Nos detesta
Pedro Miguel
Habitantes de la capital: a juzgar por los hechos, Felipe Calderón nos detesta. Porque no votamos por él, o porque los votos a su favor no le fueron suficientes para ganar con limpieza, o porque tenemos un espíritu libre y tolerante, o por nuestra alma insumisa, o porque sabemos que la defensa de nuestros derechos y libertades pasa por la defensa de los derechos y libertades de los demás, o porque creemos en la separación entre la Iglesia y el Estado, o porque poseemos (son nuestras; nosotros las conformamos y pagamos) instituciones de gobierno representativas y legítimas, o porque hemos logrado, pese a todo, y sin desconocer lo muchísimo que falta, imponer mecanismos de justicia social y de distribución de la riqueza, o porque se siente incómodo ante los reclamos, mayoritarios y bien ganados, de quienes poblamos la sede de los poderes federales. O por todas esas razones juntas. O por algunas de ellas.
A estas alturas, otro tanto podrá decir la mayoría de los habitantes del país, pero el Distrito Federal ocupa un sitio preponderante en los rencores de este hombre. No es el desdén ordinario que experimenta hacia la vida humana, su desinterés por la angustiosa situación económica que atraviesan casi todos los millones de mexicanos, su insensibilidad procaz ante los cadáveres de muchachos juarenses (de seguro andaban metidos en algo turbio, insinúa para tapar su monumental torpeza), su vocación de entrega de la soberanía nacional. Con base en los elementos de juicio disponibles, hacia el DF, el sentimiento de Calderón es más intenso: es odio.
¡Es un Honor Estar con Obrador!
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