13 de octubre de 2006

LUIS MIGUEL GONZÁLEZ: EL CONSUMO CONSPICUO

NOTA ORIGINAL MILENIO DIARIO

En el mundo hay 8.3 millones de millonarios y en América Latina el número es cercano a 350 mil, según Merrill Lynch. La definición de millonarios de esta firma incluye aquellas personas que tienen activos financieros de un millón de dólares o más.

Este grupo está detrás del desarrollo de un mercado de bienes suntuarios que parece que emana de otro planeta muy diferente a aquel en el que hay 2 mil 800 millones de personas que viven con menos de dos dólares al día.

Hay una revista inglesa que sólo admite suscriptores que tengan más de 9 millones de dólares en su cuenta. En Moscú hay una tienda que se llama Vladenie y ofrece cosas que valen un millón de dólares o más. En la costa de Jalisco hay una empresa que renta casas a 15 mil dólares la noche. Ordenar una botella de champaña en una discoteca de Acapulco puede costar 25 mil pesos.

Todos son ejemplos de consumo conspicuo. La compra no tiene que ver con satisfacer necesidades reales sino con desplegar la riqueza y el poder. Es un mercado que no deja de crecer porque el número de millonarios aumenta a una tasa que es cuatro o cinco veces mayor que el crecimiento de la población. Kroll, la firma líder en el mundo en servicios de seguridad privada para millonarios, asegura que su negocio ha crecido 67 por ciento en los últimos dos años. No deja de llamar la atención que las tres regiones del mundo en las que el total de millonarios crece más aprisa son África, Oriente Medio y América Latina.

Estamos en un nuevo mundo donde los ricos han perdido el pudor y han sustituido el aprecio de la discreción por el aplauso del derroche. Las revistas de sociales mexicanas dan cuenta de bodas que costaron millones de dólares y el mercado de bienes y servicios para millonarios goza de una salud que parece milagrosa.

La multiplicación de gente extremadamente rica no es mala en si misma. Podría ser síntoma de salud económica si no fuera el reflejo de la insensibilidad de aquellos que están en la punta de la pirámide. El despliegue de carros, joyas y ropas caras no es el regreso de la sociedad porfiriana, sino el viaje a un siglo 21 donde las élites parecen ignorar en que país viven. Han olvidado o no saben que el lujo extremo es ofensivo.

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