Carta a Luz María
La columna que Renata Chapa publicó hoy en El Diario de Chihuahua:
Imaginario colectivo
Luz María
Renata Chapa
Luz María:
Dicen que los periodistas, como los hombres, no debemos llorar. Que debemos ser objetivos. Ecuánimes. Que antes de opinar, necesitamos constatar la autenticidad de nuestras fuentes. Que no debemos tomar partido a la primera. Que debemos dejar clara la línea que divide lo personal de lo profesional. Todas estas condiciones, y más, fueron cumplidas por las plumas que han dado cuenta de la participación que usted tuvo de frente al presidente de la República. Pero yo, Luz María, no puedo, ni quiero, ceñirme a una sola de ellas. No voy a redactar una nota informativa, una crónica o un ensayo sobre lo que usted vivió en el centro de convenciones Cibeles el pasado jueves 11 de febrero. Yo necesito escribirle esta carta.
Supe de usted gracias a un noticiario matutino. A veces dudo prender la televisión tan temprano para ver ese tipo de programas. El desfile del horror es interminable. Duele abrir un nuevo día con los ojos anclados en las injusticias que sufren otros porque, en realidad, son el reflejo de nuestros mismos pesares. Además, como usted sabe, por muy terrible que sea una realidad, el ritmo de los medios es implacable e imparable. Lo que ahora ocupa los espacios más importantes, mañana pasará a otros planos. Como si las heridas causadas por la opresión, el desdén, la negligencia y otros tantos malestares sociales fueran perdiendo vigencia. Como si las violaciones a nuestros derechos fueran más o menos importantes según el criterio de los informadores de las empresas mediáticas.
Sin embargo, también debo reconocer que si no fuera por los medios de comunicación no la hubiera conocido a usted ni tampoco hubiera tenido la oportunidad de sumarme a su dolor por medio de estas líneas. A través de los medios he podido escuchar voces de otros hombres y mujeres que han protagonizado cualquier cantidad de desgracias. Y ha sido a través de la prensa como he intentado contribuir, igual que tantos colegas, pero la realidad se sigue encargando de ubicarnos.
El papel con todo y sus palabras impresas también se lo lleva el olvido. En el sufrimiento cada vez más potenciado de nuestras comunidades está la respuesta al qué tanto podemos lograr desde los medios. Aquí, entonces, Luz María, volvemos a más de lo mismo. En los espacios mediáticos es posible ensalzar o sepultar información, pero el saldo que tenemos al día de hoy nos da pie a pensar que los logros son casi nulos.
Urge repensar la función social y ética de los comunicadores y las autoridades políticas; el clasismo que se padece en los medios; la censura y autocensura mediática que echa cada vez más raíces por miedos e incompetencias. Desafortunadamente, los llamados de atención a las autoridades; la solicitud de ayuda para quienes tanto la requieren; las demandas por un trato justo; las peticiones para una vida digna parecen no fructificar. Se sigue perdiendo la batalla a pesar de estar en una trinchera que se supone poderosa, la de los medios de comunicación. O la de las escuelas; la de los partidos políticos; la de las familias; la del Estado mismo. Algo nos ha rebasado. La impotencia, también.
Por eso, Luz María, cuando su voz removió el protocolo de la reunión que usted y tantos más sostuvieron en Ciudad Juárez con el presidente de México, yo comencé a darle íntimamente las gracias. Desde este lado de la pantalla tenía el deseo de que nada ni nadie le impidieran expresar su opinión de viva voz ante el presidente y ante la mirada del país. En unos cuantos segundos, usted fue portavoz de millones de mexicanos que hemos alzado la voz tantas veces, con tonos distintos y en diferentes escenarios, y que hemos constatado que fuimos y seguimos siendo engañados, burlados, humillados. Nunca escuchados.
