Matar el futuro: el asesinato de tres jóvenes y la historia de las normales rurales
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DIC
Cuando vi las imágenes de los jóvenes asesinados en la protesta en la autopista del Sol recordé esos episodios repetidos desde hace décadas en las normales rurales. En Ayotzinapa varios jóvenes recibieron una golpiza en 2001, decenas de alumnas normalistas fueron desalojadas con violencia de las puertas del Palacio de Gobierno de Morelos en 1997 y en 2000 ocurrió una revuelta popular en el Mexe, Hidalgo, cuando varios policías fueron casi linchados por querer desalojar a los estudiantes.
Hace más de 10 años visité la mayoría de los 17 planteles y recopilé esas historias en un largo reportaje que se convirtió en mi tesis de licenciatura de la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. El último capítulo lo titulé: “No hay futuro”. Cuando Efraín Pérez Espino, entrañable amigo, gran académico y quien coordinó mi tesis, leyó esa frase levantó la ceja y me preguntó por qué el pesimismo.
Le dije que estaba segura y lo sigo creyendo. Se acabó el futuro para las normales rurales. Desde hace años he visto como matan este proyecto que fue orgullo de la Revolución Mexicana, al igual que a Jorge Alexis Herrera Pino, Gabriel Echeverría de Jesús y José David Espíritu, en el asfalto de una súper autopista. Por años me he preguntado cuándo van a reformar estas escuelas pero no pasando por encima de su valioso modelo sino enriqueciéndolo. Claro, cómo lo van a hacer si en este país muchos niegan, intentan someter y arrasan al México rural.
La mejor demostración de ello es que sus escuelas operan en medio de graves conflictos, un dudoso nivel académico, presupuestos insuficientes y un creciente número de egresados sin empleo. En conclusión: están a la orilla de la educación y a pocos les importa. Por eso ocurren estos crímenes y no pasa nada. Maldita sea.
Hace una década, cuando entré por primera vez a la normal rural de Ayotzinapa, Guerrero -donde estudiaban estos tres jóvenes- me llamaron la atención dos efigies del Che Guevara y de Lucio Cabañas pintadas en sus muros y que los muchachos retocan religiosamente.
Como las otras 16 normales sobrevivientes al olvido del Estado mexicano, la de Ayotzinapa languidece y quizá por eso sus estudiantes estén más aferrados a defenderlas inspirados en figuras revolucionarias como la del Che que para algunos ahora no dicen mucho, pero que quizá para ellos encarnan la permanencia del único modelo educativo al que tienen acceso en un campo devastado por las políticas modernizadoras que han beneficiado a pocos y perjudicado a muchos. Comprendí que estos muchachos tenían pocas opciones: la migración, desgraciadamente el narcotráfico o estudiar y luego dar clases. Era mejor que se convirtieran en maestros, pensé.
Las normales rurales son un caso único en la historia de la educación. Con ellas se dio respuesta a las demandas educativas hechas por los campesinos durante la Revolución Mexicana y adquirieron tal notoriedad que con el tiempo se convirtieron en una especie de universidades para los hijos de campesinos, en 1968 sumaban 29 y después de la revuelta estudiantil Gustavo Díaz Ordaz cerró la mitad.
La calidad de la educación impartida en sus aulas era elevada y ahí se formaron muchos personajes relevantes de la historia de México para bien o mal. Desde dirigentes del SNTE como el recientemente fallecido Carlos Jonguitud Barrios, ex gobernadores como Enrique Olivares Santana o Liberato Montenegro lo mismo que líderes guerrilleros como Cabañas, políticos y luchadores sociales de diferentes ideologías.
Tienen varios rasgos que las distinguen de otras escuelas normales, el principal es que sus estudiantes viven en régimen de internado. Cuando abrieron sus aulas, hace 80 años, los jóvenes no podían ir y regresar a sus alejadas casas, entonces encontraron abrigo en estas escuelas-hogar. Por ese motivo es común que se establecen lazos de solidaridad muy fuertes en el estudiantado, y que su manejo sea sumamente complejo para directivos, maestros y autoridades.
Ahora las escuelas desfallecen un poco como el campo mexicano, con sus anhelos y paradojas y padeciendo el evidente desinterés de las autoridades estatales, educativas e incluso del sindicato magisterial, su benefactor en el pasado. Basta recordar que el año pasado la lideresa del SNTE, Elba Esther Gordillo, las calificó de “monstruos” y propuso convertirlas en escuelas de turismo.
Por eso las huelgas, los plantones, la radicalización (como vimos cuando los alumnos de Ayotzinapa prendieron fuego a una gasolinera) el encarcelamiento y la represión son recurrentes. Adentro de los planteles se da la agitación que a veces de traduce en “autogobierno” del estudiantado, la inevitable inestabilidad académica y las movilizaciones mezcladas con intereses políticos, son tan antiguas como sus escarapelados edificios.
No hay futuro, como no lo hay para millones de jóvenes en México. Y me pregunto cuánto tiempo la mayoría de las élites seguirán indiferentes, ignorantes, insensibles, enriqueciéndose mientras se muere nuestro futuro. Y también me planteo qué vamos a hacer nosotros, porque esas élites ya demostraron que les importa poco el país. Maldita sea.
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