El método “libio”, grave amenaza para América Latina
Angel Guerra Cabrera/La Jornada
1 Septiembre 2011, 08:36 AM
Con la fórmula desplegada en la agresión contra Libia por la OTAN, se intenta configurar un nuevo patrón, aplicable a otros países con algunas variantes. Según declaró Ben Rhodes, vice jefe del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos en entrevista con Foreign Affairs, el “método” utilizado por la administración de Obama en el país norafricano es “más efectivo” al de gran despliegue de tropas aplicado por Bush en Iraq y Afganistán. Cabría añadir que continuado por el actual inquilino de la Casa Blanca, y superado en el segundo país, pero no nos distraigamos. El tema fundamental ahora es la grave amenaza de repetición de este engañoso y taimado esquema en otros países con recursos de interés estratégico para Washington y sus aliados o intolerables posturas políticas independientes, como unos cuantos en América Latina y el Caribe.
Rhodes, un apellido, por cierto, de alcurnia colonialista como pocos, apunta: “El hecho es que la marcha de los libios dentro de Trípoli, no sólo proporciona una base de legitimidad sino también un contraste con la situación cuando un gobierno extranjero es el ocupante”. Según él Obama “subrayó” desde el comienzo de la intervención en Libia dos principios. Primero, era mucho “más legítimo y efectivo” para el “cambio de régimen” el que fuera perseguido por un movimiento “autóctono” y no por Estados Unidos. Segundo, poner énfasis en “compartir la carga” y recibir una “significativa” contribución internacional en lugar de cargar con el grueso del “esfuerzo”. A confesión de parte relevo de pruebas. Así que la zona de exclusión aérea para “proteger a la población” -reclamada insistentemente por Obama, Sarkozy y Cameron a fin de conseguir la aprobación de la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU- era una burda mentira pues el verdadero objetivo, confiesa Rhodes, era el cambio de régimen. Claro, se necesitaba mucha candidez para creer lo de la “protección a la población” pero Rusia y China, con cuestionable perspectiva estratégica, optaron por la omisa abstención. Sin contar las bocinas asalariadas, no faltaron intelectuales y analistas incautos que llevaran agua al molino de la agresión con prédicas suspendidas en el vacío que minimizan el principio de no intervención.
Una vez arrancada la resolución al exclusivo y selecto club que controla la ONU, la OTAN la hizo trizas a punta de matar civiles y destruir gran parte de la infraestructura de Libia con bombardeos no autorizados por aquel, siempre en función de arrasar los lugares por donde debían avanzar la pandilla de Bengazi. Es obvio que también pensando en la “reconstrucción” por compañías de países de la propia alianza atlántica, que no reconstruyen nada pero ganan mucho dinero. No conforme con eso, vulneró groseramente una prohibición expresa de la resolución al entrenar y armar a los alzados y lanzar a la guerra fuerzas y medios militares terrestres de Estados Unidos, Francia, Inglaterra, las contrarrevolucionarias monarquías del Consejo de Cooperación del Golfo y la jordana. En síntesis, lo que se suponía tenía el propósito de proteger a la población libia se convirtió en una intervención militar extranjera de considerable magnitud contra esa misma población. Eso sí, presentada mediante trucos y detestables montajes mediáticos, como una idílica proeza de los idealistas “rebeldes” libios. Para colmo, la fuerza que ocupó Trípoli no está formada por la anárquica y aventurera tropa de Bengazi sino por fogueados militantes libios de Al Quaeda con apoyo de tribus bereberes de las montañas Nafusa, entrenados por fuerzas especiales estadunidenses.
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