura.




MÉXICO, D.F., 2 de marzo (PROCESO/JESUSA CERVANTES).- A Elba Esther Gordillo el poder del Estado la encumbró, le permitió rebasar los límites de la legalidad, dar rienda suelta a su egolatría, recurrir a las trampas para aplastar adversarios y comprar conciencias con el dinero de los maestros. Ese mismo poder es el que hoy la manda al infierno y le arrebata la fuerza política que da el magisterio, sector que el PRI quiere y necesita.
“Yo llegué al sindicato por una decisión del Estado mexicano... en esa necesidad... el Ejecutivo cuenta”, dijo Elba Esther Gordillo ante reporteros de Proceso en agosto de 2003.
Catorce años antes la maestra chiapaneca concluía su segundo periodo como dipu­tada federal y su mentor, Carlos Jonguitud –creador de la corriente Vanguardia Revolucionaria y poder real detrás del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE)– la desplazaba al imponer como secretario general del gremio a Refugio Araujo del Ángel. Era febrero de 1989.
Dos meses más tarde Gordillo tocó las puertas del paraíso de la mano de Carlos Salinas de Gortari, quien antes la hizo pasar una breve estancia en el excusado del despacho principal de la Secretaría de Gobernación.
“Por la tarde llegó don Fernando con ella, me pidió que la atendiera y le diera todo lo necesario para hacer más cómoda la espera en ese lugar tan incómodo, que no era muy pequeño pero era su baño”, narró Victoria Mendieta, quien fuera secretaria de Fernando Gutiérrez Barrios, entonces titular de la Secretaría de Gobernación.
En el Palacio de Covián, Elba Esther Gordillo hubo de esperar todo un fin de semana antes de salir triunfante. En una conversación con la reportera hace algunos años, Mendieta recordó que le llevó ropa, comida y enseres de higiene personal mientras afuera de esas cuatro paredes Carlos Salinas de Gortari apuraba la salida de los líderes del SNTE.
El 22 de abril de 1989 Gutiérrez Barrios y los entonces secretarios de Educación, Manuel Bartlett, y del Trabajo, Arsenio Farell, optaron por la operación político judicial para resolver el problema magisterial. Se decidió que el Tribunal Federal de Conciliación y Arbitraje calificara “jurídicamente procedente” que el CEN del SNTE­ convocara a un congreso extraordinario para la Sección IX.
Refugio Araujo, el recién nombrado secretario general, llamó a todos los secretarios seccionales y les pidió unidad en torno al dirigente de Vanguardia Revolucionaria. Además anunció que interpondría recursos legales para hacer valer los estatutos del SNTE.
Entre tanto, desde Gobernación se daban órdenes precisas a sus similares estatales: “Arraiguen y trasladen al DF a los dirigentes del SNTE”. En la Ciudad de México, Javier García Paniagua, secretario de Protección y Vialidad bajo las órdenes de Manuel Camacho Solís, regente y amigo y jefe de Gordillo –quien entonces era delegada en Gustavo A. Madero–, hizo lo propio deteniendo a Araujo.
A Jonguitud, el presidente Salinas de Gortari lo llamó un día después a Los Pinos. Le ordenó renunciar a su poder como líder de facto del magisterio y a cambio le ofreció un exilio temporal y que no pisaría la cárcel. Acto seguido lo envió a Gobernación, donde le darían los pormenores. Llegó a la sede de Bucareli acompañado por Camacho Solís.
En la oficina de Gutiérrez Barrios se le explicaba que otra persona ocuparía su lugar al frente del SNTE y que él tendría que salir del país con algunos gastos pagados por el Estado. Jonguitud aún se retorcía del coraje y exigía cuentas: “¡Quién es ese traidor que ocupará mi lugar, quién tiene los güevos para enfrentarme y hacerme a un lado!”.
En ese momento se abrió la puerta del excusado; sin haberse bañado varios días y sólo acicalada con un poco de agua del lavabo, salió Gordillo. Menudita y con paso apresurado se le plantó enfrente: “Yo”.
“¡Esa puta, esa ignorante... no puede ser! ¡Traidora!”, se desgañitaba Jonguitud, su mentor desde 1973, cuando quedó impresionado por la “respondona” a la que hizo su aliada y pupila en las artes del poder corruptor.

