Según las escrituras hindúes ancestrales, el proceso final de esta Edad Adánica se parece a una mesa que va perdiendo las patas una por una. En el primer momento, Sat Yuga, Era de la Verdad, la mesa de los seres humanos reposaba sólida y estable porque existía una conciencia común. Ahora, después de miles de años, en el cuarto y último periodo, el de Kali Yuga, la Edad Oscura, aquella mesa se sostiene en una única columna a punto de quebrarse. Nuestra época, racionalista y sentimental, cree que lo anterior son puras patrañas, que la visión cíclica del mundo es propia de una mentalidad primitiva y que nadie puede anticipar el futuro.
Así ha de ser, entonces. Concentrarse en el presente y leerlo correctamente, conforme propone el líder de la APPO oaxaqueña, Flavio Sosa, respecto al drama insurreccional popular que vive Oaxaca y que está a punto, mientras se escriben estas líneas, de tener un violento desenlace: los alzados del pueblo se atrincheran en el zócalo de la ciudad tomado por ellos hace casi cuatro meses, el gobierno federal anuncia su decisión de intervenir, la gente se encierra en sus casas, el comercio que todavía queda abierto baja sus cortinas viernes y sábado para dar lugar al desalojo que presuntamente entonces sucederá.
Pobre Oaxaca, tan lejos de Dios y tan cerca de su tragedia histórica: el mal gobierno, la corrupción, el resentimiento social, el racismo vertical y horizontal, la miseria, la explotación, los caciques, las podridas élites, la ignorancia, la descomposición. Y los usos y costumbres, esa informalidad oaxaqueña que los antropólogos justifican y las leyes consagran como forma de actuar. A eso se refiere Flavio Sosa cuando dice que es necesario leer correctamente lo que acontece en Oaxaca: los usos y costumbres del pueblo que está dispuesto a quitar a un gobernante aun forzando la legalidad.
Desde una opinión formalista, legal, la APPO y el magisterio democrático han violado la ley con sus acciones, algunas de ellas bárbaras, otras delictivas, y muchas que afectaron a miles de ciudadanos ajenos al conflicto: los costos económicos y sociales de este movimiento son más graves que los del sismo de 1931, cuando la ciudad de Oaxaca quedó devastada, expulsó a gran parte de su mejor gente y un año después inventó La Guelaguetza para llamar la atención y solicitar la ayuda del país.
Sin embargo, el asunto es mucho más complejo que meramente legal: se trata del hartazgo popular ante el mal gobierno de Ulises Ruiz, heredero de la satrapía gubernamental que llevó a cabo José Murat, un funcionario autócrata e incontrolable que hizo lo que quiso durante seis años ante la debilidad presidencial de Vicente Fox. La mala gestión de Ulises Ruiz está debidamente acreditada en un documento enviado al Senado hace meses por cientos de organizaciones oaxaqueñas, que ese organismo ignoró pues ya no representa los intereses políticos democráticos de los estados del país, sino de las finísimas personas, como Emilio Gamboa, que lo integran.
¿Quién gana en Oaxaca con el desalojo de los maestros y las organizaciones populares? La peor parte del conflicto: la mafia política del gobernador Ulises Ruiz, que ahora cobrará las cuentas pendientes y se dedicará en lo que reste de su ejercicio a perseguir a todos los enemigos que pueda y a beneficiarse económicamente. Eso si completa los cuatro años que le faltan, inescrutable futuro, porque aunque no se quiera creer en la existencia de ciclos mayores que gobiernan el tiempo, lo que sí es cíclico es el pueblo oaxaqueño, sus maestros que cada año se instalan en el centro histórico, las fiestas circulares de sus regiones, el tiempo agrícola al que están impuestos. Y el mal gobierno de Ulises Ruiz se hará todavía más palpable, la irritación seguirá creciendo y todas las energías sociales ahora liberadas tomarán otros cauces y continuarán activas.
Decir que es necesario leer algo deriva en creer que no hay hechos sino interpretaciones, que todo fenómeno es un texto para desentrañar. Y hay lecturas erróneas y otras correctas. Las practicadas por la clase política mexicana, por las élites económicas a las que están vinculadas, por los especialistas que conceptualizan y legitiman el estado de las cosas, son lecturas parciales derivadas de la formalidad. Ni Oaxaca ni el país van a arreglarse mediante la represión policiaca. De no sobrevenir con urgencia un amplio acuerdo político, una mesa nacional tan grande que permita sentar en ella a todos los actores formales e informales que deban estar para una refundación nacional pactada, será imposible evitar la guerra ideológica en curso, las batallas entre la formalidad y la informalidad que se han adueñado de estos días.
¿No está pasando algo cuando López Obrador vuelve a juntar a cientos de miles en el Zócalo y ninguna cadena de televisión lo transmite? ¿No está pasando algo cuando el rostro de Calderón parece irse haciendo inevitable cargo del berenjenal al que se ha metido, del tigre que se sacó en la rifa? ¿No está pasando algo cuando cinco cabezas degolladas por el narco son arrojadas en una pista de baile? ¿No está pasando algo cuando Oaxaca es recuperada con violencia de las manos de los usos y costumbres del pueblo?
