11 de febrero de 2010

EL PUEBLO DE HONDURAS SE NIEGA A DEJAR MORIR LA DEMOCRACIA Y CONTINUA EN RESISTENCIA

Del “neoliberalismo cristiano” al liberalismo socialista…
Vi en persona por primera vez al Presidente Manuel Zelaya en el parque el Obelisco un primero de mayo del año 2005, meses mas tarde se realizarían las elecciones presidenciales en las que él quedaría electo por una cerrada diferencia frente a Lobo Sosa. En esa ocasión recuerdo que la OPLN marchaba delante del STIBYS, sindicato combativo y radical que ha sido siempre consecuente con las luchas reivindicativas del movimiento popular, baluarte de la lucha sindical en Honduras y referente de muchos sindicatos de la bebida en el mundo entero. Para ellos como para nosotros, la presencia del candidato del Partido Liberal no representaba un elogio, sino un atrevimiento y más bien una burla para nuestra manifestación histórica; por tanto procedimos a aventarle bolsas de agua y rayar con espray la acera desde la que –aceptémoslo- respetuosamente saludabaManuel Zelaya y muchos de lo que luego se convertirían en el histórico Gabinete en Resistencia.
Nuestra protesta no terminó ahí; un grupo más grande de obreros y estudiantes nos abrazamos en un gran semicírculo y gritamos “¡Asesino! ¡Asesino!” haciendo referencia al incidente en el que habían sido asesinados varios dirigentes campesinos en las propiedades del padre de Manuel Zelaya. Fue esa la primera vez que me acerque al Presidente, tal vez a menos de medio metro, viéndole directamente a los ojos y expresando a gritos y en coro nuestra recepción.
Siete meses después me lo encontraría en Café Paradiso, sitio predilecto de bohemios y artistas de Tegucigalpa en el que me había citado con unos amigos poetas. Esa noche el lugar se colmó de personas esperando la llegada del aún candidato. Dada la coincidencia muchos de mis amigos decidieron no llegar y otros partir más temprano, yo esperé.
Se organizó una pequeña conferencia. Las preguntas no fueron sorprendentes y los ataques más bien parecían culpar anticipadamente a un hombre que sin estar libre de ellas no era responsable del caos de la administración de las artes y la cultura nacional, pero cortésmente  ofrecía soluciones sencillas y bastante parecidas a las que un candidato hábil podía ofrecer. Ahí, tres de los poetas de ascendencia nacionalista o militantes llanos del conservadurismo, aprovecharon también para intentar hacer caer en contradicción al político, sin embargo, las habilidades en el debate por parte de Manuel Zelaya eran de sobra suficientes para anular los argumentos. También, cabe decir, vi molesto a Cesar Indiano, -con el que hago un considerable esfuerzo por mencionar- quien escudándose en la defensa de la cultura durante ese debate fue el que atacó con más insistencia. Luego demostraría toda su bajeza y resentimiento social en los días posteriores al golpe de estado militar del 28 de junio, cuando se plegó a la ultra derecha de la manera más ridícula y vergonzante. Cuatro días más tarde del encuentro en Café Paradiso, Manuel Zelaya ganaba las elecciones nacionales.
La toma de posesión reportó un acto curioso y más tarde significativo. El nuevo mandatario se negaba a leer un discurso escrito por el poder político de la oligarquía Carlos Flores Facussé, a la vez improvisaba un discurso desordenado que tendría dos aspectos importantes para destacar; Anunciaba un gobierno de “valores cristianos”, se proclamaba el clásico “no mentir”, “no robar” y “no matar” y por otra parte se aprobaba en plena toma de posesión la Ley de Participación Ciudadana.
El primer año y medio del gobierno del Presidente Zelaya es recordado por el movimiento popular como gobierno tradicional de la oligarquía. Estuvimos presentes durante todo ese tiempo en las calles, en la consolidación de la Coordinadora Nacional de Resistencia Popular CNRP y en la lucha por los doce puntos que se habían elaborado a lo largo y ancho de todo el país en el seno de las organizaciones populares de base. El planteamiento era tan extenso que representaba justamente la suma de demandas insatisfechas y conquistas laborales perdidas durante toda la etapa del neoliberalismo que comenzó a finales de los años ochenta en Honduras. Poco más de quince años del modelo reconfiguraron drásticamente la vida de los más pobres en el país y aumentaron abismalmente la brecha entre las clases sociales.

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