El caso de los “ninis”
¿COMO DEVOLVERLE LA IDENTIDAD PERDIDA A UNA GENERACION?
Morpheo Regio*
23 de septiembre de 2011
En los aciagos días del mes de noviembre de 1884, el gobierno del general Manuel González -compadre e íntimo de Porfirio Díaz- se propuso afanosamente, a concretar el acuerdo por el cual se reconocía la inefable deuda inglesa, cuya ignominiosa perennidad acompañó a México, desde los días en que nuestra joven República lograba su independencia del imperio español.
Frente a la intentona por lograr el acuerdo, surgió un grupo de oposición, tenaz y sobrado, en donde el elemento principal, y el más enérgico, lo componían cientos de jóvenes de todas las clases, particularmente estudiantes; quienes compenetrados por la gloriosa historia de la “moratoria juarista” de la deuda, (misma que provocó la ira y posterior intervención de las tres potencias coloniales; Gran Bretaña, Francia y España en la exacción del empréstito, así como la imposición de un títere Habsburgo en el trono de México), salieron espontáneamente a las calles, a protestar valiente y audazmente, en contra de la medida.
Entre los personajes que simpatizaban con la aguerrida juventud de aquél entonces, se encontraba el poeta y economista Guillermo Prieto, opositor también al reconocimiento de la deuda inglesa, y quien de camino a la Cámara de Diputados, en donde fungió como orador en contra de dicha pretensión, se dirigió a un joven que encontró en el trayecto y le dijo “sólo con ustedes cuenta la oposición. Ustedes nos salvan, y salvan a la patria ¡Ésta tarde a la Cámara!”[1]
Se escribiría así una página más, en un no muy conocido, pero brillante, capítulo de nuestra historia, en donde el elemento joven demostró ser, nuevamente, vanguardia y constituiría un formidable y revolucionario aliado del progreso y las causas justas del país.
Este, como muchos otros pasajes, nos señala que cuando los jóvenes son movilizamos en favor de dichas causas, y así participan en los asuntos de “la cosa pública”, se convierten en adalides de la sociedad, al luchar por los principios que le dieron identidad a nuestro pueblo, tales como la defensa de la soberanía, y la defensa del pueblo, en el cual reside ésta.
En otras épocas, nuevas generaciones de jóvenes definieron el rumbo del país, al actuar decididamente en pro de ideales tales como justicia, libertad, búsqueda de la felicidad, igualdad, respeto, por mencionar algunas.
Sin embargo, la realidad actual representa todo lo contrario.
Nuestra generación (a la cual bien podemos adjudicarle el epíteto de “sin futuro”) en los últimos 25 años, o más, ha sido sometida a un intenso proceso, masificado y sistemático, de despolitización y desmoralización, por parte de las élites que nos han gobernado, desde esas fechas, al día de hoy.
Las mentiras y los lugares comunes, que han repetido hasta la saciedad, propios y extraños, reproducen una vacua retórica, sin sentido emocional alguno, repleta de falacias que no conducen a ningún lado; y por el contrario, siguen exasperando y socavando la paciencia del considerado núcleo mayoritario de la población mexicana: los jóvenes. Ante esa palabrería se alza una abrumadora realidad: actualmente, existen 14 millones 900 mil jóvenes en la pobreza, según cifras del propio Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL). Por si fuera poco, 7 millones 226 mil no reciben educación y están desempleados, los famosos “ninis”.
Así, el panorama para la juventud mexicana, no podría ser más desolador ya que al ser víctimas del subdesarrollo en el que nos encontramos, muchos de quienes no encuentran las debidas oportunidades, optan por el camino de las conductas antisociales, como comúnmente, se les denomina a las conductas asociadas con el latrocinio, el homicidio, principalmente.
Lo peor, es que muchos de ellos, movidos por la desesperación económica, de no contar con el sustento necesario para mantenerse a sí mismos y ayudar a sus familias, han engrosado las filas del narco, y de los grupos criminales, por lo cual muchos de ellos, son parte del siniestro apartado en la lista de muertos derivada de la guerra de Calderón. De los aproximadamente 50,000 muertos producto de esta estúpida guerra, según reportes publicados recientemente por el INEGI, se calcula que entre 2007 y 2009 el número de niños y jóvenes, menores de dieciocho años que sido asesinados, es cercano a los 10,000, de ellos. ¡Tan sólo en el 2009, se reportaron 7 mil 348 muertes! Esta horrorosa estadística, al ser traducida a las consecuencias sociales, lo menos que nos hace pensar es que muchos padres y madres, han quedado sin hijos, en los hogares mexicanos.
