Podríamos denominarlo “romnesia”: la capacidad de los muy ricos para olvidarse del contexto en el que hicieron su dinero. De olvidar su educación, herencia, redes familiares, contactos y presentaciones. De olvidar a los trabajadores cuya labor les enriqueció. Olvidarse de las infraestructuras y la sociedad, la mano de obra preparada, los contratos, subsidios y rescates suministrados por el Estado.
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George Monbiot
30/09/12
El exponente más crudo de “romnesia” es la magnate minera australiana Gina Rinehart. “No hay monopolio en lo que respecta a convertirse en millonario”, insiste ella. “Si tienes envidia de quienes tienen más dinero, no te quedes sentado quejándote; haz algo para ganar más dinero: gasta menos dinero en beber, fumar o alternar y pasa más tiempo trabajando…recuerda nuestras raíces y crea tu propio éxito ”.[3]
Recordar sus raíces es lo que Rinehart no sabe hacer. Se le olvidó añadir que si quieres convertirte en millonario – en su caso, milmillonaria – ayuda heredar una mina de mineral de hierro y una fortuna de tu padre, y cabalgar sobre un auge espectacular de las materias primas. Si se hubiera pasado la vida metida en cama tirando dardos a la pared, seguiría siendo estupendamente rica.
Las listas de gente rica están repletas de gente que o bien heredó su fortuna o la hizo gracias a actividades rentistas: por otros medios que no fueron innovación y esfuerzo productivo. Son un catálogo de especuladores, barones inmobiliarios, duques, monopolistas de tecnología de la información, usureros, jefes de la banca, jeques del petróleo, magnates mineros, oligarcas y ejecutivos jefe remunerados de forma absolutamente desproporcionada respecto a cualquier valor que generen.
Saqueadores, en suma. Los más ricos barones mineros a los que el Estado les vendió los recursos naturales por una bicoca. Oligarcas rusos, mexicanos y británicos adquirieron activos públicos infravalorados mediante privatización, y ahora dirigen una economía de cabina de peaje. [4] Los banqueros usan instrumentos incomprensibles para desplumar a sus clientes y al contribuyente. Pero a medida que los rentistas se hacen con la economía, hay que contar la historia contraria.
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