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Convengamos en que al PAN no le ha ido bien últimamente en materia electoral. Su intento de alzarse con la victoria, el 13 de noviembre, en Michoacán llevando como abanderada a Luisa María Calderón no fructificó a pesar del derroche que hizo el gobierno federal para apoyarla. El estado gobernado por el perredista Leonel Godoy era la última estación antes de los comicios del primero de julio de 2012. El triunfo, como bien se sabe, correspondió al priísta Fausto Vallejo.
El intento previo a Michoacán para frenar el avance del PRI se registró el primero de julio en el Estado de México, entidad en la que el PAN sólo hubiese podido dar batalla al tricolor de la mano del PRD. Eruviel Ávila (PRI) duplicó la votación de Alejandro Encinas (PRD) y triplicó la de Luis Felipe Bravo Mena (PAN). Allí no hubo candidato de unidad opositora como en Oaxaca (Gabino Cué), Puebla (Rafael Moreno Valle) y Sinaloa (Mario López Valdez). Pero, como hoy se ven las cosas, es difícil que el PAN y el gobierno de Felipe Calderón, en buena lid, puedan repuntar y detener el triunfo del PRI en 2012.
Si hacemos caso a la vox populi, o sea, que Calderón juró no permitir, bajo ninguna circunstancia, el retorno del tricolor, pues entonces, el panorama político se ve bastante complicado. ¿Hasta dónde va a estirar la liga antes de que se rompa? Las reglas del juego democrático son muy precisas; ellas, ciertamente, permiten la competencia libre por el voto libre. Pero toda libertad en sociedad tiene límites. A fin de que la lucha por el poder no degenere en barbarie, hay leyes que prescriben un comportamiento civilizado de las fuerzas en pugna. Como se dijo en la Revolución Francesa: “la democracia es el régimen en el que se cuentan las cabezas en lugar de cortarlas”. Es decir, la democracia es un método pacífico para dirimir controversias.
No sólo hablo del respeto que se debe guardar a lo que dice, textualmente, la normatividad electoral, sino —parafraseando a Montesquieu— del puntual reconocimiento del “espíritu de las leyes”. Ese espíritu supone la autocontención de los actores; en primer lugar, los gobernantes.
Sabemos del carácter impulsivo del presidente Calderón. Su más reciente exabrupto fue el intento de contrademandar a las personas que lo denunciaron en la Corte Penal Internacional de La Haya por supuestos crímenes de lesa humanidad.
Otro signo preocupante es el discurso polarizante que emplean funcionarios federales y algunos aspirantes a la nominación panista.
No se puede conducir al país desde un estado de ánimo; tampoco desde una animadversión al contrincante político. Cuando se asume un cargo público y, sobre todo, la primera magistratura de la nación, uno debe ser capaz de sobreponerse a los propios humores.
Ahora que se avecina la renovación de los Poderes de la Unión, ciertamente, los vaticinios pueden cambiar a favor del PAN. Empero, existe el peligro de que, para no ceder el mando, sea al PRI, sea al PRD, se pueda caer en excesos cometidos desde el poder. Pretextos sobran: el narcotráfico, el galimatías de la normatividad de medios, etcétera. Vamos a ver si los panistas, incluido su gobierno, están en actitud de autocontrolarse; esto es, de respetar las mismas disposiciones que los llevaron al poder. Y también vamos a ver, ante la eventualidad de que pierdan las elecciones, si son capaces de aceptar cabalmente su derrota.
@jfsantillan
Profesor de Humanidades del ITESM-CCM
¡AMLO 2012!
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