21 de julio de 2012

Juegos de palabras - Alfonso López Collada

Alfonso López Collada
A México le está pasando algo muy serio. Las declaraciones y las réplicas no consiguen que la prole crea en las instituciones. Está deteriorada la fiabilidad de los partidos, los medios de comunicación, los magistrados, de los supermercados, de los taxistas, de los empleados,… Un país que necesita de toda su confianza para salir adelante, precisamente es lo que ya no tiene.
Los señores del poder dicen una cosa y luego otra, desde Estados Unidos se develan sobornos para poner tiendas, para ganar contratos, las empresas de todos los mexicanos, que los gobernantes deben administrar para beneficio de todos, van de mal en peor hasta que nos dicen que es mejor venderlas porque ya no sirven.


El manejo del lenguaje en todo esto es una herramienta de manipulación a la que es interesante ponerle atención. Cuando va bien la macro-economía del país, esa que beneficia sólo a una mínima parte, se anuncia que el país va bien aunque haya aumentado la cantidad de personas en la miseria alimentaria. Buscando los aplausos que le acompañen hasta la puerta de salida, Calderón va declara y declara dibujando un país de sueño, dice que mucho mejor de como lo recibió. El ciudadano a nivel banqueta pensará que es cierto, nomás que a él no le ha tocado ese bienestar.
Al cerrar la semana, Calderón afirmó que la sociedad mexicana “aún tiene la percepción” de que la corrupción es un mal endémico en México. Llama la atención el “aún”, que parece querernos llevar a pensar que las cosas ya estaban así cuando él llegó, que pese a todo su esfuerzo combativo fue imposible erradicarla, y además deja sembrado que así seguirá. Bueno: para ser justos, él no afirmó directamente que la corrupción sea un problema grave; dijo que la sociedad mexicana es la que piensa eso. Él se zafó.
Otro detalle que llama la atención es el sorpresivo asalto de las autoafirmaciones de los políticos al hacer declaraciones: para decir cualquier cosa, empiezan diciendo: “Lo digo con toda honestidad…”, o declaran a veces detalles sin relevancia, pero cierran su frase con “Lo digo con profunda convicción.” Otras variables son “¡Hay que decirlo!” (y nada importante se dice), “Lo digo con plena sinceridad de mi parte,…” y más, que no hace falta listar. Expresarse así es intentar agregarle la honestidad, la sinceridad, la convicción que no es capaz de comunicar quien las dice ni por medio de su tono de voz, ni su lenguaje corporal, ni con el contenido. Es un recurso que resultará más usado por quien sabe que miente con frecuencia y busca convencer.
Aunque el sexenio que termina ha estado marcado por la ilusión presidencial de que la realidad cambia con una declaración suya, o tal vez por eso, lo que dicen los políticos no convence a la población. Un ejercicio bueno sería medirlo con una casa encuestadora confiable. Sospecho que el índice de credibilidad de quienes ocupan los más altos niveles, estaría en los más bajos niveles.
Esto, para un país, es una verdadera tragedia. Es como ir en un avión piloteado por una persona en la que casi nadie confía. El miedo se apodera de todos, el desorden sigue, los gritos pidiendo calma,… el caos. Ese es un peligro real, y la solución es urgente.

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