Juárez: Cómo se vive en la muerte...Judith Torrea
Juárez en la sombra es el resultado de haber vivido en la ciudad más violenta del mundo los últimos 14 años y de observar y narrar sus tragedias cotidianas. Con crónicas incluidas en este volumen, la periodista-bloguera española Judith Torrea Oiz mereció los premios Ortega y Gasset de Periodismo Digital 2010 y el BOB-Reporteros Sin Fronteras 2011. Con autorización de la editorial Aguilar y de la autora publicamos un fragmento de este libro de reciente aparición.
“El Buitre”
Los 70 casquillos en la arena. Y él, acercándose con su camisa planchada, impecable, de color blanco. Los pantalones son de mezclilla. Ve dos cadáveres, la mirada de unos niños que sonríen como si fueran inmunes al dolor. Y no sabe qué le aterra más: si el presente o el futuro.
De pronto, descubre otros dos. Más uno: son cinco los nuevos. Los convertidos en muertitos. Como en una película. Real.
Se fija en los cuerpos tirados en las calles sin pavimentar de Ciudad Juárez. La puerta del Nissan 2001 está abierta, como si hubieran intentado huir y al hacerlo se abrazaron en la muerte: uno encima de otro.
Una mujer sale de la casa de enfrente con una cobija para cubrir a los jóvenes. Llegan los gritos de las madres, las novias, los novios y él preferiría huir. Le gustan más los muertos que ya no pueden susurrar ni lo que casi nunca se sabrá con precisión en Ciudad Juárez: quién los mató y por qué. Por el cerro suben riadas de personas que se distribuyen en el triángulo mortífero de las calles. Lo hacen para salir de la agonía de la duda: ver si les tocó o no a sus hijos.
Ya cayó la noche.
Del vehículo los rafaguean, es un Pontiac que surgió con un atardecer mágico de feroces rojos y que ya se ha esfumado. Primero dispararon a un chavo. Luego dieron la vuelta, comenzaron a perseguir al carro de los dos jóvenes y al de las chicas, de 15 años. A una de ellas le habían asesinado un hermano hacía unos meses.
Él se acerca con cautela, va de un escenario del crimen al otro, recorriéndolo en unos tres minutos a pie. Y se fija quién está más tranquilo de todos los familiares de las víctimas. A veces, en unos 45 minutos, las madres que han entrado en crisis comienzan a asumir lo que ha pasado. Ésta es la clave para su trabajo: saber cuál es el momento. Se acercará. Y hará lo que está haciendo ahora:
“Disculpa que me atreva a hablar contigo ahorita, pero es necesario que te explique lo que tienes que hacer: el día de mañana te tienes que presentar a Averiguaciones Previas, con dos familiares y la papelería. Es necesario que te presentes con una funeraria. Si en algo te puedo servir, aquí tienes mi tarjeta.”
Los “buitres” son personas que van en busca de cadáveres: para vender a sus familiares un servicio funerario. Lo antes posible. Y este hombre es un “buitre”. Trabajan en silencio, de incógnito hasta que sienten un tantito de confianza. Pueden ser muy mal recibidos.
En ocasiones, un mismo buitre puede trabajar para varias funerarias. Como si fuera un freelance de los entierros. Se llevará una comisión. El servicio más solicitado ahora es el más barato. Cuesta unos 4 mil 500 pesos (unos 372 dólares), de los que le tocarán al “buitre” unos 500 (41 dólares) por servicio contratado. Otros reciben el salario fijo de la funeraria, unos 2 mil 500 pesos (unos 200 dólares) a la semana.
Los mejores son los que llegan antes a la tragedia: la estudian, se acercan con discreción y consiguen que los familiares los atiendan. Cada vez hay más buitres “reciclados” de otras profesiones que se van extinguiendo al mismo tiempo que sus negocios. Entre los nuevos muerteros –porque también les llaman así–hay desempleados de las maquiladoras, de discotecas, cantinas y restaurantes que huyeron con la violencia. Pero ya pocos se atreven a lanzarse hasta las escenas del crimen. Trabajan de otras maneras: vendiendo servicios a los vivos que saben que la vida es un instante genial que puede ser arrebatado.
Este buitre es Ángel, el nombre que eligió por seguridad. Porque a ellos también los matan.
Su promesa
Un domingo de hace casi un año. Cervezas en la tarde. Entre los ataúdes. Al finalizar la jornada. El Buitre y su amigo, con sus esposas, en la funeraria donde trabajaban.
“Si algo llega a pasarme a mí, mándame en este ataúd, el más corriente, y ahí le encargo yo que me vaya y mi familia a Veracruz”, dijo El Buitre.
Y él le contestó: “No, licenciado. Si a mí me toca irme antes quiero éste (un ataúd de madera fina y con la Virgen de Guadalupe grabada) y también le encargo la familia”.
