18 de diciembre de 2010

PROCESO: Tercera justificación, ningún mea culpa Álvaro Delgado

Tercera justificación, ningún mea culpa
Álvaro Delgado

En menos de 10 años, el expresidente Carlos Salinas de Gortari ha publicado más de 3 mil páginas de recuerdos, alegatos, advertencias, propuestas para mejorar la democracia –que no aplicó desde el poder– y muchas acusaciones. En la promoción de su más reciente libro, Democracia republicana. Ni Estado ni mercado: una alternativa ciudadana, adelantó sus juicios contra un grupo heterogéneo de intelectuales. Dos de ellos, Sergio Aguayo y Lorenzo Meyer, opinan en entrevista sobre el nuevo intento de Salinas para volver a la política activa.



Atres lustros de haber concluido su sexenio, y ante la posibilidad de que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) reconquiste el poder presidencial en 2012, Carlos Salinas de Gortari irrumpe (una vez más) en el escenario nacional con un nuevo libro en el que advierte que “México está en peligro” y cuya salvación él se propone en su doble condición: como combatiente de los “intelectuales orgánicos” que solapan las causas de la crisis y como activista de la participación cívica.

Pero detrás de Democracia republicana. Ni Estado ni mercado: una alternativa ciudadana, un volumen de 975 páginas –el tercero que publica en una década–, se encuentra la “obsesión” de Salinas por justificar su mal gobierno, lucrar políticamente con la crisis del régimen político y, “narcisista” como es, rescribir su protagonismo en la historia de México.

Sólo que su influencia política en México, incluido el PRI, es muy relativa, aseguran Lorenzo Meyer y Sergio Aguayo, investigadores de El Colegio de México, dos de los intelectuales a los que Salinas descalifica en su libro junto a Enrique Krauze y Jorge Castañeda, así como a los periodistas Carmen Aristegui, Denise Dresser y Miguel Ángel Granados Chapa.

“Salinas tiene influencia entre núcleos de interés”, reconoce Aguayo, pero la realidad es que no goza ni siquiera de la lealtad de personajes como el gobernador Enrique Peña Nieto, la dirigente priista Beatriz Paredes y su inminente sucesor, Humberto Moreira, ni de la profesora Elba Esther Gordillo o del magnate Carlos Slim.

“Con ellos puede grillar, pero no puede tener el protagonismo de la historia que él busca”, subraya Aguayo, quien resume el drama de Salinas: “Es un broker del poder, un corredor que ve pasar por sus manos miles de millones de dólares y, al final del día, se queda sin nada de ese poder”.

Y como activista de la participación ciudadana –“nadie hará por el pueblo lo que el pueblo no haga por sí mismo”, postula–, Salinas está fuera de tiempo, aclara: “Es un profeta iluminado con una nueva doctrina que no ha practicado nunca”.

Meyer, por su parte, cree también que se ha sobredimensionado la influencia de Salinas y prueba de ello es que a su sucesor, Ernesto Zedillo, le fue muy fácil deshacerse de él una vez investido del poder institucional. Si Peña Nieto es presidente, dice, puede hacer lo mismo, como lo hizo antes Lázaro Cárdenas con Plutarco Elías Calles.

“En ese sentido, a Peña Nieto le convendría ser un Cárdenas. Se vería no solamente guapo, sino valiente”, aventura Meyer, quien juzga que la presencia de Salinas y su protagonismo sólo se explican por la degradación de la vida política mexicana:

“Salinas y el salinismo son un indicador de qué tan mal estamos en México, de cómo fracasó el gran proyecto democrático que se vislumbró al cambiar el siglo y que ahora está hecho trizas.”

Y sobre los agravios del salinismo, como el colapso de la economía mexicana al dejar el poder en diciembre de 1994, advierte: “Si a esta sociedad, vía el manejo de la televisión, del dinero y de las relaciones clientelares, se le olvida, en realidad es porque habrá olvidado el sentido de la dignidad”.

Se duele el historiador: “Yo confiaba más en mis conciudadanos y estaba seguro de que Salinas era cosa del pasado, que con esa enorme carga negativa de su biografía política no podría representar nada para el futuro. Pero se abre la posibilidad de que el futuro de México sea una variante de su pasado. Es una desgracia”.



