No sólo con su intervención ilegal y continua ensució y deslegitimó Vicente Fox el proceso electoral, también lo hizo con omisiones, oportunas, focalizadas y terriblemente peligrosas que, a la postre, han puesto al país al borde de la ingobernabilidad. Por unos cuantos votos a favor de su candidato, Fox se atrevió, por un lado, a entregar, por inacción, amplias porciones del territorio nacional al crimen organizado, y, por el otro, sacó las manos de Oaxaca permitiendo que ese conflicto se saliera de madre. Severo habrá de ser el juicio de la historia con un hombre y una administración que pusieron a México de rodillas.
Hoy este hombre, que “no puede evitar usar un micrófono aunque meta la pata”, se atreve a polemizar con el embajador de Estados Unidos cuando éste habla de la crítica situación de la seguridad pública en México. Triste, pobre y tardía defensa de la soberanía hace Fox cuando no tuvo nunca los pantalones para exigir acciones más contundentes de las autoridades norteamericanas contra los cárteles que allá en Wall Street, en Los Ángeles o Chicago son los dueños de la “última milla” y manejan realmente los miles de millones de dólares que deja el consumo de drogas en Estados Unidos. Consumo que es la causa primordial del cáncer que nos corroe.
Allá están los patrones de los capos mexicanos. Allá mueven millones, aquí centavos. Pese al estereotipo hollywoodense, no se apellidan García ni González. Son anglosajones de pura cepa capaces también de sobornar y corromper, como aquí, a funcionarios y agentes policiacos. Allá también se cuecen habas y si aquí ha crecido la violencia es porque el cambio de hábitos en el mercado norteamericano está dejando a los traficantes mexicanos con mucha droga en sus manos. Droga que corre por las calles, que llega a nuestros hijos y que ha convertido lo que era sólo territorio de tránsito en un jugoso y disputado mercado.
Pero hablamos de omisiones que, como la pública y escandalosa intromisión presidencial, tuvieron incidencia en el proceso electoral. Guerrero y Michoacán, dos bastiones perredistas, no entregaron la suma de votos esperada. La gente no salió a ejercer su derecho ciudadano. ¿Cómo no iba a crecer la abstención cuando ruedan cabezas? En esos estados se produjeron, y se producen aún, crímenes horripilantes, inéditos por cierto en nuestra historia, sin que esto hubiera provocado antes y durante el proceso electoral —como sucedió en Nuevo Laredo— una movilización inmediata, masiva de las fuerzas federales para, al menos, crear una atmósfera disuasiva con su solo despliegue y establecer las condiciones de confianza mínima entre la ciudadanía. ¿Quién va a salir a votar cuando en el umbral del palacio municipal en Acapulco aparece la cabeza de un hombre?
A Michoacán, a Lázaro Cárdenas, sí que fueron efectivos federales pero sólo para echar leña al fuego. Entrenados como están para disolver motines, se replegaron a una segunda línea para que los efectivos estatales, sin entrenamiento alguno, hicieran de las suyas. Lo que habría sido preciso resolver con eficacia y limpieza se resolvió a balazos; los muertos además se cargaron a la cuenta del gobernador perredista. Después de este incidente escandaloso, criminal, las fuerzas federales se retiraron y hoy siguen las decapitaciones en ese estado. Cinco cabezas ruedan en una pista de baile. ¿Qué más se necesita para movilizar hasta el último efectivo disponible?
Y Oaxaca, qué decir de Oaxaca. Creció tanto el problema que ya camina hacia el centro del país. ¿Cuál será la solución absoluta que promete Fox? Nadie atendió jamás los reclamos de los maestros, nadie supo interpretar sus movimientos, los nuevos actores que se incorporaban, la profunda fuerza de un resentimiento social que crece incontenible, los agentes de uno y otro bando que se han subido al carro que corre ya sin freno rumbo al barranco. Sin disparar un solo tiro, un movimiento popular se hizo de la capital del estado. Hoy todo apunta a que Fox o Calderón tendrán que ordenar que se disparen muchos tiros para recuperar aquello que debió haber sido entendido y negociado a tiempo. Y todo, insisto, por un puñado de votos.
Fox se sirvió, además, de las repercusiones mediáticas de la violencia, que por omisión suya, creció incontenible. Asoció éstas, en el inconsciente colectivo, a la campaña de miedo de Felipe Calderón. Apuntaló la sensación de que se gestaba un peligro para México. Tuvo éxito pero olvidó que el que a tele mata a tele muere.
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