10 de febrero de 2012

La conversión del mesías - GERARDO HERNANDEZ


La conversión del mesías:

CAPITOLIOGerardo Hernández

2012-01-16 • ACENTOS


Entre las campañas y las votaciones del 1 de julio sucederán muchas cosas.

Las elecciones de 2000 y 2006 dejaron como enseñanza que la Presidencia se gana en las urnas, no en las encuestas. Francisco Labastida y López Obrador empezaron arriba en las preferencias, pero al final perdieron con Vicente Fox y Felipe Calderón. No porque los panistas fueran mejores —ya hemos visto que en algunas cosas pueden ser incluso peores—, sino porque así lo decidieron millones de ciudadanos. Por lo tanto, los comicios de este año aún no tienen ganador.
Entre las campañas y las votaciones del 1 de julio sucederán muchas cosas. Atentados terroristas en cuatro estaciones ferroviarias de Madrid, que dejaron cerca de doscientos muertos y más mil ochocientos heridos, a solo tres días de las elecciones generales de 2004, inclinaron la balanza hacia el PSOE. La intención de voto apuntaba que el Partido Popular conservaría el poder con Mariano Rajoy, después de ocho años de gobierno de José María Aznar. Siete años después, en comicios adelantados por la crisis financiera, será el socialista Rodríguez Zapatero quien ceda los bártulos al conservador Rajoy.


Casos así existen otros. Suceden en las democracias, por supuesto, donde un error, un traspié, una declaración desafortunada, una expresión de alto impacto —el “hoy, hoy, hoy”, de Fox frente a los lamentos de Labastida y la rigidez de Cárdenas—, un escándalo, un atentado, una buena agencia de marketing, cambian el curso de la historia. Imposible que eso ocurra en Cuba, Venezuela o Nicaragua, donde los Castro, los Chávez y los Ortega tomaron el poder para convertirse ellos mismos en “el poder”. Por su voluntad, no la del pueblo, aunque Chávez ya empieza a cascabelear y a la nomenklatura cubana la asaltan los achaques por todos los frentes.
Por eso es que ahora, López Obrador, consciente del daño que a sí mismo se causó en 2006, cambia de piel y llama a sus seguidores a usar masivamente las redes sociales para decirle al mundo que él —AMLO— no es lo que se dijo y todavía hoy muchos piensan: que “es un peligro para México”, que abomina de la libre empresa, que repartiría lo ajeno tan pronto llegara al poder, que no censuró a Germán Dehesa ni a Armando Fuentes Aguirre “Catón” y un largo etcétera que le restó miles o acaso millones de votos por soberbio.
¿Pero no fue él quien “mandó al diablo las instituciones”, el que animó el cierre de Reforma, boicoteó al gobierno federal y abonó con odio la ya de por sí emponzoñada arena política? Porque lo fue, es justamente por lo que ahora vemos a un López Obrador, moderado, tender puentes aquí y allí. Mediar entre “La Jornada” y “Letras Libres” también le daría puntos. Andrés Manuel está de nuevo en la ruta hacia Los Pinos, esta vez para despachar donde antes lo hizo Lázaro Cárdenas. Rectificar, centrarse, alejarse de los extremos, lo presenta como un hombre que acepta errores y los enmienda. Si le baja al populismo, avanzaría más todavía.
La sucesión, con todo y el vértigo que nos atosiga, aún no se escribe. Si ya lo estuviera, el PRI y Enrique Peña no habrían recurrido a los pulcros y democráticos partidos Verde y Nueva Alianza, en búsqueda de márgenes que les permitan ganar una elección competida. A México le falta la alternancia hacia la izquierda. Si la conversión de López Obrador es real, la transmite y convence, este mismo año podría ser presidente.

gerardo.espacio4@gmail.com


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