Usted y yo somos mujeres y sabemos que sigue siendo complicado avanzar. A veces, es simplemente imposible. Para tantos que ejercen el poder, nosotras no sólo tenemos que soportar denostaciones explícitas e implícitas, sino callarlas si es que deseamos eludir represalias. Yo la vi y la escuché a usted y, con el pecho asfixiado, la animaba a distancia. Seguí palabra a palabra su intervención. No pudo haber resumido todo el dolor de nuestro país de mejor manera. También escuché el tono que usó para explicar y demandar justicia, Luz María. Su valentía derivó en una llamada de atención contundente y clara. Respetuosa. Como le mencioné al inicio de esta carta, yo sentía la necesidad de escribirle porque su profundo dolor, ése que la llevó de frente a las autoridades, no ha sido en vano. Somos muchos y muchas los que estamos en deuda con usted y con sus hijos.
Deseo que las atinadas palabras con las que expresó su profundo duelo hayan cimbrado a los miembros de aquel presidium. Al final de cuentas, se supone que ellos son tan humanos como usted y como yo. Que ellos, como nosotras y los demás ciudadanos, queremos el bienestar para nuestras familias.
Luz María: que su voz la sigamos escuchando todos, los de las cúpulas y los de a pie. Que sus frases retiemblen con más fuerza aún. Que no pierdan potencia a pesar de todos los días que nos esperan de lucha y lágrimas, según lo advirtió el presidente Calderón.
Sí, Luz María, “que sigan buscando debajo de las piedras” y que logren concordia. Que puedan dialogar con el presidente y con México “los que quieren justicia para todos los niños” de Ciudad Juárez y de nuestro país con la misma apertura y cobertua que usted tuvo. Que a pesar de “no tener lo recursos”, todo mexicano pueda ser comprendido y protegido. Que “el Ferriz, Baeza y todos” los que tienen un rol vital en las tareas de seguridad, economía y educación en nuestro estado, consigan que “vuelva a ser el de antes”.
Sí, Luz María, “que se pongan en su lugar” y en el de tantas familias desmembradas “a ver qué sienten”. Que jamás dejen de sentir para que “hagan algo por Juárez” y por cada sitio disputado en nuestro país.
De corazón, reciba mi abrazo respetuoso.
centrosimago@yahoo.com.mx
Luz María
Renata Chapa
Luz María:
Dicen que los periodistas, como los hombres, no debemos llorar. Que debemos ser objetivos. Ecuánimes. Que antes de opinar, necesitamos constatar la autenticidad de nuestras fuentes. Que no debemos tomar partido a la primera. Que debemos dejar clara la línea que divide lo personal de lo profesional. Todas estas condiciones, y más, fueron cumplidas por las plumas que han dado cuenta de la participación que usted tuvo de frente al presidente de la República. Pero yo, Luz María, no puedo, ni quiero, ceñirme a una sola de ellas. No voy a redactar una nota informativa, una crónica o un ensayo sobre lo que usted vivió en el centro de convenciones Cibeles el pasado jueves 11 de febrero. Yo necesito escribirle esta carta.
Supe de usted gracias a un noticiario matutino. A veces dudo prender la televisión tan temprano para ver ese tipo de programas. El desfile del horror es interminable. Duele abrir un nuevo día con los ojos anclados en las injusticias que sufren otros porque, en realidad, son el reflejo de nuestros mismos pesares. Además, como usted sabe, por muy terrible que sea una realidad, el ritmo de los medios es implacable e imparable. Lo que ahora ocupa los espacios más importantes, mañana pasará a otros planos. Como si las heridas causadas por la opresión, el desdén, la negligencia y otros tantos malestares sociales fueran perdiendo vigencia. Como si las violaciones a nuestros derechos fueran más o menos importantes según el criterio de los informadores de las empresas mediáticas.
Sin embargo, también debo reconocer que si no fuera por los medios de comunicación no la hubiera conocido a usted ni tampoco hubiera tenido la oportunidad de sumarme a su dolor por medio de estas líneas. A través de los medios he podido escuchar voces de otros hombres y mujeres que han protagonizado cualquier cantidad de desgracias. Y ha sido a través de la prensa como he intentado contribuir, igual que tantos colegas, pero la realidad se sigue encargando de ubicarnos.
