En el camino, con ellos...
Rodrigo Vera
ACATLÁN, PUE.- “Ojalá y no nos pase nada en el camino. Pueden tendernos un cerco policiaco que nos impida llegar a la Ciudad de México”, comenta preocupada Josefina Martínez, quien encabeza la caravana de aproximadamente 5 mil manifestantes que, el pasado 22 de septiembre, partió de la ciudad de Oaxaca rumbo al Distrito Federal.
Josefina porta una enorme bandera de México. Es la “abanderada” de la “escolta”. Tras ella se extiende la abigarrada hilera de marchistas que, por un carril de la carretera, abarca casi un kilómetro de longitud.
Esposa del viejo luchador social oaxaqueño Felipe Martínez Soriano, doña Josefina se quita su ancho sombrero de palma que la protege del sol. Se planta con voz enérgica:
“¡Míreme aquí! Tengo seis hijos, 12 nietos y un bisnieto, y aún sigo en la lucha. Toda mi vida ha sido de lucha, desde que era novia de Felipe. Juntos participamos en el movimiento de los médicos, en la lucha magisterial de Othón Salazar de los años cincuenta… en tantas demandas populares.
“Mi esposo estuvo preso durante nueve años. Se le acusó de guerrillero y de tantas cosas. Y yo viví exiliada en Francia durante más de tres años. Esa ha sido mi vida. Ahora participé en la creación de la Asamblea Popular del Pueblo de Oaxaca (APPO) porque queremos cambiar las condiciones de miseria y de injusticia que padece nuestro estado.”
–¿Qué pretenden con esta marcha?
–Llegar a la Ciudad de México y plantarnos en el Senado, para ver si así toma en cuenta nuestra demanda: quitar a Ulises Ruiz de la gubernatura de Oaxaca; ese es nuestro objetivo inmediato.
La maestra Etelbina Morales Félix –de la escuela primaria España, de la ciudad de Oaxaca– también lleva muchos años de participar en este tipo de movilizaciones. Chaparrita, enjuta, apoya a doña Josefina en llevar extendida la bandera a lo largo de los casi 500 kilómetros que separan a Oaxaca de la Ciudad de México.
“A esta bandera le tenemos mucho cariño. Es nuestro símbolo de lucha. Encabezó dos marchas anteriores, en los ochenta y en los noventa, que hicimos a la Ciudad de México”, dice ufana la maestra Etelbina, mientras acaricia la seda de la enseña.
Atrás se escuchan los coros de los manifestantes del magisterio y de la APPO: “¡Esta marcha va a llegar al Distrito Federal!... ¡Esta marcha va a llegar al Distrito Federal!...”.
Una camioneta Pick up de color blanco va hasta adelante. Carga unas enormes bocinas por medio de las cuales se anima a los marchistas para que continúen su caminata. “¡Vamos a hacer una ola para que no decaiga el ánimo!”. De ahí salen –todo el día– arengas contra Ulises Ruiz y música de distinto género: guapachosas cumbias que le cantan al mar, corridos norteños sobre afrentas y traiciones, canciones de protesta y piezas alusivas al gobernador repudiado.
Vehemencia en las paredes
La caravana es un largo cordón multicolor y festivo. Sube y baja. Serpentea despacio entre los cerros de la mixteca oaxaqueña. Una culebra relumbrante compuesta de sombrillas abiertas, sombreros de ala ancha, cachuchas, paliacates y pañoletas a la cabeza que cubren del sol encendido.
Un cuerpo de avanzada, integrado por jóvenes que llevan banderolas rojas, controla el tráfico vehicular en la carretera. Permite el paso de los automovilistas por el carril que va despejado.
Más jóvenes, con latas de pintura en spray, van dejando una cauda de graffitis en las cunetas y señalamientos del camino: “¡Fuera Ulises!”, “¡Ulises fascista!”.
Dejarán su grito estampado no sólo en los caminos de Oaxaca, sino también en las otras cuatro entidades por las que planean pasar: Puebla, Morelos, Estado de México, Distrito Federal. Y así hasta llegar a la sede del Senado donde permanecerán en plantón.
“Estamos difundiendo nuestro movimiento por todos los poblados que pasamos”, dice mientras camina el profesor Josías Rojas Quintas.
–¿Piensan obtener apoyo fuera de Oaxaca?
–Sí. Claro. Muchas organizaciones nos apoyarán. En el estado de Puebla, por ejemplo, están hartos de su Góber Precioso que protege pederastas, el señor Mario Marín. Y en Morelos, el gobernador Sergio Estrada Cajigal tiene un fuerte repudio. Lo mismo Enrique Peña Nieto, el mandatario del Estado de México que reprimió a nuestros compañeros de Atenco.
