Calderón contra las minorías ridículas
Escuchar a Felipe Calderón referirse a los criminales en general, y a los narcotraficantes en particular, como una "minoría ridícula", lejos de contribuir a generar en la sociedad confianza hacia las "autoridades" y la lucha que dicen librar contra el crimen organizado, provoca más bien el efecto contrario, llenando a la opinión pública de dudas no sólo sobre la tan pregonada efectividad de esta "cruzada por la seguridad", sino sobre quienes la encabezan, las fuerzas que la llevan a cabo, la estrategia que emplean (if any) y sus resultados.
Si lo que Calderón quería era dar la impresión de un gobernante fuerte, firme, decidido a llevar su guerra hasta sus "últimas consecuencias", lo que sus palabras dejan ver es un "presidente" que se siente acorralado, consciente como nunca de su propia debilidad (la de origen, la ilegitimidad de su cargo, agravada por el desgaste de estos 3 años de fracasos en todos los frentes) y a quien únicamente parece quedarle como pertrecho la retórica bravucona, ésa que pretende sustituir inteligencia y valentía con frasecitas que aspiran a ser grandilocuentes y se quedan a medio camino entre lo cómico y lo patético. Calderón travestido en María Félix, la célebre Cucaracha, que en la película del mismo nombre, al terminarse el parque enmedio de una batalla, ordena tajante a sus hombres: "¡échenles mentadas, que también duelen!"
Felipe Bravucón, como el borracho de cantina que, a punto de ser sacado a empellones por un tabernero harto de los destrozos por él causados, todavía reta: y si quieren más, me avisan, mientras chorrea sangre y muestra los signos evidentes de la putiza recibida. Felipe el Rudo, que soñó con ser El Rey del Beautiful y despertó convertido en un remedo (chafita) de Espectrito, nomás que sin "goteras" que le pusieran un alto.
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