Aguayo: “No se resigna”



Luego de publicar en 2000 México, un paso difícil a la modernidad –de mil 392 páginas– y en 2008 La década perdida, 1995-2006. Neoliberalismo y populismo en México –de 959 páginas–, Salinas lanzó Democracia republicana. Ni Estado ni mercado: una alternativa ciudadana, que define como “el último de una trilogía que representa, entre otras cosas, un intenso ejercicio de rendición de cuentas”.

El título que pensó inicialmente era Ni Estado ni mercado: una alternativa ciudadana, pero debió cambiarlo porque la editorial Random House Mondadori le advirtió que se prestaría al escarnio de ser identificado como el expresidente “ni-ni”, como se llama a los jóvenes que ni estudian ni trabajan.

El libro plantea desde el prólogo: “México está en peligro. La soberanía de la nación, la libertad y la justicia se ven seriamente amenazadas, incluso en riesgo de desaparecer. De ese tamaño es el trance por el que atraviesa el país”.

Lo curioso es que, pese a tal “peligro” que enfrenta México, el gobierno de Felipe Calderón no existe en su libro, pero sí sus enemigos: Zedillo es mencionado 35 ocasiones y Andrés Manuel López Obrador 21 veces, una proporción que cambió respecto a su libro anterior, cuando al primero le dedicó 50 alusiones y al segundo 17.

A ambos personajes les imputa ser representantes puros, respectivamente, del “neoliberalismo” y del “neopopulismo autoritario”, que han llevado al país a la actual crisis, cuya solución –plantea– es la movilización ciudadana para construir “una nueva etapa del liberalismo social: la democracia republicana”.

Pero en su nuevo libro Salinas la emprende también contra Krauze y Castañeda, “intelectuales orgánicos” del neoliberalismo, y contra Meyer y Aguayo, a los que tilda de “intelectuales orgánicos” del “neopopulismo autoritario”.

A Krauze le cuestiona que “sus trabajos suelen estar al servicio del poder en turno” y de buscar compensaciones –como cuando se autopropuso para recibir del Senado la medalla Belisario Domínguez–, y a Castañeda lo acusa de haber comprometido la soberanía de México como canciller de Vicente Fox.

Sobre Sergio Aguayo, Salinas retoma la acusación de estar “vinculado con agencias extranjeras (de Estados Unidos) especializadas en operaciones de espionaje e intervención”, cuya fuente, Primitivo Rodríguez Oceguera, fue sentenciado por la justicia federal por difamación en agosto de 2007, aunque el afectado recurrió ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

Salinas atribuye a Meyer ser “uno de los más activos intelectuales orgánicos del neopopulismo” por defender a López Obrador y le cuestiona que realice esa defensa desde la “pretendida neutralidad del intelectual”.

Al respecto, Sergio Aguayo afirma en entrevista –la mañana del miércoles 15, antes de partir a España– que Salinas no se resigna a ser un espectador: “Es un hombre obsesionado por reescribir su papel en la historia, pero también está obsesionado por seguir siendo parte de la historia”.

Y ve a los intelectuales como responsables de su desgracia: “Se considera injustamente tratado, difamado, vilipendiado, y para alguien tan narcisista como él, tan poco proclive a hacer una autocrítica seria de lo que ha sido su gestión pública, es muy fácil trasladar a los otros, y en este caso a los que nos dedicamos a investigar el poder, la responsabilidad de sus tribulaciones y de sus tropiezos”.

Cuando Aguayo supo que era citado por Salinas en el libro pensó que era un ardid mercadotécnico. “Pero no: creo que él necesita, su personalidad requiere de tener enemigos, sean o no enemigos de él, porque es una forma de justificarse, lo que ha hecho desde el error de diciembre. Esa es su obsesión”.

El académico cree que Salinas añora los años en que controlaba México y ahora propone la participación ciudadana sólo como proclama política. “Es el drama de alguien que se siente arquitecto de la historia, pero no tiene seguidores que lo lleven a ocupar un lugar”.

–¿Su poder es inventado?

–Sí y no. Estamos hablando de la historia. Y la historia, como él mismo lo reconoce, se hace con la participación de grupos sociales o de coaliciones de individuos y de grupos. Él tiene influencia entre núcleos de interés, que es muy diferente, porque la lealtad de Peña Nieto, de Carlos Slim, de Elba Esther, está antes que nada con ellos mismos, no con Carlos Salinas. Él podrá convencerlos de que hagan algo siempre y cuando haya una comunión de intereses coyunturales. Es más bien un broker del poder.