“Ya en el Distrito Federal, seguramente muchas organizaciones emergentes se sumarán a nuestro plantón. En el Senado están temerosos de que la movilización se ‘oaxaqueñice’. Mientras tanto, la televisión y la radio consideran a nuestra marcha como una amenaza nacional.”
–¿Cuánto tiempo permanecerán en la Ciudad de México?
–De ahí no nos moveremos hasta que caiga Ulises Ruiz. Es nuestra demanda principal.
–Se dice que también piensan tomar embajadas.
–No lo sabemos. Hay cosas que todavía están por verse. Pero antes, esperemos que nadie entorpezca nuestra caminata, pues pueden pasar muchas cosas en el recorrido.
Y señala a un Tsuru blanco con un letrero que dice “seguridad”, que retorna a la marcha sonando el claxon:
“Escuche, ese pitido es una señal de alerta. Nos dice que tengamos cuidado porque puede haber policías escondidos. Un tiroteo, una emboscada, todo puede pasar.”
Salieron de la ciudad de Oaxaca bien organizados. Al partir –el viernes 22–, el sacerdote Manuel Marinero, vestido de túnica alba, hasta les ofició una misa y les echó su bendición, pese a ser un religioso suspendido de su ministerio por haberse casado. Lo eligieron justamente por rebelde.
Su primer alto fue en la colonia Santa María, justo en el sitio donde cayó muerto José Jiménez Colmenares, la primera víctima de su movimiento. Le colocaron una veladora encendida.
Como si fueran de camping, a los marchistas se les pidió llevar una mochila con lo más necesario: una muda de ropa ligera, un impermeable para la lluvia, una lámpara de mano, una navaja sencilla, algún utensilio para comer, una identificación oficial y algo sobre qué dormir.
De algunas camionetas que siguen a la marcha se asoman precisamente petates enrollados, gruesas cobijas de lana y hasta pedazos de cartón que, para descansar, los manifestantes suelen tender sobre el piso. Pernoctan generalmente en las escuelas que les ofrecen las comunidades por donde pasan.
“Es un lujo dormir sobre un buen petate”, comentan, entre risas, los marchistas de la APPO.
–¿Y dónde se asean?
–Donde se pueda. Algunas escuelas tienen regaderas para bañarnos. Si no, pues a cubetazos o en los arroyos. Y ahí está todo el monte para hacer nuestras necesidades, ¿qué más podemos pedir? Así hasta abonamos la tierra.
Siete comisiones coordinan a la caravana: de finanzas, alimentación, prensa, transporte, servicios médicos, avanzada y de enlace con Oaxaca y México.
La comisión de finanzas, por ejemplo, realiza “boteos” en los poblados o entre los automovilistas que transitan por la carretera. Cuenta con el apoyo económico de la Sección 22 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE).
De ahí sale parte del dinero que se necesita para conseguir medicinas, gasolina, enseres o alimentos comprados en tianguis y mercados. Pero, por lo común, muchísimos lugareños se acercan a la carretera para proveer de agua y comida a los manifestantes.
El encargado de la comisión de prensa –que atiende a los pocos reporteros y fotógrafos que siguen el recorrido– es Omar Olivera, un joven de cachucha raída y larga barba encrespada que recuerda a los revolucionarios cubanos.
Omar aclara de tajo: “Esta es una marcha civil y pacífica”.
Está molesto porque, conforme avanza la caravana, las estaciones radiofónicas de cada lugar difunden la noticia de que los manifestantes van cometiendo a su paso saqueos, robos y otras tropelías.
Para contrarrestar la andanada mediática, Omar hace repartir diariamente un boletín de prensa que da cuenta de las actividades de los marchistas.
“Tenemos una infraestructura itinerante que nos permite publicar nuestro boletín”, dice. Proyecta sacar una gaceta más elaborada que se llamará Pasos sobre el asfalto.
Señala que la mayoría de los marchistas, 60%, son maestros de la Sección 22. El resto pertenece a otras organizaciones que también se aglutinan en la APPO: el Frente Popular Revolucionario (FPR), el Comité de Defensa de los Derechos del Pueblo (Codep), el Frente Amplio de Lucha Popular (FALP), Nueva Izquierda de Oaxaca, etcétera.
–¿Planean vincularse con la coalición Por el Bien de Todos, que ya realizó un plantón en la Ciudad de México?