Salinas, Camacho, Ebrard

Jonguitud la hizo a su imagen pero fue Camacho Solís quien, por órdenes de Salinas de Gortari, la orientó para encabezar el SNTE­ y enfrentar de manera tersa a la oposición: la CNTE. Le recomendó darle una posición en el CEN y así lo hizo. Las aguas se apaciguaron.
Afianzada en el poder del sindicato más grande y rico, Gordillo sirvió a los intereses de Salinas con su probada experiencia como operadora política en procesos electorales, incluyendo la formación repentina de agrupaciones prestadoras de servicios en tiempos comiciales: así sucedió en Chihua­hua en 1989, cuando aglutinó a jóvenes estilistas que promovían el voto priista brindando cortes gratis de cabello.
Instalada en el SNTE movilizó contingentes y en 1994 creó la Organización Magisterial para la Observación de los Comicios, reconocida por los órganos electorales. Eso le permitió acceder a la cartografía electoral.
Pero antes, en 1992, la tranquilidad de Gordillo se rompió cuando Salinas llamó a emprender la descentralización de la educación y la reforma de los estatutos del SNTE.
Ernesto Zedillo, entonces secretario de Educación, se enfrentó a Gordillo, quien estaba a punto de perder su control. El carácter nacional del SNTE estaba por diluirse.
Camacho Solís la ayudó nuevamente. La llevó a Los Pinos, donde negoció con Salinas la supervivencia del sindicato a cambio de “modernizarlo”.
El proyecto de estatutos partió de operadores de Camacho, entre ellos Joel Ortega Cuevas, Ignacio Marván y Marcelo Ebrard. Se estableció el voto directo y secreto del sindicato y se creó el Comité de Acción Política para incluir cuadros magisteriales de partidos ajenos al PRI. “Se pluralizó”.
En los seis años del salinato Gordillo se mantuvo cerca de la Presidencia. Pero en 1994, aunque ayudó con su organización de observación electoral a Ernesto Zedillo, guardó distancia con él. Esto coincidió con la creación del Grupo San Ángel, organizado por Jorge Castañeda, a quien conoció dos años antes en la cruzada de “nuevo sindicalismo”. Ya del lado de los intelectuales, Gordillo se reencontró con Camacho Solís y con Vicente Fox.
Aunque no tenía buena relación con el gobierno de Zedillo, la maestra supo mantenerse bajo el manto del PRI y optó por el bajo perfil para finalmente refugiarse en una senaduría.
Zedillo intentó desplazarla del SNTE impulsando a José del Carmen Soberanis y acercándose al entonces secretario general del sindicato Humberto Dávila para que operara en su favor.
Pero Gordillo recurrió a la maniobra de poner purgante en la bebida de Soberanis; éste fue a dar al hospital y no pudo asistir al consejo. Los enviados de Dávila, que tenían que contactar a los antielbistas, “desa­parecieron” secuestrados por gente de Gordillo, de acuerdo con una versión publicada en el libro Doña perpetua, de Arturo Cano y Alberto Aguirre.
Desesperado por el fracaso, Zedillo pidió a la maestra llegar a un acuerdo con Dávila. Ella se encerró con él en una habitación de hotel y con una pistola sobre la mesa lo hizo retroceder, narró un personaje cercano a la maestra, que pidió el anonimato.
Zedillo aceptó finalmente que llegara a la secretaría un elbista leal: Tomás Vázquez Vigil, y con él la chiapaneca mantuvo su poder. Para evitar represalias su partido la acogió y la hizo senadora durante los últimos tres años del zedillismo.
En 2000 su partido la volvió a cobijar al hacerla líder de uno de los sectores del PRI: la Confederación Nacional Obrero y Popular.
Salinas nunca la abandonó. Cuando volvió al país recurrió a ella para recuperar influencia en el PRI y en el Poder Legislativo. Primero convenció a Roberto Madrazo Pintado para que la llevara como compañera de fórmula en la contienda por la dirección nacional de ese partido. Éste aceptó y en marzo de 2002 llegó a la secretaría general priista. Luego del triunfo de la mancuerna, Salinas cenó con ambos.
El paso de Gordillo por la coordinación de la fracción del PRI en 2003 la llevó a un enfrentamiento con quien más tarde sería su verdugo: Emilio Chuayffet Chemor.
Como líder de la fracción del PRI, Gordillo negoció con el PAN cuatro espacios del Consejo General del IFE (uno de los cuales fue acordado en la casa de Salinas junto con ella y Francisco Rojas Gutiérrez) y cuatro para el PAN. A las 10 de la noche del 30 de octubre de 2003 el Consejo Consultivo del PRI aceptó que el noveno fuera para el PRD.
Chuayffet, quien formaba parte de dicha legislatura, tronó contra Gordillo durante la plenaria que tuvo la fracción la mañana del 31 de octubre; la acusó de haber hecho una “mala negociación”, pues alegó que PAN y PRD tendrían más votos que los priistas. La maestra cambió de estrategia y dejó la negociación a Chuayffet, quien logró imponer cinco espacios para el PRI. Se inició aquí una lucha de poder entre ambos.
En abril de 2004 Gordillo fue separada de la coordinación, Chuayffet subió al poder y ella optó por dejar la diputación para formar su propio partido, mientras se refugiaba en las millonarias prebendas que le dispensaba el panismo.

Su renuncia

Una fuente del primer círculo de la maestra, quien pidió mantener su nombre en reserva, narra a Proceso que, antes de que Enrique Peña Nieto asumiera la Presidencia, Gordillo se entrevistó con él para ofrecerle su renuncia. “Te necesito”, le dijo el mexiquense. Era octubre de 2012.
En enero de 2013 Peña Nieto, según la misma fuente, llamó a Los Pinos, por separado, a cinco representantes de los poderes fácticos: Gordillo, Carlos Romero Deschamps, Carlos Slim, Emilio Azcárraga y Ricardo Salinas Pliego. A todos les informó que según estudios de la Presidencia la gente ya no quería ese tipo de poderes, por lo que llegaba el momento de hacer cambios drásticos.
Azcárraga le dijo que ambos eran amigos, pues él lo había llevado a la Presidencia. “No. Tú me vendiste una estrategia de campaña y no te debo nada”, le respondió Peña Nieto, de acuerdo con esa versión. Romero Deschamps le dijo: “Conmigo no vas a batallar”. Salinas Pliego: “Estoy a tus órdenes”, y con Slim tuvo un ríspido encuentro.

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