El papel con todo y sus palabras impresas también se lo lleva el olvido. En el sufrimiento cada vez más potenciado de nuestras comunidades está la respuesta al qué tanto podemos lograr desde los medios. Aquí, entonces, Luz María, volvemos a más de lo mismo. En los espacios mediáticos es posible ensalzar o sepultar información, pero el saldo que tenemos al día de hoy nos da pie a pensar que los logros son casi nulos.
Urge repensar la función social y ética de los comunicadores y las autoridades políticas; el clasismo que se padece en los medios; la censura y autocensura mediática que echa cada vez más raíces por miedos e incompetencias. Desafortunadamente, los llamados de atención a las autoridades; la solicitud de ayuda para quienes tanto la requieren; las demandas por un trato justo; las peticiones para una vida digna parecen no fructificar. Se sigue perdiendo la batalla a pesar de estar en una trinchera que se supone poderosa, la de los medios de comunicación. O la de las escuelas; la de los partidos políticos; la de las familias; la del Estado mismo. Algo nos ha rebasado. La impotencia, también.
Por eso, Luz María, cuando su voz removió el protocolo de la reunión que usted y tantos más sostuvieron en Ciudad Juárez con el presidente de México, yo comencé a darle íntimamente las gracias. Desde este lado de la pantalla tenía el deseo de que nada ni nadie le impidieran expresar su opinión de viva voz ante el presidente y ante la mirada del país. En unos cuantos segundos, usted fue portavoz de millones de mexicanos que hemos alzado la voz tantas veces, con tonos distintos y en diferentes escenarios, y que hemos constatado que fuimos y seguimos siendo engañados, burlados, humillados. Nunca escuchados.
Usted y yo somos mujeres y sabemos que sigue siendo complicado avanzar. A veces, es simplemente imposible. Para tantos que ejercen el poder, nosotras no sólo tenemos que soportar denostaciones explícitas e implícitas, sino callarlas si es que deseamos eludir represalias. Yo la vi y la escuché a usted y, con el pecho asfixiado, la animaba a distancia. Seguí palabra a palabra su intervención. No pudo haber resumido todo el dolor de nuestro país de mejor manera. También escuché el tono que usó para explicar y demandar justicia, Luz María. Su valentía derivó en una llamada de atención contundente y clara. Respetuosa. Como le mencioné al inicio de esta carta, yo sentía la necesidad de escribirle porque su profundo dolor, ése que la llevó de frente a las autoridades, no ha sido en vano. Somos muchos y muchas los que estamos en deuda con usted y con sus hijos.
Deseo que las atinadas palabras con las que expresó su profundo duelo hayan cimbrado a los miembros de aquel presidium. Al final de cuentas, se supone que ellos son tan humanos como usted y como yo. Que ellos, como nosotras y los demás ciudadanos, queremos el bienestar para nuestras familias.
Luz María: que su voz la sigamos escuchando todos, los de las cúpulas y los de a pie. Que sus frases retiemblen con más fuerza aún. Que no pierdan potencia a pesar de todos los días que nos esperan de lucha y lágrimas, según lo advirtió el presidente Calderón.
Sí, Luz María, “que sigan buscando debajo de las piedras” y que logren concordia. Que puedan dialogar con el presidente y con México “los que quieren justicia para todos los niños” de Ciudad Juárez y de nuestro país con la misma apertura y cobertua que usted tuvo. Que a pesar de “no tener lo recursos”, todo mexicano pueda ser comprendido y protegido. Que “el Ferriz, Baeza y todos” los que tienen un rol vital en las tareas de seguridad, economía y educación en nuestro estado, consigan que “vuelva a ser el de antes”.
Sí, Luz María, “que se pongan en su lugar” y en el de tantas familias desmembradas “a ver qué sienten”. Que jamás dejen de sentir para que “hagan algo por Juárez” y por cada sitio disputado en nuestro país.
De corazón, reciba mi abrazo respetuoso.
centrosimago@yahoo.com.mx
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