Vallas y policías bloquearon el palacio legislativo una semana antes: meses antes un temerosos Calderón ya entregaba la presidencia al hijo pródigo del PRI. Peña Nieto ya era presidente desde hace mucho…y no lo entendimos. A pesar de eso, el 1 de diciembre la Ciudad de México se paralizó mientras un reducido grupo de jóvenes hacían lo que debieron hacer hace mucho: enfrentarse al poder.
Palos, piedras y un ímpetu no visto desde hace mucho en el DF, hombres y mujeres encapuchados rechazaron a Peña Nieto sin convencionalismos: rompiendo y destruyendo todo símbolo de opresión a su paso. Sin flores ni consignas, sólo un puñado de rocas lloviendo sobre los policías mientras esquivaban las que éstos les regresaban, junto con balas de goma y gas que se mete en la piel como y en la garganta por horas.
Un asesino corrupto llega al poder, mientras el alcalde del DF lloriquea por la propiedad privada dañada…los heridos los pusimos nosotros.
En el zócalo el mismo cuento, vallas y policías, policías y vallas, en sus ojos se lee la pobreza e ignorancia a la que son sometidos: obligados a ponerse en primera línea para defender el sistema…absurdos por doquier. Mientras los gorilas hacían guardia y la gente veía perturbado su sábado tranquilo, algunos intentaron en vano llegar: la lucha se hace aunque la derrota esté planteada de antemano.
Hay mucho pueblo, seguramente más que los policías, pero tienen miedo. El miedo los hace apartarse mientras un grupo de granaderos golpea a una chica menuda, el miedo los hace sólo gritar, no pelear, el miedo los hacer ver el legítimo uso de la violencia como algo nocivo para ellos, para su mediocre paz.
La paz no puede nacer de la injustica, y ésta no se puede terminar sin pelear…al menos recobramos la confianza en nosotros mismos, la necesitaremos para los siguientes 6 años.
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