23 de marzo de 2010

"Nos vamos. Aquí la vida no vale nada" · ELPAÍS.com-SUEÑOS ROTOS PERO CON VIDA SE VAN DE CIUDAD JUAREZ

"Nos vamos. Aquí la vida no vale nada" · ELPAÍS.com


"Nos vamos. Aquí la vida no vale nada"
Decenas de familias huyen de la violencia y la crisis que azota Ciudad Juárez

PABLO ORDAZ | Ciudad Juárez 22/03/2010



Los Morales Sánchez llegaron a Ciudad Juárez hace 12 años. Casi tres días en camión desde el Puerto de Veracruz. Les habían dicho que aquí había mucho trabajo. Y no les engañaron. Marisela Sánchez recuerda que pisó la ciudad fronteriza con Estados Unidos un 21 de marzo: "Y el 22 ya estaba trabajando en una maquiladora". Ahora las cosas han cambiado. Falta trabajo. Y sobra violencia. Ciudad Juárez es, con mucho, la ciudad más peligrosa de México y tal vez del mundo. Los cementerios están llenos y los parques vacíos. Su hijo, Alfredo Morales Sánchez, después de muchas lágrimas, ha tomado una decisión: "Nos vamos. Aquí la vida no vale nada".

* "Al oír el primer disparo ya supe que mataban a mi marido"

México
México
A FONDO

Capital:
Ciudad de México.

Gobierno:
República Federal.

Población:
109,955,400 (est. 2008)

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El viernes ya no quedaba nada por empacar. Los Morales Sánchez y otro puñado de familias acaban de aceptar la invitación del gobernador de Veracruz, el priista Fidel Herrera, para regresar a sus lugares de origen. "Nos van a pagar el viaje y la mudanza", aclara Marisela Sánchez, "y tal vez nos ayuden a encontrar un nuevo trabajo, a emprender una nueva vida". Serán 150 los veracruzanos que, en una primera expedición, huyan de Ciudad Juárez aprovechando la ayuda oficial. Se calcula que otros 200.000 juarenses, de nacimiento o adopción, ya huyeron en los últimos meses por sus propios medios, hacia Estados Unidos o hacia el interior de México, dejando tras de sí más de 60.000 casas vacías y un número incalculable de sueños rotos. "He tomado la decisión de irme", explica Alfredo Morales, "pero siento dolor, mucho dolor. Yo he llegado a amar esta ciudad. Aquí me casé, aquí fueron naciendo mis tres hijos, aquí hay gente a la que quiero y que me quiere. Pero, de esa reja para afuera, hay demasiados peligros...".

Marisela Sánchez dice que sus nietos, como la mayoría de los críos de Ciudad Juárez, viven secuestrados en sus propias casas, condicionados y hasta contagiados por el miedo de sus mayores. "Tengo temor", reconoce, "de llevarlos al parque, de que se separen de mí más de dos metros. Y no crea que exagero. Ya hemos visto pasar muchas balas cerca. ¿Se acuerda de aquel restaurante donde mataron a ocho? Pues está justo enfrente de mi casa. Conocíamos a algunos de los que murieron. Gente normal. No todos los jóvenes que mueren aquí son sicarios o andan en malos pasos. Algunas compañeras de la fábrica ya han perdido a dos hijos". La conversación se adentra de lleno en la galería de los horrores vividos. Mónica Sánchez, la hermana de Marisela, recuerda aquel día que unos pistoleros persiguieron a su víctima por los pasillos del supermercado en el que ella suele hacer la compra. Alfredo relata la noche en que, a sólo unos metros de su casa, escuchó la banda sonora inconfundible de esta ciudad: "Primero unos disparos, luego un coche que salía a toda prisa, quemando llantas, y ya enseguida el llanto de unas mujeres. Acababan de matar a un joven de 16 años en unas canchas de fútbol".

Como si fuera verdad aquello de que las desgracias nunca llegan solas, la escalada de violencia en México coincidió con la crisis económica. El trabajo en las fábricas manufactureras empezó a escasear. Y a la violencia generada por la lucha emprendida por el gobierno de Felipe Calderón contra los cárteles de la droga se unió un incremento de la delincuencia común. "Ya el único problema no es que te maten", explica Mónica Sánchez, "también estamos sometidos a las extorsiones telefónicas. Nosotros un día estuvimos a punto de caer en una. Nos llamó alguien haciéndose pasar por un familiar. Nos dijo que estaba retenido en la aduana y que teníamos que pagar 20.000 pesos (casi 1.200 euros) para evitar que lo metieran en la cárcel. Al final nos dimos cuenta de que era un engaño. Llaman desde las cárceles. Y si el teléfono lo contestan los niños, les sonsacan información para luego cometer la extorsión. Desde entonces ya no dejamos que los críos contesten. No pueden hacer nada las criaturas...".

Alfredo Morales no oculta su nerviosismo. Dentro de unas horas, sus hijos -de diez, ocho y siete años- pisarán por primera vez la tierra de sus mayores, conocerán a sus abuelos, a sus tíos, a sus primos. Porque desde aquel día de hace 12 años que Alfredo y su familia se montaron en un camión hacia Ciudad Juárez no habían tenido la oportunidad de volver de visita al Puerto de Veracruz. Ahora, la violencia y la crisis se han aliado para romperles aquel sueño de un futuro mejor. Regresan derrotados. Pero vivos.