–No, porque nuestro proyecto es local. En cambio, el de la coalición es de nivel nacional. Pero tenemos una cosa en común; nosotros desconocemos a un gobernador y ellos a un presidente de la República.
La movilización de la APPO, dice, quizá pueda hacer que se sumen voluntades como lo hizo el Movimiento de los Sin Tierra, en Brasil. O como –toda proporción guardada– lo consiguió Gandhi con su famosa Marcha de la Sal.
El sol reverbera en el asfalto. Los marchistas recorren un promedio de 40 kilómetros diarios; muchos caminan renqueando y traen ampollas en los pies. Se acercan a la ambulancia que los acompaña desde la ciudad de Oaxaca.
Ahí, con largas agujas, les pican las ampollas y les exprimen el agua; después, les untan óxido de zinc que sirve de secante y así continúan su larga caminata.
La doctora Lesvia Villalobos no se da abasto:
“Vienen principalmente a atenderse de ampollas, rosaduras, hongos y deshidratación. Algunos se han desmayado por el calor”, dice.
–¿Ningún enfermo grave?
–No, hasta el momento ninguno. Saldo blanco, por fortuna.
Se queja porque en la ambulancia –que aportó la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (UABJO)– hacen falta vendas, gasas, algodón y otros medicamentos para atender a la marcha.
Algunos manifestantes están de plano fatigados. Quieren adelantarse un poco y esperar sentados al grueso de la caravana. Para esto, se suben a un autobús de pasajeros –el appobús– que sigue a la marcha y los traslada dos o tres kilómetros adelante. Un respiro que les permite descansar y frotarse los pies con ungüento.
Los maestros Silvano Hernández, Antonio Méndez y Javier Solís descansan así en la cuneta de la carretera. Llevan shorts y sandalias. Son serranos de piel tostada.
“Estamos haciendo un gran sacrificio”, dicen exhaustos.
Están preocupados porque, a partir de la segunda quincena de agosto, les cortaron su salario por negarse a regresar a clases. Se quedaron sin ingresos.
–¿De qué van a vivir?
–De algún modo nos sostendremos. De alguna chamba que nos caiga, del apoyo de la familia, de los amigos… Eso sí, estaremos en la Ciudad de México hasta que caiga Ulises.
Caminan y caminan los pies curtidos, envueltos en huaraches con gruesas suelas de llanta, en agrietadas botas mineras, en tenis desgajados o en descoloridas sandalias de hule. El asfalto quema.
De pronto, allá, un cohetón estalla al aire. Luego otro y otro. Huele a pólvora.
Es la pequeña comunidad de Vista Hermosa que –la tarde del 26 de septiembre– así festeja la llegada de los marchistas. Cientos de pobladores se desbordan y van a su encuentro. Familias enteras les llevan botellas de agua, frutas y comida.
La columna se desparrama a la sombra de los árboles. Algunos aprovechan para tenderse sobre el pasto, con la cabeza recostada en sus mochilas. Los visitantes se confunden con sus anfitriones. Es un solo hormigueo de gente que corea “¡ya cayó, ya cayó, Ulises ya cayó!”.
Una cancha de basquetbol es el centro de la ranchería. Al frente está el edificio de la agencia municipal. En esa explanada se celebra un acto cívico en el que las autoridades comunales dan la bienvenida a la APPO. Hay discursos de una y otra parte. Manifestaciones de apoyo.
Al pardear la tarde, los marchistas salen de Vista Hermosa. Enfilan hacia Huajuapan de León que está a corta distancia. En todo el trayecto hay hileras y más hileras de simpatizantes apostados a lo largo de la carretera. Agitan pancartas en las que piden la caída de Ulises.
Cae la noche y la columna entra a la ciudad de Huajuapan, cuya alcaldía está tomada por la APPO. Las calles se desbordan de gente que aplaude y grita vivas. Son miles quienes salen a las banquetas, nuevamente mostrando sus pancartas. La caravana se ve muy pequeña comparada con el gentío que la recibe. Aquí y allá, se extienden los brazos que ofrecen botellas de agua, naranjas, plátanos.
La caminata del día concluye en el Zócalo atiborrado, donde se preparó un templete para dar la recepción. Vienen los discursos y la música. Es una noche de fiesta. Al final, las escuelas de Huajuapan dan alojo a los marchistas fatigados.
Así son las acojidas a la caravana por los pueblos y rancherías que pasa: Etla, Telixtlahuaca, Nochixtlán, Yanhuitlán, Tamazulapan, Corral de Piedra, Chila de las Flores…
“Viera usted cómo nos recibieron en Tamazulapan. Hasta con los honores de una banda de guerra”, dice don Gilberto Toledo, un viejo istmeño intendente de una telesecundaria de Guelatao.