Su influencia es, por ejemplo, concertar con Diego Fernández de Cevallos la compra y difusión de los videos que grabó el empresario Carlos Ahumada para exhibir a perredistas recibiendo dinero, para afectar a López Obrador, o hacer que Miguel de la Madrid se declare demente, pero carece de respaldo popular: “¿Dónde está la masa ciudadana que lo está esperando, como los clubes liberales de Francisco I. Madero? ¿Dónde están los comités de base de Chalco o de todos los lugares donde derramó bienes e inversiones en su gobierno?”

–¿Cree que ya amainó el repudio popular en su contra?

–Mi impresión es que sí. No hay el mismo nivel de rechazo a Salinas en las calles (que en 1995), pero tampoco hay un gran entusiasmo popular por su figura. Él quiere llenar el Zócalo, pero ¿con quiénes podría medio llenarlo, con qué líderes políticos? Porque él no habla de los partidos ni de su partido. Entonces no provoca rechazo, pero tampoco provoca entusiasmo. Es una situación muy fregada para alguien que quiere seguir siendo protagonista social.

–Pero hay salinistas muy posicionados en el PRI.

–Sí, pero insisto, con ellos puede grillar, no puede tener el protagonismo de la historia que él busca. Son dos cosas diferentes. ¿Cuál de ellos le va a dar su lealtad incondicional como cuando era presidente? Ninguno. Cada uno va a buscar sus intereses y a Salinas alguna vez le harán algún favor. Si pide que le presten un avión para ir a algún lado, seguramente se lo van a prestar. Puede grillar, no hacer política y mucho menos construir historia.

–¿Su papel es, entonces, menos relevante de lo que él quisiera?

–Este libro nos dice que no está teniendo la relevancia que él quisiera. Y como no está teniendo relevancia sale a buscarla a su manera, con un tabicón de 975 páginas y organizándose entrevistas en medios donde sabe que no lo van a cuestionar.

Como se “evade de la realidad” y transfiere la responsabilidad de sus errores a otros, no aceptó la invitación que le hizo Carmen Aristegui a su programa de radio para debatir sobre el libro y sus acusaciones. “En eso sigue siendo muy priista, muy tradicional y muy autoritario”, dice Aguayo.

E insiste: “Lo más patético de este libro y de esta aspiración a activista es que Salinas llega muy tarde. Los liderazgos no se construyen, requieren, como todo en la vida, un periodo de incubación, gestación, consolidación, que lleva muchos años. Y para ser dirigente de la ciudadanía movilizada se necesitan atributos y humildad que él no demuestra. Es un profeta iluminado con una doctrina que no ha practicado nunca y que al día de hoy no está demostrando practicar”.

Sarcástico, Aguayo rubrica: “Pero a lo mejor se nos aparece vestido de franciscano y haciendo labor social en Chalco. Podría ser. Tiene 63 años, le quedan unos 20 años para reinventarse”.



Meyer: “Ni lo veo ni lo oigo”



El historiador Lorenzo Meyer no vacila en manifestar su desprecio a Salinas, a quien no le da categoría de igual: “A él no lo veo ni lo oigo ni lo leo.”

Explica: “Hay que responderle a Salinas en sus mismos términos. Eso es lo que él dijo en relación a la oposición. El sí tenía obligación como presidente, aunque no le guste, de oír, ver y responder a la oposición. Yo no tengo ninguna obligación de hacerlo”.

En entrevista, la tarde del miércoles 15, Meyer dice que Salinas no es su igual: “Podrá tener mucho dinero, mucha influencia política, una biografía muy rica, pero él no es hombre de ideas, no es intelectual, no es académico, entonces yo me meto con los de mi clase”.

Enterado de lo que Salinas escribió sobre él en su libro sólo por “resúmenes” de prensa, dice no importarle. “Me importa lo que digan mis iguales o aquellos para los que yo escribo. Si ellos consideran que mis juicios son sesgados, entonces como yo no tengo poder, más que mi credibilidad, si pierdo mi credibilidad, pierdo todo. Pero este individuo no tiene, para mí, ninguna credibilidad”.