Está la tesis, la formalidad de la derecha. Está la antítesis, la informalidad de la izquierda. ¿Cómo será la síntesis luego de la confrontación? No puede saberse porque además hay quien duda si la habrá. Entonces: simplificar. Cuando la vida deja de ser propia y se convierte en historia.
Así ha de ser, entonces. Concentrarse en el presente y leerlo correctamente, conforme propone el líder de la APPO oaxaqueña, Flavio Sosa, respecto al drama insurreccional popular que vive Oaxaca y que está a punto, mientras se escriben estas líneas, de tener un violento desenlace: los alzados del pueblo se atrincheran en el zócalo de la ciudad tomado por ellos hace casi cuatro meses, el gobierno federal anuncia su decisión de intervenir, la gente se encierra en sus casas, el comercio que todavía queda abierto baja sus cortinas viernes y sábado para dar lugar al desalojo que presuntamente entonces sucederá.
Pobre Oaxaca, tan lejos de Dios y tan cerca de su tragedia histórica: el mal gobierno, la corrupción, el resentimiento social, el racismo vertical y horizontal, la miseria, la explotación, los caciques, las podridas élites, la ignorancia, la descomposición. Y los usos y costumbres, esa informalidad oaxaqueña que los antropólogos justifican y las leyes consagran como forma de actuar. A eso se refiere Flavio Sosa cuando dice que es necesario leer correctamente lo que acontece en Oaxaca: los usos y costumbres del pueblo que está dispuesto a quitar a un gobernante aun forzando la legalidad.
Desde una opinión formalista, legal, la APPO y el magisterio democrático han violado la ley con sus acciones, algunas de ellas bárbaras, otras delictivas, y muchas que afectaron a miles de ciudadanos ajenos al conflicto: los costos económicos y sociales de este movimiento son más graves que los del sismo de 1931, cuando la ciudad de Oaxaca quedó devastada, expulsó a gran parte de su mejor gente y un año después inventó La Guelaguetza para llamar la atención y solicitar la ayuda del país.
Sin embargo, el asunto es mucho más complejo que meramente legal: se trata del hartazgo popular ante el mal gobierno de Ulises Ruiz, heredero de la satrapía gubernamental que llevó a cabo José Murat, un funcionario autócrata e incontrolable que hizo lo que quiso durante seis años ante la debilidad presidencial de Vicente Fox. La mala gestión de Ulises Ruiz está debidamente acreditada en un documento enviado al Senado hace meses por cientos de organizaciones oaxaqueñas, que ese organismo ignoró pues ya no representa los intereses políticos democráticos de los estados del país, sino de las finísimas personas, como Emilio Gamboa, que lo integran.
¿Quién gana en Oaxaca con el desalojo de los maestros y las organizaciones populares? La peor parte del conflicto: la mafia política del gobernador Ulises Ruiz, que ahora cobrará las cuentas pendientes y se dedicará en lo que reste de su ejercicio a perseguir a todos los enemigos que pueda y a beneficiarse económicamente. Eso si completa los cuatro años que le faltan, inescrutable futuro, porque aunque no se quiera creer en la existencia de ciclos mayores que gobiernan el tiempo, lo que sí es cíclico es el pueblo oaxaqueño, sus maestros que cada año se instalan en el centro histórico, las fiestas circulares de sus regiones, el tiempo agrícola al que están impuestos. Y el mal gobierno de Ulises Ruiz se hará todavía más palpable, la irritación seguirá creciendo y todas las energías sociales ahora liberadas tomarán otros cauces y continuarán activas.
Decir que es necesario leer algo deriva en creer que no hay hechos sino interpretaciones, que todo fenómeno es un texto para desentrañar. Y hay lecturas erróneas y otras correctas. Las practicadas por la clase política mexicana, por las élites económicas a las que están vinculadas, por los especialistas que conceptualizan y legitiman el estado de las cosas, son lecturas parciales derivadas de la formalidad. Ni Oaxaca ni el país van a arreglarse mediante la represión policiaca. De no sobrevenir con urgencia un amplio acuerdo político, una mesa nacional tan grande que permita sentar en ella a todos los actores formales e informales que deban estar para una refundación nacional pactada, será imposible evitar la guerra ideológica en curso, las batallas entre la formalidad y la informalidad que se han adueñado de estos días.
¿No está pasando algo cuando López Obrador vuelve a juntar a cientos de miles en el Zócalo y ninguna cadena de televisión lo transmite? ¿No está pasando algo cuando el rostro de Calderón parece irse haciendo inevitable cargo del berenjenal al que se ha metido, del tigre que se sacó en la rifa? ¿No está pasando algo cuando cinco cabezas degolladas por el narco son arrojadas en una pista de baile? ¿No está pasando algo cuando Oaxaca es recuperada con violencia de las manos de los usos y costumbres del pueblo?
Está la tesis, la formalidad de la derecha. Está la antítesis, la informalidad de la izquierda. ¿Cómo será la síntesis luego de la confrontación? No puede saberse porque además hay quien duda si la habrá. Entonces: simplificar. Cuando la vida deja de ser propia y se convierte en historia.
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