NOTA ORIGINAL




"Al oír el primer disparo ya supe que mataban a mi marido"
El despliegue de 11.000 soldados y policías no parece capaz de frenar la matanza diaria de inocentes en Ciudad Juárez

PABLO ORDAZ - Ciudad Juárez - 21/03/2010



Nicolás no tiene padre. Lo mataron hace un año. Él lo vio. Unos hombres encapuchados se bajaron de una camioneta y le dispararon cuatro tiros delante de él y de su hermana Julia, que no se dio cuenta de nada porque entonces apenas tenía seis meses, pero Nicolás sí se percató de todo. A sus cinco años recién cumplidos, Nicolás vio a su padre desplomarse en la puerta de su casa, en medio de un charco de sangre, y a su madre llegar gritando su nombre desde la tienda de la esquina: "Nada más oír el primer disparo ya sabía que estaban matando a mi marido. No me pregunte usted por qué".


México
México
A FONDO

Capital:
Ciudad de México.

Gobierno:
República Federal.

Población:
109,955,400 (est. 2008)



Dos carteles de la droga utilizan a 450 pandillas para enfrentarse

Los agentes municipales han estado infiltrados por los 'narcos'

"Nunca pregunté a mi esposo en qué trabajaba", dice la madre de Nicolás

En cuanto oscurece, las calles se quedan desiertas, como en toque de queda

Nicolás se convirtió aquel día en uno de los 10.000 huérfanos de Ciudad Juárez. Su padre, en uno de los 5.000 asesinados. Su madre, en una más de los 200.000 juarenses que decidieron poner tierra de por medio desde que, hace tres años, comenzara esta guerra sin cuartel entre las autoridades y los carteles de la droga, todos contra todos, una refriega diaria que ya le ha costado a México más de 18.000 vidas y a Ciudad Juárez un horror diario, un desprestigio infinito.

Situada en medio del desierto de Chihuahua, en la línea que separa México de Estados Unidos, la antiguamente llamada Paso del Norte se convirtió a partir de los años ochenta en el símbolo del progreso. Aquí fueron llegando, a razón de 100.000 por año, riadas de hombres y de mujeres jóvenes, sobre todo mujeres, atraídas por el trabajo seguro de las empresas manufactureras. Alrededor de la ciudad azotada por el desierto -calor de día, frío de noche-, fueron surgiendo barrios levantados con cartón y latas, sin agua corriente ni saneamiento, sin asfalto ni luz ni escuelas, pero sí con niños, cada vez con más niños, hijos de padres demasiado jóvenes y demasiado ocupados. Niños que, apenas podían sostenerse en pie, eran abandonados a su suerte durante jornadas enteras, atados en algunos casos a las patas de las camas hasta que sus madres regresaban de la maquiladora.

Hubo gente, como los sociólogos Hugo y Teresa Almada, que ya desde entonces reclamaron a los sucesivos Gobiernos que pusieran atención al problema, que utilizaran el dinero que corría a espuertas para construir guarderías, colegios, bibliotecas, canchas deportivas. Nadie les hizo caso.

Corrían felices tiempos de abundancia y los narcotraficantes, que utilizaban la privilegiada situación geográfica de Juárez para surtir de marihuana y cocaína a los Estados Unidos, aún no habían sido convertidos en enemigos públicos. Muy al contrario. Se paseaban por la ciudad en sus lujosas camionetas del año, gozaban del favor de las prostitutas de lujo, de los cantantes de corridos y, por supuesto, de los políticos. No necesitaban muchos sicarios para proteger sus cargamentos. Para eso ya estaba la policía.

"Hubo un día", cuenta el alcalde de Ciudad Juárez, José Reyes Ferriz, "que la Policía Federal pinchó el teléfono de un mando intermedio de la Policía Municipal porque se sospechaba que andaba en malos pasos. Al poco, escucharon que un jefe de los narcos llamaba al mando policial y le ordenaba que fuese a una casa de la ciudad, detuviera a un sicario rival que allí se encontraba y se lo entregara en un centro comercial. Los federales fueron al centro comercial y esperaron. Efectivamente, al rato apareció una patrulla de los municipales e hicieron la entrega del sicario a la banda enemiga. Los federales intentaron abortar la operación, pero la banda de narcos consiguió huir con el enemigo capturado. A los dos días apareció muerto". La policía municipal estaba tan infiltrada por el narcotráfico que Reyes Ferriz no tuvo más remedio que llamar a la puerta del palacio de Los Pinos. Le pidió al presidente Felipe Calderón, ya por entonces embarcado en su guerra contra el narcotráfico, que mandase al Ejército y a los federales para intentar contener la violencia. Calderón accedió, en una decisión que tanto el presidente de la República como el alcalde de Ciudad Juárez aún consideran acertada, pero que en los últimos días ha sido cuestionada tanto por la secretaria de Seguridad Interna de Estados Unidos, Janet Napolitano, como por buena parte de la sociedad civil de Ciudad Juárez. Hay quienes, como el médico Miguel García, recurren a los datos para intentar demostrar que los 11.000 uniformados que, entre policías y soldados, patrullan a diario la ciudad no sólo no han mejorado las cosas sino todo lo contrario.

