Se trata de la ganadería de unas cuantas vacas sueltas en el monte sobreviviendo de la escasa materia vegetal que el desierto va produciendo. Esta es una ganadería al filo de la navaja. Tradicionalmente, el ganadero pone más vacas por hectárea que la de nuestro desierto puede soportar. Escasean las lluvias, falta la comida, las vacas mueren. En la parte del mundo en la que vivimos las lluvias suelen ser escasas y además erráticas. En el desierto siempre se han sucedido los ciclos de sequía a los ciclos de abundancia. Así es esta tierra. Esta ganadería requiere de apoyos. No de los apoyos que el gobierno les da tras cada sequía, sino de apoyos para reformarse y convertirse en una actividad sintonizada con las condiciones del terreno donde se ejerce. En contraste tenemos la otra ganadería de carne: la intensiva, la del corral de engorda. Aquí las vacas están confinadas, hacinadas y el alimento se les trae de la parte del mundo de la que haga falta. El alimento no son cactos ni ralos pastos sino granos, mayormente maíz. Una comida que, dicho sea de paso, las enferma y obliga al uso de antibióticos que luego produce bacterias resistentes que acaban por enfermarnos -y hasta matarnos- a los consumidores. Es una ganadería industrial, que requiere de grandes inversiones para ser posible. Es practicada no por pequeños ganaderos sino por corporaciones poderosas, diversificadas y robustas. ¿Necesita ayudas urgentes esta ganadería? La respuesta es no. La ganadería lechera está en crisis, pero no toda. La crisis la sufre el pequeño lechero, el del establo de treinta, cuarenta vacas. Aunque esta ganadería era la dominante hace cincuenta años, hoy es francamente minoritaria y prevalece en lo que se da en llamar el sector social, es decir, en el ejido. Estos ganaderos la están pasando mal por la pequeña escala de su negocio y la concomitante vulnerabilidad al alza de precios en los insumos. ¿Merecen un apoyo especial estos lecheros? Sin duda. Apoyos que les permitan crear nichos de mercado como el de los quesos o los dulces artesanales. Hoy en día la lechería en La Laguna está dominada por establos de cinco mil, diez mil y hasta veinte mil vacas. Enormes ciudades vacunas. Ahí encontramos instalaciones altamente tecnificadas y vacas confinadas, hacinadas y alimentadas con lo que haga falta alimentarlas. Por la escala a la que trabajan y por el tamaño del capital acumulado por sus dueños, esta ganadería no está en riesgo inminente. Se han reducido los márgenes de ganancia de estos ganaderos, cierto, pero no a niveles que ponga en peligro sus operaciones. Lo que hoy vemos y oímos en los medios es una mescolanza de todos estos cuatro tipos de ganadería como si se tratara de una sola actividad con un único conjunto de problemas. Tras los pequeños ganaderos, para los que la sequía y la carestía de forrajes son un verdadero drama se esconden los otros ganaderos, pudientes, de Escalade y Hummer, buscando la ventaja indebida y el incremento de sus millonarias ganancias. La ganadería industrial, la del corral de engorda y el establo gigantesco, no necesita ayudas ni subsidios. Al contrario. Necesita jugar bajo las reglas de toda empresa capitalista. Las reglas que dictan que no sólo no te robes sino que pagues por tus insumos, como el agua. Que remedies tus impactos ambientales. Que controles tus residuos infecciosos. Les hace falta un trato normal y justo. Un trato como el que se dispensa al resto de los mexicanos. Esa masa que hasta ahora ha subsidiado con sus impuestos, su agua y su futuro sus fabulosas ganancias.
23 de diciembre de 2012
¿Crisis ganadera? - EL MITO GENIAL Francisco Valdés
¿Crisis ganadera?: En los últimos meses se viene hablando mucho de la crisis de la ganadería. En la mengambrea dialéctica que brinca de las páginas de los diarios y de las bocinas de radios y televisores se trenzan hechos y dichos contradictorios que dan una imagen que no corresponde a la realidad. Le propongo que tratemos de desenredar la madeja. La sequía ciertamente ha creado problemas para la ganadería extensiva de carne. La expresión mediática de esta crisis es la canónica foto de los huesos blanqueados de la res muerta en un campo yermo.