Dos semanas después el amigo estrenó su ataúd: como otro compañero de la misma compañía de servicios fúnebres pero que había sido asesinado un día antes. Eran las 3:30 de la tarde, lo mataron e incendiaron también la funeraria: con los cadáveres dentro. Sobrevivió, entre las cenizas, un letrero en una de las paredes que dice: “Un digno adiós a quien amor merece”.
La compañía fúnebre era de un padre de familia que había huido dos años antes a Estados Unidos, por la violencia. Y tenía tres sucursales. Dos fueron quemadas al segundo de acribillar a los trabajadores, y la tercera la abandonaron los empleados: al día siguiente del segundo asesinato.
El Buitre pensó en huir. Como lo hicieron algunos de sus 20 compañeros. Y miles de juarenses: en un paisaje de edificios incendiados por no pagar una cuota de extorsión y casas abandonadas.
Imaginó cómo sería regresar a su natal Veracruz, de la que emigró hace una década en busca de trabajo. No tenía dinero para irse pero podía tomar unos pesos que le habían quedado para hacer unos pagos pendientes de la funeraria. En ese instante, su esposa le recordó aquellas cervezas.
“Decidí quedarme y empezar a fregar la existencia a ella (dice riéndose, mirando a la viuda de su amigo), y ahorita sí, ha habido momentos en que yo me desespero y quisiera irme, pero me he aguantado y creo que no va a suceder, porque entre más tiempo pasa, más me encariño aquí con Juaritos”. Y mucho. Hace seis años, El Buitre partió por casi un año, con toda su familia, al histórico puerto de Veracruz: una ciudad hermosísima, en la que todavía se puede salir a las calles sin peligro de que te maten. Lo hizo por motivos personales. Cuando terminó el ciclo escolar preguntó a sus hijos si querían volver a Ciudad Juárez o se quedaban. La respuesta fue: “Vamos para Juárez”. Y él escuchó el deseo de su familia un tanto aliviado: “Te voy a decir que en Veracruz ya no me aclimaté. Dicen que si tomas agua de Juárez, acá te quedas”.
La viuda del compadre
Nunca había visto un muerto: hasta que le tocó ver a su esposo. Lo había acompañado antes a su trabajo, en la funeraria, pero lo máximo que había querido divisar eran los ataúdes. Lo suyo era la venta de perfumes en un mercado de segundas. Le gustaba transformar el universo polvoriento de su puesto con olores que soñaban a Europa. Cuando fue asesinado, se enfrentó al mundo de su marido. En su propio cadáver: la cara deformada, la sonrisa oculta, los agujeros de las balas.
Lo peor vino después. La soledad de la casa, el silencio de su hijo. Quiso caer en una depresión. La familia de El Buitre no la abandonó. Tanto así que al mes se mudaron a una casita contigua. Y contaban con ella para todo, “que si vamos por un muertito en la calle, al Semefo (Servicio Médico Forense), a visitar a la familia de un asesinado”. No querían dejarla sola y la invitaban a compartir sus actividades, que ya no eran divertidas: en los últimos tres años –desde que comenzó la llamada guerra contra el narcotráfico del presidente de México, Felipe Calderón– los domingos habían pasado de ser motivo de carne asada en el parque, a convertirse en jornadas agotadoras. Había demasiada chamba, asesinatos. En una ciudad donde los únicos negocios que nacen son los de la muerte: pequeñas funerarias, arreglos florales, canciones para los difuntos.
Ahora es una viuda la que acompaña al compadre de su esposo asesinado a buscar cadáveres: como si el ser testigo directo de la muerte fuera un antídoto ante los porqués de la pérdida. “A veces, lo que una ve es más horrible que lo que tú pasaste. Lo más duro es cuando a una madre le matan a su hijo”.
Va con la esposa de El Buitre. A unos pasitos más adelante que ella. Como si fueran guardaespaldas improvisados que intentan esquivar la muerte: a la vez que la persiguen.
“Yo ando con él por lo mismo, por la situación que existe ahora, para no dejarlo solo”. Ni en los cadáveres.
“Y olvidar”. Apunta la viuda.
Buscando “muertitos”
Cada vez veo más a El Buitre. Hay días en que me lo encuentro seis veces, otros 15 o 20, incluso hasta 27. Las muertes golpean con más fuerza a la ciudad. Los muertitos son cada vez más jóvenes, adolescentes, niños. Y la brutalidad de los asesinatos aumenta: masacres, cuerpos torturados y calcinados e incluso han comenzado los coches bomba, las granadas. Y las persecuciones de los policías federales por la ciudad, mientras la gente corre del pánico y sufre crisis nerviosas. A las desapariciones y asesinatos del Ejército se han sumado los de la Policía Federal, que también son acusados de extorsionar a la población y secuestrar, según la Comisión Estatal de Derechos Humanos. Lo que continúa igual es que los asesinados no portan, la mayoría de las veces, armas.
Lo que hay son más fuerzas de seguridad, son 10 mil agentes: federales y soldados enviados por el presidente de México, Felipe Calderón.