"Desde 1996 a 2006", explica el doctor García, "el número de homicidios en esta ciudad se mantuvo estable. Unos 18 asesinatos al mes. Haga la cuenta: algo más de 200 al año. En el 2007, primer año del Gobierno de Calderón, la cifra se duplicó. Pero en 2008 ya se contabilizaron 1.600 muertos. En 2008, la cifra ya superó los dos mil. Y en los dos meses y medio que llevamos de 2010 ya han matado a más de 530 personas. ¿Hasta qué cifra vamos a llegar para que Calderón reconozca que su guerra contra el narcotráfico es un fracaso? Lo que está pasando aquí ahora será recordado en el futuro como el holocausto mexicano".

La conversación con el médico se produce a la hora de la cena en el restaurante del hotel Camino Real, que un día antes aparecía abarrotado por el despliegue de seguridad que necesitó Felipe Calderón para poder visitar Ciudad Juárez, pero que ahora aparece desierto. El motivo es doble. Por un lado, las visitas a la ciudad fronteriza se han reducido hasta el mínimo indispensable. Antes de que Canadá y Estados Unidos aconsejaran a sus ciudadanos no visitar Juárez "salvo que sea estrictamente necesario", ya los empresarios habían actuado por su cuenta, cambiando sus estancias en la ciudad por viajes relámpago: llegada en el vuelo de la mañana y huida en el avión de la tarde. La situación de temor se agravó después de que, el pasado sábado y a plena luz del día, dos grupos de sicarios asesinaran a una pareja de norteamericanos y a un mexicano vinculados con el consulado de Estados Unidos en Ciudad Juárez. El segundo motivo del vacío fantasmal que experimenta el hotel es la hora. En cuanto oscurece, Juárez se queda desierta como si estuviese vigente un toque de queda. De hecho, antes de llegar al postre, el doctor recibe no menos de cuatro llamadas de su esposa e hijas. El motivo queda claro por las respuestas: "Sí, no preocuparos, estoy bien, voy enseguida...".

Ni el alcalde de Juárez ni el subsecretario de Seguridad Pública del Gobierno Federal están en absoluto de acuerdo con García. Tanto José Reyes Ferriz como Monte Alejandro Rubido coinciden en que la actual situación de Ciudad Juárez es consecuencia de dos desgraciadas circunstancias que confluyeron en un mismo punto: la degradación del tejido social de Ciudad Juárez -aquellos niños abandonados por sus padres crecieron e hicieron de las pandillas sus nuevas familias- y la lucha de dos poderosos carteles de la droga por el control de la plaza. "Juárez", explica Alejandro Rubido, "siempre estuvo controlada por el cartel de Juárez, el cartel de los Carrillo, y ahora se está disputando la plaza con el cartel de Sinaloa, el cartel de El Chapo Guzmán. Ambos carteles están utilizando a las más de 450 pandillas que hay en la ciudad y que giran alrededor de dos grandes grupos, Los Aztecas, que trabajan para los Carrillo, y los Artistas Asesinos, que trabajan para El Chapo Guzmán [el mítico capo al que la revista Forbes lleva dos años situando entre los hombres más ricos del mundo]. "Al principio", continúa el subsecretario de Seguridad Pública, "los utilizaban principalmente para que hicieran de narcomenudistas, pero ahora los emplean como sicarios. Nos estamos dando cuenta de que los muertos y los detenidos son cada vez muchachos de menor edad".

Pero, si ya han muerto 5.000 en tres años, ¿cuántos quedan? La respuesta del alcalde pone los pelos de punta: "En la cárcel tenemos a 1.200 elementos de Los Aztecas, pero calculamos que en la calle todavía quedan unos 2.000. De los Artistas Asesinos y Los Mexicles -que también trabajan para El Chapo- hay unos 200 en la cárcel y unos 1.200 en la calle. Por eso es tan necesario que el Ejército y la Policía Federal se mantenga aquí y, al mismo tiempo, ir desarrollando las medidas sociales, de restauración del tejido social, que estamos poniendo en marcha con el Gobierno Federal".

Nicolás ha recuperado la sonrisa que, según su madre, perdió durante una buena temporada. Ahora juega con su hermana en su nueva casa de El Paso (Texas). Dos días después del asesinato, su madre decidió hacer las maletas y abandonar Ciudad Juárez. Su casa se convirtió en una de las 60.000 que siguen vacías o se han convertido en refugio de los maleantes.

-¿Por qué mataron a su marido?

-Ya le dije que no me preguntara. Yo nunca quise saber. Mi marido traía dinero casa. Era bueno conmigo y con los críos. Nunca le pregunté en qué trabajaba. Pero una no es tonta, se imagina cosas. Por eso le dije antes: cuando escuché los disparos, supe que eran para él.

NOTA ORIGINAL



¡Es un Honor Estar con Obrador!

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