NOTA ORIGINAL PÚBLICO MILENIO
La descomposición social en México, por la acción del crimen organizado, va en aumento. Eso lo sabe todo el mundo menos los pulcros habitantes del reino de Foxilandia.
Los cuerpos decapitados aparecidos a diestra y siniestra en basureros, bares, clubes nocturnos, carreteras y en otros espacios convertidos en siniestros aparadores por toda la geografía nacional, ya forman parte de la decoración cotidiana de nuestro paisaje.
Como a los autos estacionados en las banquetas de los barrios de Guadalajara, los transeúntes se acostumbran poco a poco a esquivar cabezas y a prohibirle a los niños jugar con los cadáveres atados que aparecen en los baldíos.
El horror cotidiano ya no es horror. La anormalidad no existe. Tan sólo hay que acostumbrarse a convivir con lo que se pensaba ajeno.
La floreciente industria banquetera de autopartes robadas no debe ser vista como algo ilegal que pone en riesgo la seguridad y la integridad personal de los ciudadanos. Lo mejor es pensar que dicha industria ofrece empleo a miles de tapatíos que, en otras circunstancias, estarían sin trabajo y mendigando por las calles de nuestra muy noble y leal ciudad.
Total, si en cuestión de minutos se da cuenta que a su automóvil le robaron las defensas, la llanta de refacción, los espejos retrovisores y hasta la puerta trasera, piense que con una mínima inversión, está contribuyendo al desarrollo económico nacional y que muy probablemente quienes dirigen esta rama de la industria algún día van a aparecer en la portada de la revista Forbes.
Uno de los múltiples beneficios que trajo consigo la concepción dominante de la globalización, es la posibilidad de que México se incorpore de lleno al negocio de la pederastia internacional.
Como se ha comprobado, varios de nuestros políticos, empresarios y uno que otro hombre de Iglesia, han demostrado que los mexicanos, además de la materia prima suficiente, tenemos experiencia en el ramo y una justicia favorable para el desarrollo de tan noble actividad económica.
Una sociedad en donde el delito de violación no sólo no es castigado sino que a los violadores se les percibe como a los modernos Robin Hood, ofrece las garantías necesarias para que los pederastas inviertan su dinero, con plena seguridad, en alguna fábrica de pantalones de mezclilla, en apoyar la carrera de algún distinguido político o simplemente en obras de filantropía religiosas o gubernamentales.
No hay tal descomposición social. La sociedad mexicana se adapta a los nuevos tiempos.
El Pejepresidente está loco y es un peligro para nuestras instituciones.
La descomposición social en México, por la acción del crimen organizado, va en aumento. Eso lo sabe todo el mundo menos los pulcros habitantes del reino de Foxilandia.
Los cuerpos decapitados aparecidos a diestra y siniestra en basureros, bares, clubes nocturnos, carreteras y en otros espacios convertidos en siniestros aparadores por toda la geografía nacional, ya forman parte de la decoración cotidiana de nuestro paisaje.
Como a los autos estacionados en las banquetas de los barrios de Guadalajara, los transeúntes se acostumbran poco a poco a esquivar cabezas y a prohibirle a los niños jugar con los cadáveres atados que aparecen en los baldíos.
El horror cotidiano ya no es horror. La anormalidad no existe. Tan sólo hay que acostumbrarse a convivir con lo que se pensaba ajeno.
La floreciente industria banquetera de autopartes robadas no debe ser vista como algo ilegal que pone en riesgo la seguridad y la integridad personal de los ciudadanos. Lo mejor es pensar que dicha industria ofrece empleo a miles de tapatíos que, en otras circunstancias, estarían sin trabajo y mendigando por las calles de nuestra muy noble y leal ciudad.
Total, si en cuestión de minutos se da cuenta que a su automóvil le robaron las defensas, la llanta de refacción, los espejos retrovisores y hasta la puerta trasera, piense que con una mínima inversión, está contribuyendo al desarrollo económico nacional y que muy probablemente quienes dirigen esta rama de la industria algún día van a aparecer en la portada de la revista Forbes.
Uno de los múltiples beneficios que trajo consigo la concepción dominante de la globalización, es la posibilidad de que México se incorpore de lleno al negocio de la pederastia internacional.
Como se ha comprobado, varios de nuestros políticos, empresarios y uno que otro hombre de Iglesia, han demostrado que los mexicanos, además de la materia prima suficiente, tenemos experiencia en el ramo y una justicia favorable para el desarrollo de tan noble actividad económica.
Una sociedad en donde el delito de violación no sólo no es castigado sino que a los violadores se les percibe como a los modernos Robin Hood, ofrece las garantías necesarias para que los pederastas inviertan su dinero, con plena seguridad, en alguna fábrica de pantalones de mezclilla, en apoyar la carrera de algún distinguido político o simplemente en obras de filantropía religiosas o gubernamentales.
No hay tal descomposición social. La sociedad mexicana se adapta a los nuevos tiempos.
El Pejepresidente está loco y es un peligro para nuestras instituciones.
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