Por si fuera poco, existe otro fenómeno que se está agudizando entre la población juvenil, y cuya tendencia ha crecido, según estudios recientes, un 50% en los últimos cinco años: el suicidio. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en México, el suicidio juvenil, es la tercera causa de muerte de las personas entre los 15 y 29 años de edad, siendo que por rango de edades, en los varones el porcentaje más alto se localiza en las edades de entre 20 y 24 años, y para las mujeres entre los 14 y 19 años.
Este fenómeno, tal como se presenta; creciente y amenazante, parece no obedecer a circunstancias coyunturales, como pueden ser, el alejamiento familiar, la separación afectiva con la pareja, etc. sino a un motivo estructural, que indica el estado moral, emocional y psicológico de nuestra juventud, el cual está directamente asociado al proceso del colapso de la economía y de la estructura social junto con ella. Así, se presentan variantes, de lo que el sociólogo francés Emile Durkheim, determinó como “suicidio anómico”, el cual está identificado al momento en el que los vínculos sociales se debilitan y la sociedad pierde su fuerza para integrar y regular adecuadamente a los individuos, lo que genera una ausencia o desintegración de las normas. Como se puede observar, la juventud mexicana está pasando por un colectivo proceso de dicho fenómeno, y la constante es la tasa de aumento del mismo en edades cada vez inferiores.
Concretamente, la interrelación existente entre el suicidio, el desempleo, la violencia, la marginación, la falta de oportunidades, y demás execrables taras sociales, constituyen un ominoso presente de la realidad tal que se vive, que se vislumbra un futuro poco prometedor de lo que puede ocurrir a nuestras generaciones de jóvenes y que habrá de manifestarse en cuanto de manera natural, cronológica, estas mismas generaciones crezcan, y sean quienes deban de conducir el destino del país, de la sociedad como un todo. Así que debemos plantear soluciones, rápidas, urgentes, para contrarrestar, y dar marcha atrás a esto, y evitar así la cancelación de su futuro, optando por brindarles un motivo para seguir adelante y recomponer la desastrosa situación en la que las generaciones actuales, los han dejado.
Urgentemente, debemos conquistar el verdadero crecimiento y progreso deseado y necesario. Mediante proyectos de infraestructura, de socialización de la educación, de retroalimentación de cultura verdadera, podremos avanzar muchísimo, fomentando una nueva orientación de política social hacia la juventud. No sólo eso, sino que además de dotarles de los elementos necesarios para la incorporación económica, social y cultural, a los jóvenes de hoy, les brindaremos la oportunidad, que les ha sido reiteradamente negada, de ser partícipes en la toma de decisiones, encaminadas al crecimiento y engrandecimiento del país.
Estas y otras propuestas han sido planteadas, con ahínco y tesoneramente, por Andrés Manuel López Obrador, en cada tribuna y cada escenario, en el que ante miles de personas, evidencia la falta de oportunidades, la falta de crecimiento, la exclusión social, y desde ahí, exige la recomposición del actual sistema corrupto y decadente del cual somos parte.
Los jóvenes, merecen un apartado especial en los discursos que entrega AMLO en cada localidad a donde se dirige. De hecho, ningún otro luchador social, ha sido tan enfático, y ha declarado tanto sobre la generación sin futuro, como él. Por tanto, no podemos esperar de los demás aspirantes, más que lo mismo: retóricas huecas, discursos sin contenido, falaces, fatuos, acartonados y elaborados por las firmas de comunicación estratégica, de marketing de alguna televisora, o de alguna consultoría especializada en hablar de cifras y datos, pero sin conexión alguna con la terrible realidad.
La política no tiene que ver con el arte del engaño, la simulación, el cinismo. La política, como lo han entendido los grandes humanistas es, a decir de Santo Tomás Moro, “el oficio más noble”. Así debemos conceptualizarla, ya que el futuro de varias generaciones se encuentra en un predicamento, producto de la visión contraria a lo anterior expresado. Cambiar el actual sistema, no significa mover a unos, para imponer a otros, sino que cambiarlo, realmente, significa sembrar en nuestras mentes, una nueva forma de pensamiento, basada en valores profundos, en donde el acento del amor al prójimo, prevalezca por encima de cualquier interés. Los jóvenes nos necesitan, pero nosotros necesitamos más de ellos. Brindémosles un verdadero futuro, por el bien de ellos, y por el bien de todos.
*Alumno de la facultad de Ciencias Políticas y Sociales (UNAM)
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