Pondera: “Si esa persona pretende descalificarme diciéndome intelectual orgánico del neopopulismo autoritario, puedo pensar que es hasta un halago. Porque viniendo de él, que es la falta de honestidad pura, es entonces, visto a contraluz, un halago. Y lo tomo como tal”.

–La suya, ¿no es una conducta arrogante?

–Que se me permita esta humilde arrogancia frente a un personaje que ahora, después de toda su biografía, se nos presenta como el que tiene las ideas que a nosotros no se nos habían ocurrido. ¡Esa sí es arrogancia!

“Tenía que ser a él al que se le ocurrieran, y además se presenta, él en persona, como el que puede ser no sólo el hombre de las ideas, sino el hombre de la acción. El fénix que resurge de sus cenizas para llevar la buena nueva y llevar a la tierra prometida al pueblo mexicano. Es un cínico.

“Por eso no lo considero mi igual, no porque yo me considere superior, sino simplemente porque tenemos dos biografías distintas. Creo que debo haber cometido muchos errores, pero no tengo mucho de qué avergonzarme y puedo decir que ni lo veo ni lo oigo ni lo leo.”

Sin embargo, Meyer evalúa, como historiador, el papel de su acusador, y es implacable: “Salinas y el salinismo son una enfermedad terrible, y hay que examinarlos en la medida en que fueron responsables durante seis años de conducir mal al país. Salinas es su biografía, no lo que pretenda hacer ahora ni hacia el futuro. Y esa biografía, a mi juicio y sospecho que a juicio de un buen número de mis conciudadanos, no lo avala”.

Revela que, “por una casualidad”, supo de una investigación del doctor Manuel Guerrero, de la Universidad Iberoamericana, en la que se acredita que, durante el gobierno de Salinas, la Dirección de Radio, Televisión y Cinematografía (RTC) de la Secretaría de Gobernación tenía la orden de “silenciar a varias personas, entre las que tengo el honor de contarme”.

Dice Meyer: “Entonces, cuando él ejerció el poder intentó, hasta donde pudo, silenciarme. A la larga no tuvo ningún éxito, pero lo importante es que lo haya intentado. En la corta lista están Castañeda, Adolfo Aguilar Zinser, René Delgado, Enrique Quintana y Granados Chapa.”

Y añade: “Es decir, la misma persona que en ese libro se propone que se discutan las ideas y que él es portador de unas ideas, cuando estuvo en el poder hizo exactamente lo contrario de lo que dice ahora”.

Y ahora pretende, como en la época posterior a la crisis de 1982, ponerse al frente del país ante la decadencia del sistema político que no resolvió la alternancia, porque PRI y PAN actúan como “hermanos” y por el fracaso de la izquierda.

“Salinas vuelve a decir como en los ochenta: ‘Yo tengo una posibilidad de salvación y el mismo proyecto’. Por eso Salinas no tiene la culpa, sino quien lo está haciendo compadre: el viejo PRI, el rotundo fracaso del PAN y la división increíble de la izquierda, junto con la corrupción que atañe a todos.”

–En ese sentido, ¿qué tanta influencia tiene hoy Salinas?

–Está en función de la degradación de la vida pública mexicana. Es un mal que se nutre de la descomposición. Si el cuerpo social mexicano estuviera saludable, Salinas tendría que ser absolutamente del pasado, como el PRI. Tendría que ser un mal recuerdo. Pero no lo es.

“En parte ellos hicieron todo lo posible para que no se curara, pero hay otras fuerzas, la izquierda también tiene que ver en eso y una cultura cívica mexicana. No hay posibilidad de decir que la sociedad mexicana es simplemente la víctima de ellos.”

–¿Ha sido tolerante?

–Exactamente. El mal está en todos nosotros, todos.

Por eso califica de absurda la proclama de Salinas de invocar al pueblo para salvarse: “El pueblo en 1988 intentó, y Salinas, con todo el aparato de lo que quedaba del sistema autoritario, detuvo esa voluntad popular con el fraude. Entonces el pueblo habló y Salinas lo desvirtuó”.

Se duele: “Salinas y el salinismo son ahora un indicador de qué tan mal estamos en México, de cómo fracasó el gran proyecto democrático que se vislumbró al cambiar el siglo, pero que ahorita está hecho trizas”.

–¿Es usted muy pesimista?

–Sí, lo cual deberá darle gusto a Salinas.

¡AMLO 2012!

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