15 de abril de 2010

Miguel Ángel Granados Chapa: Obispos y pederastia.

Obispos y pederastia. | Diario.com.mx


Obispos y pederastia
Miguel Ángel Granados Chapa
Periodista | 14-04-2010 | 22:18 | Opinión
Distrito Federal– Breve y remilgoso pero es un paso adelante la declaración del Episcopado mexicano sobre la pederastia, expresada anteayer. Es tardía e insuficiente, y habrá que comprobar la correspondencia de las palabras y las conductas, pero tiene valor ético y social que los obispos reconozcan su responsabilidad en esta materia.

El acto pudo haber sido mejor, más profundo, de alcances más precisos. En vez del secretario de la Conferencia episcopal, Víctor René Rodríguez Gómez, debió ser su presidente, el arzobispo de Tlalnepantla Carlos Aguiar Retes, el que hubiera hecho la presentación. No es un hombre carente de presencia pública, no es partidario de una vida sacerdotal discreta, reservada, sino que asume posiciones públicas rotundas con frecuencia. Es de lamentar que no lo hubiera hecho en este caso.

También se echa de menos que la CEM hubiera dado al tema una relevancia menor de la que tiene. El propio comunicado reconoce que la pederastia “no es el tema central de nuestra asamblea”. Debió serlo, porque la evolución reciente de ese fenómeno ha sacudido a la Iglesia y expuesto al antaño intocable Papa de Roma a cuestionamientos y críticas sólo comparables a la decepción de grandes grupos de creyentes por la silenciosa complicidad pontificia con el nacismo. Como ha escrito Jean Meyer, católico sensible e instruido, “lo que no habían hecho siglos de persecución lo hizo, lo hace el abuso sexual de niños y adolescentes por parte de religiosos”.

Los obispos mexicanos estaban obligados a conferir un mayor rango y un más dilatado escenario a su petición de perdón a las víctimas de los clérigos pederastas. El principal de ellos, Marcial Maciel ha tenido, y su obra conserva aún ese papel, una enorme trascendencia en la vida del sector pudiente de la sociedad católica, y muy relevante en la estructura de la Iglesia jerárquica. Aunque esparció por el mundo su influencia y su veneno, una y otro surtieron sus efectos de modo principal en México, de manera que los obispos mantienen extendido sobre Maciel y sus legionarios el manto de complicidad que le permitió prosperar.

En vez de mirar desde un ángulo pastoral y jurídico las transgresiones perpetradas por Maciel y muchos otros clérigos mexicanos o sometidos a la autoridad de obispos mexicanos, la Conferencia episcopal pretendió hacer sociología, como una manera de eludir responsabilidades. Y lo hace mal, llegando incluso a la mentira. Diagnosticó que “los problemas de pederastia se deben a varios factores; la sociedad ha tendido a ser muy liberal en ética sexual y se ha promovido la no prohibición, sino la tolerancia a todo desorden, ahora vemos las consecuencias”.

La vieja prédica del conservadurismo eclesiástico contra la modernidad falla en este punto en particular: ¿dónde se promueve la tolerancia a la pederastia? No hay un movimiento social en tal dirección. En último término, donde ha habido tolerancia al abuso sexual a niños ha sido precisamente en la Iglesia, en que las sanciones más severas a sacerdotes pederastas han consistido en mudarlos de parroquia y dejarlos en ocasión de reincidir.

Dicen también los obispos para explicar la conducta de muchos de sus presbíteros o de Maciel mismo, al que no se cita pero cuya sombra se cierne sobre todo el documento: “Ha faltado verdaderamente más educación sexual desde las familias y las escuelas, sin reducirla a una mera información genital que a veces lleva a un libertinaje sexual”. Esas frases, si no son autocríticas, son cínicas, pues precisamente ha sido en una parte medular del sistema escolar católico donde se han gestado los abusos ocultos y tolerados durante tanto tiempo.

Grave desacierto de la declaración episcopal fue citar al cardenal Norberto Rivera como adalid de la tolerancia cero que practicarán los obispos en esta materia. El señor arzobispo de México encarna a la perfección los yerros que permitieron a no pocos pederastas, y señaladamente a Maciel ejercer sus delitos sin ser siquiera molestados, ya no digamos corregidos. Se conoce bien el agraviante desdén con que recibió del entonces padre Alberto Athié la primera documentada denuncia sobre los abusos de Maciel. Fue tan clara la complicidad del cardenal con el director de los Legionarios de Cristo que puso en crisis la convicción pastoral de Athié. Ofendió asimismo al entonces reportero Salvador Guerrero, el primero en poner en los medios mexicanos la evidencia de la conducta aberrante del legionario mayor, a quien sin la mínima caridad juzgó mercenario por informar hace ya doce años sobre los abusos de Maciel.

El Episcopado practica la lenidad consigno mismo al reconocer que en este campo “en un pasado se cometieron errores no actuando con prontitud ante estas situaciones”. No era un problema de oportunidad, no es que la Iglesia mexicana demorara en actuar contra esos pecadores pero a la postre lo hiciera para desenraizar el mal. El problema no era de prontitud sino de negación. Sigue siéndolo hoy, porque están en curso procesos legales por pederastia o pornografía infantil cuyos perpetradores aún disfrutan de protección práctica y formal de sus superiores.

Valoremos, con todo, el gesto de los obispos que, “como pastores” piden “perdón a aquellos que han sido víctimas de abusos por parte de sacerdotes deshonestos, que con sus abominables acciones han dañado a niños inocentes, traicionando a su ministerio, ensuciando a la institución y manchando a la figura sacerdotal”. Hoy hacen suyas palabras que antes los escocieron.


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