El arribo de la marcha a la Ciudad de México está previsto para este fin de semana; las autoridades capitalinas se muestran nerviosas por el apoyo social que la APPO pueda despertar.
“Pedimos a la Secretaría de Gobernación que resuelva este problema lo antes posible, pues nuestra ciudad no tiene por qué pagar los costos de un conflicto que no se ha resuelto en su lugar de origen”, dijo Alejandro Encinas, jefe de Gobierno del Distrito Federal. l
SEGUNDA NOTA DE PROCESO:
Y el pueblo tomó el control...
Pedro Matías y Rosalía Vergara
Sin gobernabilidad y con la exigencia de que sean desaparecidos los poderes en el estado y se destituya al gobernador Ulises Ruiz, el conflicto social comenzó con el magisterio y terminó aglutinando a organizaciones sociales y ciudadanos.
Igual que en el caso de San Salvador Atenco, en el Estado de México, el movimiento oaxaqueño mostró el descontento de una sociedad olvidada por sus gobernantes y que tampoco ha sido escuchada por los representantes del “sexenio del cambio”: los campesinos, los indígenas, los estudiantes, grupos radicales...
Estos sectores repudiaron la defensa a ultranza que los priistas y el gobierno federal han hecho del gobernador, Ulises Ruiz, a quien culpan de la actual crisis. Y los unió una misma demanda: la destitución o renuncia del gobernador.
Ciento treinta días después de que el SNTE, y después la APPO, se plantaron en el Zócalo de la ciudad de Oaxaca, el presidente Vicente Fox; su secretario de Gobernación, Carlos Abascal; el gobernador, Ulises Ruiz; el presidente nacional del PRI, Mariano Palacios Alcocer, y los empresarios de la entidad consideraron la opción del despliegue policiaco “pacífico” para desalojar a los inconformes.
Estos personajes se reunieron en la residencia presidencial de Los Pinos el martes 26 de septiembre. Ahí, Ulises Ruiz pidió la intervención de fuerzas policiacas. Tres días después, el dirigente priista Mariano Palacios Alcocer se pronunció en el mismo sentido para “reestablecer el orden” en la entidad. Lo mismo hicieron organizaciones empresariales nacionales y locales.
La pesadilla
El sueño de Ulises Ruiz de ser gobernador se convirtió en una pesadilla para el pueblo de Oaxaca y para más de 70 mil maestros que, en su lucha por mejorar sus condiciones de vida, fueron reprimidos por la Policía Estatal el pasado 14 de junio, por órdenes del gobernador.
Desde entonces, la entidad es territorio sin ley. Ni un policía custodia los bancos ni los negocios. La economía formal merma día con día y el ambulantaje crece.
Los maestros de la Sección 22 del SNTE y de la APPO se asumieron como autoridad y castigan a los ladrones amarrándolos desnudos en el kiosko de la plaza principal del centro.
La gente se organiza para pedir auxilio a gritos o con silbatos cuando se cometen asaltos. A golpes, llevan a los ladrones ante el Ministerio Público o los entregan a la APPO. Así hicieron con tres juniors que, borrachos, atracaron un cajero del banco HSBC, sólo para divertirse.
Las cosas se agravaron en los últimos días ante la denuncia sobre la presencia de “grupos paramilitares” del gobierno que tirotean a integrantes de la APPO y del magisterio, y existe temor ante los rumores de que el gobierno federal se alista para enviar fuerzas federales a “poner orden” en el estado.
La gente está desesperada. Las mujeres que expenden comida en los mercados 20 de Noviembre o Benito Juárez casi no tienen ventas. Viven al día y no tienen ganancias. Pocos compran o consumen algo en los mercados. No hay turismo.
Resistencia oaxaqueña
Por todas las calles del centro se lee la leyenda “Te estamos observando, URO” –letras a las que quedó reducido el nombre del gobernador –, junto al dibujo de una rata. La histórica ciudad está plagada de pintas políticas en su contra. Lo califican como “un peligro para México”.
Todas las mañanas, desde que se inició el conflicto, las bocacalles cercanas al Zócalo y a la Catedral amanecen cercadas por barricadas que se refuerzan a partir de las 10 de la noche. Decenas de mujeres, hombres y ancianos del H. Cuerpo de los Topiles montan guardias. Ellas bordan, sentadas en las aceras o en sillas o sillones que sacaron de sus casas para usarlos en el plantón.
