26 de septiembre de 2006

RICARDO MONREAL ÁVILA ¿LA CALLE O LAS INSTITUCIONES?

NOTA ORIGINAL MILENIO DIARIO

Están tan desprestigiadas las calles en nuestro país (por la inseguridad, el comercio informal, la basura y el descuido de los servicios públicos), que cualquier movimiento ciudadano que surja de ellas se considera una nueva amenaza a la sociedad.

Es lo que ha acontecido con la izquierda movilizada después del 2 de julio, que al tomar calles y avenidas de la Ciudad de México y dar a luz en pleno Zócalo a la Convención Nacional Democrática (CND), se le ha pretendido enfrentar a un falso dilema: las calles o las instituciones. Que se defina de una vez por todas: si quiere “agitar y desestabilizar desde la calle” o integrarse y disfrutar las mieles de las instituciones. En otras palabras: o chifla desde la calle o come pinole en las mesas de diálogo, pero no las dos cosas.

Sin embargo, quienes plantean esta falsa disyuntiva (muy en el tono de la derecha del siglo pasado que con el mismo estribillo reprimió a los estudiantes del 68), olvidan algo fundamental. Parte de la crisis política y social que vive el país se origina precisamente en un divorcio entre la vida ciudadana que transcurre cotidianamente en las calles y las decisiones que se toman en las instituciones públicas; distantes y lejanas de esa realidad. Hoy en día las calles ya no son de los ciudadanos, pero tampoco las instituciones que deberían de representarlos, y en esta orfandad social se finca buena parte de los problemas de nuestra vida pública.

Algunos ejemplos. La policía, el Ministerio Público y los jueces —el tren de aterrizaje del Estado en la calle—, son hoy en día tres de las instituciones más temidas y reprobadas por los ciudadanos (ciertamente, en una disputa muy cerrada con los partidos y los legisladores). El IFE, que fue el arquetipo de una institución ciudadanizada, es hoy el estereotipo de una institución partidizada. Y el Tribunal Electoral (TEPJF), que debió atender la demanda ciudadana a favor de un recuento electoral (7 de cada 10 ciudadanos lo aceptaban desde la calles o desde sus casas), simplemente ni los vio ni los escuchó.

Quienes plantean en un tono grave, “la calle o las instituciones”, no sólo exudan un profundo desprecio por ese espacio primario de la vida ciudadana, sino también convalidan el estado anómico, elitista y plutocrático de la vida institucional actual. Basta con comparar el ingreso promedio de un ciudadano de la calle con el ingreso promedio de los funcionarios de las instituciones para que veamos como la distancia entre una y otras es un reflejo más del México desigual.

Quienes se escandalizan por un movimiento social que va a exigir pacíficamente desde la calle que las instituciones políticas se reformen y sirvan realmente a la ciudadanía, olvidan que el verdadero peligro para la estabilidad del Estado mexicano está en otros lados y no en la izquierda. Por ejemplo, en la delincuencia organizada, en los monopolios económicos privados y en el desempleo.

Hace tiempo que las vías públicas de nuestro país están secuestradas, bloqueadas y vedadas a las más elementales garantías ciudadanas: el derecho a la vida, a la seguridad y a un empleo digno. Y ninguna de las instituciones actuales responde por ello.

Estos son los verdaderos enemigos de los ciudadanos, no la CND que busca precisamente recuperar la paz y la tranquilidad en la vida pública a partir de un nuevo orden institucional democrático.

Hay que llevar la calle a las instituciones, para que las demandas de los ciudadanos se reflejen en decisiones políticas acertadas. En sentido inverso, hay que anclar las instituciones públicas a la calle para que los ciudadanos sientan suya la vida institucional del país.

En suma, en una verdadera democracia la calle y las instituciones no están divorciadas. Las calles reflejan el estado de salud de las instituciones, mientras que las instituciones procesan el sentir de los ciudadanos en la calle. El orden y la convivencia en las calles son el espejo de instituciones socialmente legítimas, mientras que instituciones respetables y con autoridad moral se traducen en calles pacíficas, tranquilas y estables.

La calle o las instituciones es, pues, un falso dilema del conservadurismo mexicano. Desde la calle se debe y se pueden renovar las instituciones, mientras que sólo a partir de nuevas instituciones se podrán reintegrar nuestras calles a los ciudadanos.

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