16 de noviembre de 2012

Huellas de sangre/ I - Epigmenio Ibarra

Protests in Oaxaca City centre on June 22, 2006.
Protests in Oaxaca City centre on June 22, 2006. (Photo credit: Wikipedia)
Huellas de sangre/ I:

Epigmenio Ibarra

2012-11-16 •

Texto leído en la presentación de
La guerra de Los Zetas
FILO, Oaxaca. Noviembre 2012

Antes de comenzar la lectura del texto que preparé para esta noche quiero agradecer a la Feria Internacional del Libro de Oaxaca, a Diego Enrique Osorno, por esta invitación y a Humberto Cruz y Gustavo López, mis compañeros de mesa.

Quiero agradecer también a Verónica Velasco, mi esposa, mi compañera y una de las primeras periodistas en enfrentar en la televisión mexicana con valentía y seriedad los asuntos de seguridad y justicia en México, por haberme guiado en mi lectura y en mis cavilaciones.



Leer La guerra de Los Zetas y luego enfrentar el compromiso de comentarlo me ha sumido en largas horas de reflexión.

El dolor por mi patria herida, por sus muertos, sus decapitados, sus levantados, sus desaparecidos, sus desplazados.

El asombro renovado ante el horror que padecemos. Y el horror también renovado ante la pérdida colectiva de nuestra capacidad de asombro frente a la barbarie.

La indignación ante la ineptitud criminal de quienes nos gobiernan, su falta de respeto por la vida ajena, la ligereza con la que ondean una bandera manchada por la sangre de otros.

La rabia ante la inagotable capacidad de los criminales para superar sus propios límites y hacer de México el escenario de los crímenes más atroces.

La emoción que produce la gran literatura.

La admiración y el respeto por Diego Osorno, por su coraje y su talento: por su manera de contar una historia ante la que los grandes medios y en especial la tv, cierran los ojos.

Todo esto ha preñado esta reflexión y es lo que esta noche aquí, en Oaxaca, quisiera comunicarles.

Comienzo por el principio planteándome tres preguntas que intentaré ante ustedes responder:

¿Desde dónde escribo?

¿Qué me provoca, qué me hace sentir la lectura de La guerra de Los Zetas?

¿Qué me hace pensar?

¿Desde dónde escribo? pregunto y con Diego y ateniéndome a lo que Alma Guillermo Prieto nos enseña y como Diego respondo:

Escribo desde la emoción y lo hago porque escribir de una tragedia como la que vivimos y hacerlo desde una perspectiva meramente analítica implica un distanciamiento que erosiona en nosotros lo más humano, lo más necesario: la compasión.

Escribo desde la emoción porque eso me entrega Diego. Porque la compasión, el respeto por las víctimas se siente en cada una de sus líneas.

Porque cuando dice que Monterrey —yo digo México— “está a una bala de perder la razón” se nota su amor, su angustia, su profunda preocupación por su tierra y su gente.

Quien vuelve a los muertos estadística; quien deja de preguntarse por sus nombres, sus historias, sus penas, sus sueños, sus aspiraciones quebradas por una bala, termina extendiendo una especie de aval inconsciente a la guerra.

Y cuando digo que escribo desde la emoción digo también el espejo.

Imposible para mí sustraerme, mientras leo La guerra de Los Zetas, de la emoción y el miedo que el espejo me devolvía mientras, en Pale y el hotel desde donde salió al encuentro de su asesino el archiduque Francisco José, me preparaba para cruzar a toda velocidad la pista del aeropuerto y luego atravesar ese bulevar eterno, barrido por el fuego de una ametralladora de cuatro bocas, por el que se entra a Sarajevo.

Imposible para mí mientras leo la crónica de Diego sobre la Ribereña, esa carretera de la muerte, no remitirme a la imagen que me devolvía el espejo retrovisor de mi rostro y del rostro de mis colegas mientras recorríamos en El Salvador, otra carretera de la muerte, “La litoral”, escenario frecuente de cruentos combates.

Imposible para mí no pensar en la calle negra de Guazapa donde murió atravesado por una bala de M-60 el gran fotógrafo y amigo John Hoagland.

Imposible para mí no pensar en la imagen que hoy, a mis 61 años me devuelve el espejo y descubrir en mi mirada las huellas de la sangre, de las guerras pasadas y el dolor porque la barbarie de esas guerras está hoy instalada entre nosotros.

Desde esa emoción, de la de ese que conoce el horror de la guerra y lo reconoce puntualmente en lo que Diego cuenta magistralmente, es que escribo lo que ante ustedes leo.

Y desde el reconocimiento, la admiración, el respeto y también la preocupación por Diego y otros valientes compañeros que han decidido no callar y asumen el riesgo de transitar las carreteras de la muerte, los parajes de la desolación y la impunidad, el paisaje del horror que es hoy nuestra patria.

A ellos mi homenaje. A ellos mi solidaridad.

Cada periodista desaparecido. Cada periodista asesinado. Cada cronista de esta guerra en riesgo es una afrenta, una pérdida que nos aproxima al colapso.

Cuando consigan los criminales y los que en el gobierno preconizan las muertes como forma de validación que la voz de la prensa calle podrán matar, matarnos a su antojo. No tendrá entonces límite la moridera.

Defender a Diego, a quienes como él se atreven a burlar el cerco de silencio, es una obligación, un deber que ninguno de nosotros debe eludir.

http://elcancerberodeulises.blogspot.com

www.twitter.com/epigmenioibarra

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