Durante todo el día, los de la APPO reciben guelaguetza (don de dar) por parte de los oaxaqueños: arroz, bolillos, huevos, frijoles, frutas en pacas. Una señora de la tercera edad les dio sus ahorros de toda la vida: 10 mil pesos metidos en una bolsa de plástico. Así han sobrevivido por cuatro meses.
La APPO y los maestros formaron su sitio de taxis. Los ambulantes que habían sido retirados del centro, regresaron a vender ropa, discos compactos, películas, huipiles, faldas bordadas por las indígenas, collares, libros, montoncitos de verduras o frutas, artesanías, barro. Ahora son comercios de la APPO, aunque algunos en el pasado eran priistas.
El miércoles 27, llegaron al Zócalo alrededor de 200 pobladores de las siete regiones. Venían de las colonias Zaachila, La Cascada, Los Volcanes, Frente de Colonias de la Zona Norte de la Ciudad de Oaxaca, la Unidad Habitacional Ricardo Flores Magón, la Colonia Olímpica, entre otras. Se declararon “en pie de lucha” y se unieron al frente. Trajeron despensas; los maestros y los de la APPO los recibieron con aplausos.
La Asamblea Regional, Campesina y Popular, el SNTSS y la Unión de Comunidades Indígenas de la Zona Norte del Istmo (Ucizoni) también tienen un campamento en el Zócalo. “Hay puro revolucionario afuera”, dijo un fuereño a la cajera de una tienda de abarrotes, y comenzaron a reír.
En Santa María, las colonias Lindavista, López Mateos, Lomas de Antequera, Faldas del Fortín y Marquesado ya formaron su asamblea popular. Las comunidades de la sierra bajaron al Zócalo a apoyar el movimiento.
Esto se ha vuelto cotidiano, pero lo que no fue normal fue la balacera de la noche del jueves 28, cuando un grupo de sujetos, a bordo de un Jetta color negro, dispararon tiros a la entrada de una barricada, cerca del plantón. No hubo muertos ni heridos, pero la APPO se declaró en alerta máxima: estaba en suspenso la eventual incursión de la Policía Federal Preventiva (PFP) a la ciudad para dispersar el plantón.
Desde las estaciones radiofónicas tomadas por la APPO el 10 de agosto, renombradas como La Ley del Pueblo y Oro-Universidad, se pidió a la población llevar a los campamentos cohetones, leche, gasolina, colirio, extractos de manzanilla, refrescos de cola, aserrín, leña, vinagre, cables, soquets y medicamentos.
Sin solución
El miércoles 27 de septiembre, los empresarios estatales anunciaron un paro de 48 horas en demanda de una solución “pacífica” al conflicto. Los ataques de grupos de choque eran constantes. La Sección 22 del SNTE se negó al regreso a clases; la APPO aceptó dialogar con el gobierno federal y denunció los planes encaminados a reprimir el movimiento.
El paro empresarial fue considerado un fracaso. El presidente de los comerciantes establecidos en la calle de Las Casas, José Bertario Santiago Hernández, dijo que más de 90% de sus 300 agremiados no quisieron sumarse al paro porque consideraron que se hizo para apoyar a Ulises Ruiz y pedir la fuerza pública.
De igual forma, fracasó el llamado a limpiar las calles y pintar fachadas, colocar banderas blancas en demanda de paz, suspender el consumo de energía eléctrica y no utilizar el servicio telefónico.
Los empresarios exigieron la condonación de impuestos y confirmaron la suspensión de las cuotas obrero patronales y del seguro social de mil trabajadores para atenuar sus pérdidas. Posteriormente, se sumaron a la petición de las cámaras empresariales nacionales de que se usaran tanquetas lanza chorros de agua para dispersar a los insurrectos de Oaxaca.
El arzobispo de Antequera-Oaxaca, José Luis Chávez Botello, pidió la “urgente” intervención del gobierno federal y del Congreso de la Unión para que coadyuven en la solución del conflicto porque, dijo, no pueden desentenderse de su responsabilidad irrenunciable.
“Oaxaca está siendo rehén de priistas y panistas. El magisterio no es culpable y la actitud del Consejo Coordinador Empresarial es una provocación, son quienes operan un eventual desalojo. Están buscando la forma de justificar la represión”, afirmó Daniel Rosas, vocero del magisterio.
El movimiento rebasó al magisterio. Se convirtió en un movimiento social que deja al descubierto los problemas y rezagos del pueblo oaxaqueño, afirmaron Maximino Contreras, profesor de base, y Julián García, delegado de la APPO.
Hasta el momento, el saldo de esta crisis es un alto número de encarcelados, algunos desaparecidos y dos integrantes de la APPO asesinados
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