Se trata de la ganadería de unas cuantas vacas sueltas en el monte sobreviviendo de la escasa materia vegetal que el desierto va produciendo. Esta es una ganadería al filo de la navaja. Tradicionalmente, el ganadero pone más vacas por hectárea que la de nuestro desierto puede soportar. Escasean las lluvias, falta la comida, las vacas mueren. En la parte del mundo en la que vivimos las lluvias suelen ser escasas y además erráticas. En el desierto siempre se han sucedido los ciclos de sequía a los ciclos de abundancia. Así es esta tierra. Esta ganadería requiere de apoyos. No de los apoyos que el gobierno les da tras cada sequía, sino de apoyos para reformarse y convertirse en una actividad sintonizada con las condiciones del terreno donde se ejerce. En contraste tenemos la otra ganadería de carne: la intensiva, la del corral de engorda. Aquí las vacas están confinadas, hacinadas y el alimento se les trae de la parte del mundo de la que haga falta. El alimento no son cactos ni ralos pastos sino granos, mayormente maíz. Una comida que, dicho sea de paso, las enferma y obliga al uso de antibióticos que luego produce bacterias resistentes que acaban por enfermarnos -y hasta matarnos- a los consumidores. Es una ganadería industrial, que requiere de grandes inversiones para ser posible. Es practicada no por pequeños ganaderos sino por corporaciones poderosas, diversificadas y robustas. ¿Necesita ayudas urgentes esta ganadería? La respuesta es no. La ganadería lechera está en crisis, pero no toda. La crisis la sufre el pequeño lechero, el del establo de treinta, cuarenta vacas. Aunque esta ganadería era la dominante hace cincuenta años, hoy es francamente minoritaria y prevalece en lo que se da en llamar el sector social, es decir, en el ejido. Estos ganaderos la están pasando mal por la pequeña escala de su negocio y la concomitante vulnerabilidad al alza de precios en los insumos. ¿Merecen un apoyo especial estos lecheros? Sin duda. Apoyos que les permitan crear nichos de mercado como el de los quesos o los dulces artesanales. Hoy en día la lechería en La Laguna está dominada por establos de cinco mil, diez mil y hasta veinte mil vacas. Enormes ciudades vacunas. Ahí encontramos instalaciones altamente tecnificadas y vacas confinadas, hacinadas y alimentadas con lo que haga falta alimentarlas. Por la escala a la que trabajan y por el tamaño del capital acumulado por sus dueños, esta ganadería no está en riesgo inminente. Se han reducido los márgenes de ganancia de estos ganaderos, cierto, pero no a niveles que ponga en peligro sus operaciones. Lo que hoy vemos y oímos en los medios es una mescolanza de todos estos cuatro tipos de ganadería como si se tratara de una sola actividad con un único conjunto de problemas. Tras los pequeños ganaderos, para los que la sequía y la carestía de forrajes son un verdadero drama se esconden los otros ganaderos, pudientes, de Escalade y Hummer, buscando la ventaja indebida y el incremento de sus millonarias ganancias. La ganadería industrial, la del corral de engorda y el establo gigantesco, no necesita ayudas ni subsidios. Al contrario. Necesita jugar bajo las reglas de toda empresa capitalista. Las reglas que dictan que no sólo no te robes sino que pagues por tus insumos, como el agua. Que remedies tus impactos ambientales. Que controles tus residuos infecciosos. Les hace falta un trato normal y justo. Un trato como el que se dispensa al resto de los mexicanos. Esa masa que hasta ahora ha subsidiado con sus impuestos, su agua y su futuro sus fabulosas ganancias.
Se trata de la ganadería de unas cuantas vacas sueltas en el monte sobreviviendo de la escasa materia vegetal que el desierto va produciendo. Esta es una ganadería al filo de la navaja. Tradicionalmente, el ganadero pone más vacas por hectárea que la de nuestro desierto puede soportar. Escasean las lluvias, falta la comida, las vacas mueren. En la parte del mundo en la que vivimos las lluvias suelen ser escasas y además erráticas. En el desierto siempre se han sucedido los ciclos de sequía a los ciclos de abundancia. Así es esta tierra. Esta ganadería requiere de apoyos. No de los apoyos que el gobierno les da tras cada sequía, sino de apoyos para reformarse y convertirse en una actividad sintonizada con las condiciones del terreno donde se ejerce. En contraste tenemos la otra ganadería de carne: la intensiva, la del corral de engorda. Aquí las vacas están confinadas, hacinadas y el alimento se les trae de la parte del mundo de la que haga falta. El alimento no son cactos ni ralos pastos sino granos, mayormente maíz. Una comida que, dicho sea de paso, las enferma y obliga al uso de antibióticos que luego produce bacterias resistentes que acaban por enfermarnos -y hasta matarnos- a los consumidores. Es una ganadería industrial, que requiere de grandes inversiones para ser posible. Es practicada no por pequeños ganaderos sino por corporaciones poderosas, diversificadas y robustas. ¿Necesita ayudas urgentes esta ganadería? La respuesta es no. La ganadería lechera está en crisis, pero no toda. La crisis la sufre el pequeño lechero, el del establo de treinta, cuarenta vacas. Aunque esta ganadería era la dominante hace cincuenta años, hoy es francamente minoritaria y prevalece en lo que se da en llamar el sector social, es decir, en el ejido. Estos ganaderos la están pasando mal por la pequeña escala de su negocio y la concomitante vulnerabilidad al alza de precios en los insumos. ¿Merecen un apoyo especial estos lecheros? Sin duda. Apoyos que les permitan crear nichos de mercado como el de los quesos o los dulces artesanales. Hoy en día la lechería en La Laguna está dominada por establos de cinco mil, diez mil y hasta veinte mil vacas. Enormes ciudades vacunas. Ahí encontramos instalaciones altamente tecnificadas y vacas confinadas, hacinadas y alimentadas con lo que haga falta alimentarlas. Por la escala a la que trabajan y por el tamaño del capital acumulado por sus dueños, esta ganadería no está en riesgo inminente. Se han reducido los márgenes de ganancia de estos ganaderos, cierto, pero no a niveles que ponga en peligro sus operaciones. Lo que hoy vemos y oímos en los medios es una mescolanza de todos estos cuatro tipos de ganadería como si se tratara de una sola actividad con un único conjunto de problemas. Tras los pequeños ganaderos, para los que la sequía y la carestía de forrajes son un verdadero drama se esconden los otros ganaderos, pudientes, de Escalade y Hummer, buscando la ventaja indebida y el incremento de sus millonarias ganancias. La ganadería industrial, la del corral de engorda y el establo gigantesco, no necesita ayudas ni subsidios. Al contrario. Necesita jugar bajo las reglas de toda empresa capitalista. Las reglas que dictan que no sólo no te robes sino que pagues por tus insumos, como el agua. Que remedies tus impactos ambientales. Que controles tus residuos infecciosos. Les hace falta un trato normal y justo. Un trato como el que se dispensa al resto de los mexicanos. Esa masa que hasta ahora ha subsidiado con sus impuestos, su agua y su futuro sus fabulosas ganancias.
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