Bernardo Barranco V.
La Jornada
Miercoles 21 de Noviembre 2012
La elección del cardenal José Francisco Robles Ortega, arzobispo de Guadalajara, como nuevo presidente de la CEM es una clara señal política del episcopado para facilitar la relación, la convivencia y los apoyos entre el próximo gobierno de Enrique Peña Nieto y los obispos mexicanos. Es evidente que la vía política, en la historia reciente del episcopado, le ha otorgado jugosos dividendos y mayores privilegios, que sin empacho se dispone alcanzar nuevos beneficios y concesiones al futuro gobierno. Los mayores logros y posicionamientos del episcopado los ha obtenido negociando con la clase política mexicana. Por tanto, la designación de Robles tiene un destinatario: Enrique Peña Nieto. En la corta trayectoria del mexiquense se ha distinguido por su disposición a negociar con la jerarquía católica, así como consentir al alto clero con delicadezas materiales y atenciones de privilegio. En otras palabras, el próximo presidente de la República desempolva la tesis salinista de la necesaria participación del clero católico como un factor clave para la gobernabilidad.
El cardenal Robles Ortega fue poyado por el sector más conservador del alto clero, encabezado por los cardenales Norberto Rivera y Sandoval Íñiguez, quienes apuntalan una cadencia política y uso del poder eclesiástico en las políticas públicas frente al aperturismo con estilo concertador que encabezó Carlos Aguiar Retes. Bajo el calificativo de "protagónico" Aguiar Retes, soportó metralla de los halcones del episcopado, quienes encontraron en Robles Ortega una nueva carta que no pudo resistir y se desdibujó la oferta continuista representada por monseñor Rogelio Cabrera López, flamante arzobispo de Monterrey.
El episcopado ha optado una vez más por la línea política y la vía de imbricación con el poder.
Opera con estricto apego a los manuales de los grupos de presión de los poderes fácticos. Los mensajes episcopales, de que el regreso del PRI a Los Pinos no supone el retorno del autoritarismo político, así como la apertura de diálogo y cooperación de Robles, nos indican posicionamientos de apoyo institucional y de cimentación de una relación constructiva con el nuevo gobierno peñista. Los obispos pasaron a los hechos y colocaron en la presidencia de la CEM a un obispo amigo de la cultura política del grupo Atlacomulco. No debe pasarse por alto que la formación pastoral como obispo de Robles ha transcurrido en la práctica política mexiquense, es decir, el mayor argumento de José Francisco Robles Ortega como candidato a la CEM fue su cercanía con el grupo que gobernará en unos cuantos días el país. Efectivamente, desde 1990 hasta 2003, Robles Ortega convivió, negoció, se mimetizó y se dejó consentir por el grupo Atlacomulco, encabezado entonces por Arturo Montiel, mentor y maestro político de Peña Nieto. Sin embargo, en la nueva estructura de la CEM, el cheque no es totalmente en blanco, el obispo auxiliar de Puebla, Eugenio Lira Rugarcía, nuevo secretario de la CEM, es un joven prelado –cuyo principal mentor ha sido el actual nuncio en México, el francés, Christophe Pierre–, quien poco a poco y casi de manera silenciosa se está convirtiendo en un nuevo polo de poder en el episcopado mexicano. Muy probablemente el punto intermedio entre la presidencia y la secretaría se juegue bajo la influencia de la actual nunciatura apostólica.
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http://www.jornada.unam.mx/2012/11/21/opinion/023a1pol
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