Los reporteros y los “buitres” llegamos (muchas veces) antes que ellos al lugar de los hechos. Y uno comienza a cuestionarse muchos porqués.
Nuestro trabajo cada vez es más difícil. La mayoría de las agresiones directas que recibimos son de las fuerzas de seguridad. Para no informar. También hay presiones de los cárteles de la droga que tratan de imponer su agenda informativa (incluso con periodistas corruptos) y la posibilidad de morir en una balacera, un granadazo o una bomba en la calle, como cualquier ciudadano.
El peligro ahora se ha democratizado: ya no es sólo para las jóvenes, bellas (y eso sí, pobres) que siguen desapareciendo desde hace 18 años y con comisiones ineficaces que surgen para calmar la presión internacional. Encontrarlas, prevenir y esclarecer los hechos es todavía un imposible: posible.
El riesgo está en estar vivo: más de 7 mil 500 personas (asesinadas) en cuatro años fueron testigos. La versión oficial es que el cártel de Sinaloa está disputando la codiciada plaza del paso de las drogas –que llegan desde Colombia para que en Estados Unidos las consuman (en paz) –. Y que el presidente Calderón comenzó su guerra para proteger a la ciudadanía de la violencia generada por el crimen organizado, además para exterminar uno de los mayores negocios del mundo, que ha convertido a políticos y empresarios en millonarios. Las autoridades dicen que la mayoría de los muertos están relacionados con el narcotráfico. Pero yo veo otro mundo. El Buitre también. El mundo de los que se quedan. (...)
Tragedia en cada esquina
Con El Buitre empiezo a descubrir la Ciudad Juárez que se resiste a morir. La que muere cada día, varias veces, pero resucita con los que se quedan, forjados en este desierto traicionero: de inviernos heladores y veranos que desearías huir.
Vamos por la colonia Manuel Valdez, una de las tantas zonas pobres de la ciudad: las casitas en hilera. Observamos las rejas que protegen algunas ventanas. Las calles están pavimentadas, algo no muy común en una ciudad como ésta, donde 60% son de arena, como el desierto.
–Aquí, Judith, han pasado muchas desgracias, en esta colonia, todas relacionadas con el narcomenudeo: entra un comando armado y asesinan a dos hermanas en la casa, delante de niños y la mamá de ellas. Al mes, matan al tío en la misma zona.
Manejamos unos minutos más, hasta llegar a un retén de los soldados: hay que reducir la velocidad, mejor incluso detener el vehículo, estar muy atentos porque pueden comenzar a dispararte si de pronto piensan que eres sospechoso.
–Al señor de esta esquina le matan al hijo por la cuota. Se han cerrado negocios así como no tienes idea... Me da mucha tristeza. Te voy a decir algo: Juárez me ha dado mucho, le tengo un cariño enorme pero también me ha pegado. Me ha pegado en dos personas, por decirlo así, mis compañeros de trabajo que han fallecido... y eso que hay temporadas en las que no hay chamba, en que si comiste carne en un mes, en un mes vas a comer puros frijoles... pues como quiera se pasa. Pero te digo que de tres años para acá, esto ha cambiado.
Varias personas están fuera de una casa. Mujeres y muchos niños. También algunos adolescentes. El llanto de una mujer se escucha por toda la calle. Es un llanto continuo, capaz de desgarrar las entrañas de cualquier ser humano: aunque no sepas su nombre ni nunca la hayas conocido. Ni a ella ni a su hijo, y al que está velando en el patio de la casa. Y El Buitre va a cerciorarse en qué estado se encuentra el cadáver. Muy pocos en este oficio hacen esto. Pero siente un apego especial hacia sus muertos... y con sus vivos.
Entra a la casa. Saluda y observa quién está más tranquilo de los allí presentes. Va hacia el cuñado, le recuerda que tiene que conseguir una misa a más tardar para la 1:00 de la tarde y así llegar a tiempo al cementerio. La familia es la que debe de hablar con el párroco de la iglesia porque no hacen tratos con ellos. Les recomienda que sepulten al joven al día siguiente y que no esperen una jornada más, por la salud psicológica de la madre.
El Buitre se acerca al féretro y se asegura que no haya veladoras a los lados, porque el efecto del calor derretirá aún más un cadáver que espera ser sepultado bajo los más de 40 grados centígrados que azotan hoy a Ciudad Juárez. Su dictamen es que el cuerpo está en buenas condiciones aunque fue herido en el rostro. En ese recinto, el muertero es el único que piensa que todo está en orden.
El Buitre se despide del féretro: lo que queda de un joven que se dedicaba a vender raspados: hielos de sabores con los colores de la vida.
“Ahorita, lo que muchas familias (como ésta) enfrentan es costear un servicio funerario. En éste nos damos cuenta al recibir el cuerpo que es un toro...”
El servicio costó 2 mil pesos (unos 165 dólares) más. Por obeso.
“Murió ahí donde estabas parada.”¡AMLO 2012!
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